Ecología Emocional

Ecología Emocional

Martes, 14 de enero de 2025. Antes de nada, quiero aclarar que este no es un artículo sobre el gran libro «Ecología Emocional» de M. Mercè Conangla y Jaume Soler. No suelo hacer crítica literaria y menos de libros de divulgación. Si lo hiciera, lo pondría muy claro y este no lo es. Aunque, si te interesa el tema o te pica la curiosidad, te recomiendo que visites Instituto Internacional Ecología Emocional. Ahí te van a explicar mejor que yo en qué consiste y si quieres más, podrás acceder a sus cursos y sus libros. Entonces ¿a qué viene el título? El primer libro que me he terminado en este enero de 2025 es «Desobediencia emocional» y ahí es donde he conocido este concepto. Voy a tratarlo a mi estilo, por eso el post se llama así y de ahí la aclaración. Me parecen dos autores muy interesantes para leerlos directamente y sacar cada uno sus conclusiones. En mi caso, estoy de acuerdo en algunas ideas y en otras, no tanto.

Estantería de libros pendientes

He tomado la decisión de aligerar la estantería de libros pendientes. Sí, hay personas que tienen lista de pendientes, en mi caso es una estantería. Libros que tengo ganas de leer pero como estoy con otros, se quedan ahí, esperando a veces hasta años. Al principio eran unos 10-15, que no está mal. Ahora son dos baldas. Y mi decisión es tan seria que he anulado la suscripción de kindle unlimited. Cuando me acabe las dos baldas, y los que lleguen en estos meses, puede que la vuelva a activar. Ya sé que el mercado editorial no para y a veces me deja la sensación de que voy con retraso. Sí, como esas personas a las que les preguntas la hora y te dicen que es muy tarde, sin mirar el reloj. Al final más que leer, lo que estaba haciendo es engullir y no me quedaba muy claro si estaba asimilando los conceptos de forma adecuada y además, y esto sí me preocupaba, no disfrutaba. De ahí que esté aplicando la definición en sentido amplio: La Ecología Emocional es el arte de gestionar, de manera sostenible, nuestro mundo emocional de forma que nuestra energía afectiva nos sirva para mejorar como personas, para aumentar la calidad de nuestras relaciones y para mejorar el mundo en que vivimos. En este ejemplo, en vez de llevarme por la vorágine del mercado editorial, los lanzamientos, y hasta por mi sensación de estar perdiéndome un montón de cosas, observo y bajo las revoluciones. ¿Podría leerme un libro en 3 días? Si es de Haruki Murakami seguro, ¿lo disfrutaría? Es posible que no. ¿Por qué he llegado a esta conclusión? Porque en 2024 me leí auténticas obras maestras, y no me enteré de nada por ir demasiado rápido. Porque respondía al «Tengo que». ¿Qué emociones genera el «tengo que» (obligación) o «date prisa»? Angustia, Frustración, Remordimiento… ¿Me ayuda dejarme llevar por ellas? Para nada. En vez de mejorar mi vida, me hacen estar peor. Y eso no significa que las reprima, es todo lo contrario. Se trata de poder observarlas y decidir (una vez más el homo decidens) si me dejo llevar por ellas o no. Porque de todo eso trata la vida, de nuestro modo de gestionar las emociones, las creencias y las circunstancias en pos de la calidad, autonomía y responsabilidad vital. Es un conjunto que abarca tanto lo enorme, como lo pequeño. Puedes entrenar en los pequeños pasos que das. Las emociones están ahí, tu decides cómo te afectan y para qué las quieres utilizar. ¿Te dejas llevar por ellas o eres tú quien dirige tus pasos? Aquí vuelvo a los libros. Durante mucho tiempo, asociaba la lectura a una tarea obligatoria. En la escuela te obligan a leer libros. Es un hecho, todos los planes educativos en lo que se refiere a literatura lo hacen. Algunos son fantásticos y otros, dudo mucho que el cerebro de un adolescente pueda llegar a entenderlo. Creo que de ahí viene mi rechazo a «100 años de soledad». Sí, lo reconozco, no me gusta Gabriel García Márquez. Es una obra maestra, sí, pero yo no la aguanto. Me la terminé, me examiné y a otra cosa, no creo ni que tenga un ejemplar de ella en casa. He intentado volver a acercarme a ella, y sigue pareciéndome infumable. No pasa nada, no es para mi. Bueno, pues pasada la etapa de educación obligatoria, las novelas pasaron a ser un pasatiempo, es decir, si no tenía nada que hacer, en vacaciones, me ponía con alguna de ellas. Asociaba la lectura a los momentos en que no era productiva, trayectos en transporte público, tiempos de espera… ¿Por qué digo esto? Porque aun hoy me viene el pensamiento de estar perdiendo el tiempo cuando leo. Sé que no es así, porque la lectura nutre a la escritura, por decirlo de algun modo, leer es parte de mi trabajo… PEEEEEROOOO… aun me queda en un recoveco del cerebro, la unión de lectura y ocio, de no hacer nada. En este mundo productivo, leer parece perder el tiempo. Lo dicho es una emoción que surge de una antigua creencia. Y llegó un momento en que bajé el ritmo de lectura por eso, de ahí que tuviera más libros pendientes. Desobedezco de forma consciente una emoción antigua y aplico la Ecología Emocional. De ahí el título del artículo y el tema que estoy tratando. Ya no me siento mal por estar leyendo una novela cuando podría dedicar ese tiempo a lavar el coche, por ejemplo.

¿Me regalas un abrazo?

¿De dónde viene esa sumisión a las emociones ajenas, al qué dirán imaginario de los demás? De la tía Blasa. Puntualizo que no tengo ninguna tía que se llame Blasa, aunque sí que he vivido la situación que voy a contar en estos momentos. Cuando somos pequeños a todos (aceptadme la generalidad) nos obligaron a saludar a tíos abuelos cuando en realidad no queríamos. Se supone que es de buena educación. Aunque la tía en cuestión te coja los mofletes o te pringue de babas la mejilla, o huele a una colonia que no nos gusta. Tienes que poner buena cara aunque suelten lindezas como «pues estás más gordito» o «tu prima Enriqueta a tu edad era más simpática y más guapa». Seguro que se te ocurren más frases. Y ¡ojo! tus padres te obligan no porque sean malvados sino por esa buena educación, porque a su vez los suyos les obligaron a ellos. Se llevaron regañinas o azotes si no hacían lo que sus «tía Blasa» querían para evitar que sus padres sintieran vergüenza o se les juzgara por parte de sus mayores como malos padres. Es una cadena que se remonta muy atrás y la repiten y otros la repetirán en el futuro. Bien… ¿Qué es lo que te están enseñando? Que por esa buena educación, por ese parecer niños buenos, tienes que aceptar que otros tengan la autoridad sobre ti de decidir, que otros te toquen cuando tú no quieres. Esa creencia queda ahí, en lo profundo del inconsciente. Parece algo inocente, pero me pregunto si ahí no está el origen de los abusos de autoridad. ¿Obligarías a alguien a beber agua porque tú tienes sed? Seguramente no. Entonces, ¿por qué lo haces con el afecto? Si yo quiero que mi hijo me de un abrazo, no voy y le abrazo sin importarme lo que esté haciendo. No pasa nada por preguntarle ¿me das un abrazo? o ¿me regalas un abrazo? y que él decida si quiere hacerlo o no. Ambas opciones son muy lícitas. Si me dice que sí, genial y si me dice que no, lo acepto y no pasa nada, ni le quiero menos por ello. Puede que no le apetezca que le toquen. Gestiono mis emociones respetando que los demás gestionen las suyas. Es posible que por costumbre a veces se nos vaya y lo hagamos sin preguntar. Pero las veces que sí preguntamos, van creando un hábito y algo que le quedará marcado. Cuando alguien llegue e intente forzarle a un contacto físico sabrá decir que no, poner límites, porque se ha entrenado en los pequeños detalles, su autoestima no dependerá de lo externo. Habrá roto la cadena. Podrá gestionar a su criterio sus emociones.

El hundimiento de la autoestima

Suena potente, ya lo sé. Sin embargo, cuando entregas el poder de decidir a los demás, conducta aprendida desde niños, puede que seas siempre un niño bueno, pero nunca serás tú mismo, no serás libre sino una persona dependiente que se justifica y echa «balones fuera». No tienes capacidad autocrítica porque siempre la autoridad está fuera de ti, no te responsabilizas. Hace unos días, mi hijo estaba con un trabajo sobre el anarquismo. Cosas de estudiar filosofía. Si hacemos caso a la definición de la RAE: Anarquismo es la doctrina que propugna la supresión del Estado y del poder gubernativo en defensa de la libertad absoluta del individuo. Y tanto su padre como yo le dimos un concepto más que a veces se nos olvida. Y no, no somos anarquistas. Ese concepto es el de RESPONSABILIDAD. Propugnan la supresión del Estado y su poder administrativo gubernamental porque creen en la libertad del individuo, en su responsabilidad para tomar decisiones. No requieren a papá Estado porque son libres y responsables para llegar a acuerdos de convivencia entre individuos. Al menos en teoría, en la práctica, el siglo XX nos demuestra que los anarquistas no iban por ahí, se quedaron con la supresión del Estado y si había que asesinar, pues lo hacían. ¿Qué tiene que ver todo esto con la autoestima? Más de lo que parece. Si dependes de lo que digan o hagan los demás para ser tú, les das esa autoridad. ¿Qué ocurre si esa autoridad te está diciendo de forma constante «deja, ya lo hago yo» «tú no vales para esto»? Pues que les terminas creyendo. Y hay un paso más. Te quitas valor, y puede llegar a todos los aspectos de tu vida, a formarse creencias limitantes. Como la estaca del elefante, le han insistido tanto que no puede moverla, que aunque ya es grande se queda quito porque cree que no puede hacerlo. Nuestras palabras son muy poderosas en los oídos de las personas que tenemos a nuestro cargo. Seamos conscientes de lo que podemos generar. Si les restas valor ¿cómo se van a respetar ellos mismos? ¿quién ama lo que no tiene valor? Y ¡ojo! el valor no lo dan los sobresalientes, las buenas notas. Las personas, por el hecho de serlo, son valiosas. Son los primeros pasos de aprender a gestionar las emociones para desarrollar la inteligencia emocional, esa que no se enseña en la escuela.

Harrison Ford no es Indiana Jones

¿Alguien se imagina a Harrison Ford saliendo de su casa vestido como Indiana Jones para ir a comprar el pan o para ir al set de grabación de Star Wars o Blade Runner? Lo más lejos que iría es a la consulta del psiquiatra. Es posible que cuando le veas en una película y no te acuerdes de su nombre digas «¡mira! Indiana Jones» cuando lo que de verdad quieres decir es que es el actor que hace de Indiana Jones. Bien, lo que vemos con claridad en este ejemplo como un disparate, que Harrison Ford se crea que es Indiana Jones, en la vida cotidiana ocurre cuando te crees que eres la máscara que llevas y te olvidas de quién eres en realidad por complacer a esa autoridad que te inculcaron desde niños que tenía el poder de decisión. ¡Puf! Menudo lío de frase acabas de leer. Voy a intentar explicarme mejor. Parto de una base: todos llevamos máscaras. Nos comportamos de forma distinta si estamos en el trabajo o en casa con nuestra familia. En el trabajo damos prioridad a unas características de nuestra persona diferentes a como nos comportamos en la intimidad. Es algo aceptado. Son grupos diferentes y tenemos cualidades que se adaptan mejor que otras. No es ser hipócrita, sino adecuarnos. En el trabajo puede que tengas que llevar uniforme. En casa vas como te da la gana. ¿Eres el mismo? Sí, con diferente envoltura. Las máscaras son eso, envolturas, el problema es cuando nos identificamos con ellas tanto que nos olvidamos de que no son más que eso, máscaras. Las emociones también son máscaras, podría decir que son hasta carceleros si no sabemos gestionarlas. Nos dejamos llevar con ellas, nos identificamos como con los colores de un equipo de fútbol o de baloncesto, hasta el punto de olvidarnos de la realidad, de lo que verdaderamente somos. Ocurre con las emociones grupales. En eso también hay que ser capaz de gestionarlas, de practicar la ecología emocional. Darte cuenta de que eres capaz de moverte entre opciones sin adherirte a ellas. Ni todo es tan bueno, ni todo es tan malo. Y, aunque no soy muy fan de esta palabra, aquí aparece el «ego». Él es el experto en las máscaras, en darle el timón a las emociones. Si te crees sus máscaras, crecerá, dominará tú vida y lo que eres en realidad se quedará en un rincón. Será Harrison Ford creyéndose que es Indiana Jones. ¿Es algo malo? Bueno, para un actor es que te encasillen en un papel, cuando se acabe la saga, se acaba su carrera. En la vida cotidiana, si te crees que eres esa emoción, te convertirás en la llorona o en la furiosa. Tu libertad y tu verdadera capacidad se irán por la puerta, atraerás a personas de ese estilo, nada más. No, tú no eres llorona o furiosa, eras una persona que siente en este momento tristeza, ganas de llorar o sientes rabia por una injusticia. A lo mejor con otro ejemplo se ve más claro. Tú no eres tu enfermedad. Tú no eres tu catarro, tu dolor de espalda, tu leucemia. En este momento puntual tienes gripe, pero no eres la gripe. Tienes lepra, no eres leproso. Reconocer eso es el primer paso de gestionar las emociones. Porque te preguntas ¿qué es lo que sientes? No las reprimes, no te dejas llevar por ello. Puede que quieras vivirlo. Si se ha muerto una persona cercana, puedes sentir tristeza, y es correcto para ti. Pero no tienes la obligación de sentirte de un modo porque la tía Blasa te diga que tiene que ser así. A veces ocurre que es un momento de felicidad a nivel general, por ejemplo el Año Nuevo, y sin embargo en tus circunstancias personales ha pasado algo que te causa dolor o malestar. ¿Pueden obligarte a ser feliz si has perdido tu casa en un incendio? o en el caso contrario ¿Tienes que estar triste en un velatorio cuando te ha pasado algo realmente bueno en la vida? Puedes adecuar tu conducta al momento, pero nadie puede obligarte a sentir esto o aquello. Hasta diría que ni siquiera las emociones pueden obligarte a que te quedes en ellas, que se te peguen tanto que pierdas tu libertad de ponerles límite. Si las reprimes tarde o temprano explotarás y a lo mejor es en el momento menos apropiado. O llega un momento en que te sientes mal y no sabes por qué, no sabes dónde está el mar de fondo que genera ese malestar hasta el punto que terminas acudiendo a un profesional para que te acompañe a bajar a la caverna más profunda. Y eso cuando lo detectas, que algunos van por la vida como setas, como macetas en una cinta transportadora de los aeropuertos.

Ecología Emocional

Termino ya el artículo semanal recordando ese concepto que no sé si conocías: La ecología emocional, ser capaz de gestionar de manera sostenible nuestro mundo emocional. Ser conscientes de que podemos gestionar mejor nuestras emociones para vivir unas buenas relaciones, una buena vida, responsable, adulta, autónoma y llegar a ser lo que de verdad somos. Si te resuena y te atreves, ya sabes, te leo en comentarios. Que pases una fantástica semana.

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