Martes, 24 de septiembre de 2024. Hoy no recuerdo lo que he soñado, asi que no sé de dónde vendrá la idea principal del artículo. Sin embargo está ahí, metida en mi cabeza, queriendo salir a través de las teclas del ordenador. Voy a ver si consigo hilar el argumento. Por si acaso, te digo directamente el tema que hoy voy a tratar: DISFRUTAR DEL PROCESO, DE LAS PEQUEÑAS COSAS. Vivimos en la época de quererlo todo ya. Llegamos a un restaurante o a una tienda y queremos que nos atiendan ipso facto, que nos traigan los artículos y que no nos hagan esperar ni para pagar. Nos encantaría tener la capacidad mágica de chasquear los dedos y que ya estuviera el resultado.
¿De dónde nos vienen las prisas?
Sospecho que, como la mayoría de las cosas, es un programa establecido en nuestra cabeza desde la más tierna infancia. En cuanto un bebé llora, tiene claro que va a haber una respuesta por parte de sus progenitores a sus 4C: Comida, Cariño, Cuna y Cambio de pañal (por decirlo finamente). Ese es su «manual de empleo». 4 tipos de llanto que a los padres primerizos les conviene diferenciar a la mayor rapidez si quieren que sus vidas sean más o menos saludables. Cuando crecemos, nuestras llamadas de atención en la sociedad cambian… ya no hace falta que nos cambien el pañal, PERO (en grande, sí) muchas de nuestras acciones buscan captar la atención de quien nos rodea, de los que son importantes para nosotros. A veces nos esforzamos tanto que llegamos a la mala bondad, a depender de los demás hasta el punto de olvidarnos de nosotros mismos. Les otorgamos el poder y la importancia a lo de fuera. Te preocupa la opinión de los demás, te afectan sus comentarios, en vez de ser el sujeto de tu vida te conviertes en un mero objeto más o menos útil para los planes de los otros, hasta caer en el triángulo de Karpman. Cambiamos de rol con el paso de los minutos, nos movemos entre ser salvador, víctima o perseguidor. De forma más o menos inconsciente. Porque en cuanto eres consciente de este tipo de juego, de estrategia, lo normal es salirse a la mayor velocidad posible. Cuando vivimos con el piloto automático puesto reaccionamos de ese modo.
¿Disfrutar del proceso?
Ser consciente del momento en que vivimos nos saca de los automatismos. Nos permite estar en lo que tenemos que estar y ser quienes somos. Dejas de ducharte pensando en las reuniones del día, en las cosas pendientes o en los posibles imprevistos. Disfrutas de la ducha, de la temperatura del agua, del olor del jabón. No es que estés más tiempo, sino que estás en el tiempo. Parece un juego de palabras, sin embargo es muy diferente. Y no solo pasa con una acción tan sencilla como la ducha. Dejamos de huir hacia adelante. En 2003, la película «Como Dios» nos ofrecía la imagen de la divinidad, interpretada por Morgan Freeman, fregando una sala. Y era chocante. Porque cuando un creyente piensa en Dios no le imagina fregando el suelo, debe tener cosas más importantes que hacer ¿no? Al menos en nuestras cabecitas mortales pensamos que cuanto más importante es una persona, su día estará repleto de acciones complejas. En la mítica serie «El ala oeste de la Casa Blanca» hay otra escena parecida. El senador Arnold Vinick, interpretado por el genial Alan Alda, hace su aparición en la serie limpiándose los zapatos. Todo un senador de Estados Unidos que se lustra los zapatos el mismo. Hasta explica el motivo por el que lo hace. Para él es tan importante hacerlo, que no se fía de las personas que no se limpian los zapatos ellos mismos. Las dos, fregar el suelo y limpiar los zapatos, son acciones sencillas. Las hacemos sin pensar, cuando las hacemos nosotros mismos, de hecho a veces deprisa y corriendo porque queremos lo que hay después. Así, nuestra mente nos lleva a la carrera entre una acción y otra, olvidando la importancia del proceso. Hacemos un viaje y queremos llegar al destino, cuanto antes mejor. Comenzamos la jornada laboral y queremos los resultados antes siquiera de empezar. Y así nos va. Comenzamos un proyecto y nos comparamos con los demás, pero con sus resultados. Está genial motivarse con otros proyectos, siempre que seamos conscientes de los tiempos. Quizá con un ejemplo quede más claro. Si acabas de abrir una tienda de ropa, requieres una serie de etapas para llegar a la facturación de las grandes marcas. Nike no comenzó su andadura con la facturación actual. Te llevará más o menos tiempo cometer los errores de aprendizaje hasta llegar a tu meta.
Enamorarse del proceso, paso a paso
El esfuerzo sin objetivo no tiene sentido. Todo en esta vida tiene un para qué. Los estudiantes se esfuerzan para aprobar y pasar de curso. Los creativos escriben miles de palabras para encontrar las mejores. Si no hay para qué, tarde o temprano se abandona la acción. Sea la que sea. Sin embargo, y aquí está lo interesante, el para qué solo no basta. Puedes tener claro que haces dieta para adelgazar, para tener salud, para sentirte mejor. Es una motivación importante, un objetivo claro al que dirigirse. Cuando llegue el momento complicado de la dieta, ese plato de pescado hervido insípido con la verdura que más detestas, pongamos por ejemplo el brócoli o las acelgas, sin condimento, vas a requerir algo más que los motivos racionales de ganar salud. Ahí es cuando descubres tu compromiso con el proceso, hasta qué punto deseas la meta y te has enamorado del recorrido, has decidido lograrlo y eres fiel a tu palabra. Porque si no, a las primeras dificultades, lo dejarás. Cuando es un bien palpable, se puede sobrellevar. Sin embargo, en lo inmaterial es otra cosa. Ya que he dicho enamorarse del proceso, me centro en las relaciones de pareja. Decides pasar el resto de tu vida con otra persona y al principio todo es idílico. Cuando van pasando los años, llegan los obstáculos. ¿Desde dónde decidiste convivir con esa persona? Si es desde una emoción, un sentimiento, puede desaparecer si no se cuidan esas pequeñas cosas. Lo que te gusta hoy puede que no sea lo que te gustaba ayer. O que proyectaras una imagen ideal que poco tiene que ver con la realidad. Sin embargo, si tomaste la decisión desde el conjunto de tus pensamientos, emociones, palabras y acciones, el resultado será diferente. Enamorarse es más que una emoción, es una decisión. Somos seres que deciden. El «yo pienso» de los filósofos da lugar al «yo decido» cuando entra en juego el proceso. Y si estás en coherencia con lo que decides, el proceso será igual de importante y efectivo para ti en las acciones grandes como en las pequeñas. Hasta el punto que las disfrutarás. Estarás atento a lo que dices y cómo lo dices. Igual de importante son los dos puntos de referencia, hacia dónde vas y desde dónde partes.
Decido disfrutar del proceso
¿Te chirría esa frase? Pregúntate por qué. Es bueno cuestionar lo que hacemos. Hasta el trabajo más monótono, las labores de la casa, se pueden disfrutar. No solo porque son un servicio hacia los que quieres empezando por tí mismo, sino por el hecho en sí. ¿Disfrutas cocinando? Puedes estar tres horas con la elaboración de un plato que tardas quince minutos en comerte. Si solo le das importancia a esos quince minutos, no has vivido las tres horas. ¿Te lees un libro de 800 páginas solo por el final? Te dejarías muchos momentos de placer si solo quieres las dos últimas páginas. La vida cambia cuando te colocas en el «yo decido» desde el observador consciente. Ya no conduces pensando en el destino, sino que estás atento a la conducción y no reaccionas igual si hay atasco, o alguien va haciendo locuras. Te lo tomas de otra manera. Pasa lo mismo en otra actividad, ya sea tu trabajo o tu ocio. Al principio cuesta, porque los estímulos que nos rodean son precisamente para que te dejes llevar, para que otros decidan por ti. De ese «yo decido» surge el pensamiento crítico, el que te hace cuestionarte las circunstancias, las externas y sobre todo las internas. A los gobiernos, a las marcas, no les interesan que los ciudadanos se cuestionen, es mejor los obedientes, dependientes, infantiles, en modo manada, tribu, que se dejan conducir aunque sea a un precipicio. Pensamiento crítico no es decir a todo que no, tampoco es la no acción por análisis constante. Es situarse en el «yo decido», en el adulto que observa las opciones y decide actuar. Porque los dos verbos van juntos: Decidir y actuar. Las decisiones si no hay acción no son decisiones. Solo meras ideas que se demoran en el tiempo.
Las pequeñas cosas son el mejor entrenamiento para ese «yo decido», para ir atreviéndose a ir más allá, a dar un paso, y otro y otro. Nos preparan para los momentos cruciales que marcan la vida. Por eso son importantes y es vital disfrutarlas, dotarlas de sentido y de tiempo de calidad. No lo haces porque es lo que toca hacer sino porque decides hacerlo. La capacidad está en ti, hasta el hecho de reconocer que hay momentos en que eres un objeto más.
Decide disfrutar de cada momento y tu vida será intensa e interesante. Ya sabes, si te resuena y te atreves, te leo. Que pases una fantástica semana.
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