Martes, 18 de febrero de 2025. Hoy tengo tantas ideas en la cabeza que me está costando centrarme para escribir algo coherente. Ya me ha cambiado varias veces de sitio, y no me encuentro cómoda en ninguno. Todos son habituales, pero hoy no hay chispa. Ni siquiera con la música habitual puedo centrarme. Es el típico día de creación de borradores, de apuntar ideas sin ton ni son, ladrillos desordenados que se van a la carpeta de «Futuros caminos». Escribo tres líneas y al desarrollar una idea, se me va la mente a otra, completamente diferente, con lo que he abro un nuevo documento para cuando esté más calmada la tormenta de ideas, tirar de ese hilo a ver hacia dónde me lleva. Estos momentos pueden ser muy divertidos, aunque su productividad vaya a plazos. Así se nutren las novelas, los relatos, los proyectos en los que la creatividad marca el ritmo. La sensación de libertad, engancha. Pero para los artículos semanales, son un poco desquiciantes. Porque no puedo seguir una argumentación entendible más allá de mi cabeza. Para mí tiene todo el sentido del mundo, en mi cabeza, cuando lo leo siento que tengo que explicar tal idea o desarrollar más esta otra para hacer un discurso que se pueda seguir sin sentir que no estoy hablando en chino con gramática finlandesa, por poner un ejemplo. Y cuando creo que más o menos se entiende, no llega a transmitir lo que quiero decir, con lo cual es una especie de vuelta a empezar. A veces las ideas fluyen de forma paralela, va todo como por raíles. En otras, es un avance a trompicones, con giros inesperados en primera opción por quien escribe. En esta tesitura me pregunto ¿Qué hago? ¿Dejo volar a la imaginación o intento centrarme en unas cuantas líneas porque me he comprometido a escribir un artículo los martes? La creatividad tiene estas cosas. Intentar frenar la corriente de pensamientos es como hacer que el agua de una catarata vaya hacia arriba. Salvo en Saint Seiya, cuando Shiryu obtiene la armadura del dragón en la gran cascada de Rozan y en alguna película de escasa calidad como Anaconda, invertir el fluir del agua, hacer que la ley de la gravedad no se cumpla, no es factible. Y cuando pillo el ritmo, aparece un estímulo externo que lo corta de nuevo. Da igual el que sea, un descuido con el silencio del móvil, un pitido que llama la atención porque se ha dejado la puerta abierta de la nevera, un timbrazo inesperado… Y así, la concentración, el foco, se va por la ventana y la creatividad vuelve a volcar mil ideas más. Sí, hoy es uno de esos día y por eso el artículo es breve. Si te ha pasado alguna vez, seguro que me entenderás. Te leo, cuando no esté enfrascada en mis propias ideas, y que pases una fantástica semana.
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