Martes, 24 de junio de 2025. Según la Real Academia Española (RAE), milagro es: Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. En su segunda acepción, la que más me interesa en este artículo, milagro es suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa. Digo que es la que más me interesa porque prefiero dejar a un lado la intervención sobrenatural. Si la semana pasada proponía dejar la queja a un lado y observar desde otra perspectiva las circunstancias, la realidad, hoy quiero tratar de una de las consecuencias más habituales de ese cambio de actitud. Porque, para nuestra sorpresa, cuando dejamos de quejarnos, la vida se transforma en un curso de milagros, en sucesos extraordinarios y maravillosos a los que no les prestamos demasiada atención. Por ejemplo, respirar es un milagro. Piénsalo un instante. Junto con el latido de nuestro corazón es lo que marca la diferencia entre la vida y la muerte. Entre el ser y el no ser. Y no es filosófico, sino real. Si dejas de respirar, terminas muriendo. ¿Es o no es un milagro? Por supuesto que es un suceso extraordinario y maravilloso. Y estamos rodeados de ellos, lo que ocurre es que, prestamos nuestra atención a otras cosas. Sobre todo con el bombardeo constante que recibimos de la actualidad. Ahora, cuando buena parte del mundo está con el corazón en un puño por la guerra, o indignados por la corrupción política creciente, podemos distraernos de lo verdaderamente importante. Fuera de nosotros hay mucho ruido, nos aturulla, nos afecta, tanto como los gritos de algunos en las terracitas que montan los bares y que impiden a los vecinos dormir a las 1:30 a.m. con la ventana abierta.
El gran milagro no es salir de las circunstancias cotidianas, algo muy difícil, sino saber conducirse a través de ellas, aprovecharlas a nuestro favor. Cuando navegas con una barca en el mar, tienes dos opciones, utilizar los elementos (el viento, las corrientes…) a tu favor o en contra. Es interesante ver las regatas de barcos, porque dependiendo del viento, a veces para ir de un punto a otro, la linea recta no es el camino más rápido. Por lo menos cuando el barco es de vela. Si va a motor, también se puede notar en la velocidad. Recuerdo que, cuando visité las cataratas del Niágara, el «Maid of the mist«, el barco que te lleva por el río hasta ellas, cuando se aproximaba requería de mucha más potencia que cuando de alejaba. De hecho el motor sonaba en el barco de una manera que parecía que se iba a romper en mil pedazos. No ocurría. Las rutas marítimas a vela navegan a favor del viento y de las corrientes. Tener el conocimiento que se requiere para hacerlo, saber cómo poner la vela, apuntar el barco de una manera determinada, es algo extraordinario, alguien lo descubrió en un momento de la historia y ese conocimiento pasó de generación en generación hasta perder el asombro. ¿Qué tiene que ver eso con nuestra vida cotidiana? Mucho. Piensa por un instante en todos los milagros que te rodean. Ya no los llamas así, son algo habitual, pero intenta imaginarte cómo vería una persona que ha vivido en la selva todos los avances tecnológicos de nuestra sociedad. El poder hablar con una persona que no está a tu lado. Poder comunicarte con tu hijo cuando está a miles de kilómetros de distancia. Calentar la comida en el microondas sin necesidad de fuego. El aire de un ventilador sin aspas. Son cosas que nos parecen obvias, las consumimos, aunque es posible que muchos de nosotros no podríamos recrearlas. Usamos el conocimiento de otros a nuestro favor para vivir hasta dejar de ser conscientes de ello. Lo damos por supuesto. Si te sientas en el asiento del piloto y le das a arrancar, esperas que el motor del coche se ponga en marcha. Es muy posible que no tengas ni idea de las conexiones que lo facilitan, lo haces porque lo has visto muchas veces. Sin embargo, es algo extraordinario.
Hemos perdido la capacidad de asombro, lo que corta una de las mayores fuerzas universales. No, no me refiero a la termodinámica. Porque, cuando la vida es un curso de milagros, nuestra respuesta inmediata no es la que la queja, sino la gratitud. Los recibimos y los realizamos. Comenzamos a dar gracias por todo lo que nos sucede, que no es ni bueno ni malo, sino herramientas para llegar a nuestro destino. Ya no la observamos en términos de lo que nos falta, sino que aprovechamos lo que sí tenemos. Nuestro corazón late, respiramos, estamos vivos, lo que nos permite una infinidad de acciones. Si caes, tienes la posibilidad de levantarte. Ese es otro milagro. En los currículum vitae, aquí en España, destacamos los logros, lo que hacemos bien. Lo curioso es que, en otras partes del mundo, también añaden los «errores», sobre todo por la experiencia que dan a la hora de gestionar las dificultades. Ya no los ven como fracasos, sino como aprendizaje. Si un directivo llevó a la quiebra a una empresa, tiene experiencia para no volver a repetirlo por ese camino. A lo mejor quiebra otra por otro camino, pero eso le hace aprender. En nuestro sistema educativo, reforzamos lo que se nos da mal. Porque hace falta aprobar el curso. Si eres un as en escritura y se te dan fatal las matemáticas, el refuerzo irá a las matemáticas y no en la escritura. Para obtener el diploma es lo que requieres. Ahora bien, ¿qué ocurriría si potenciaras la escritura? Si el estudiante tiene ese talento, y lo refuerzas, es posible que llegue a cotas mucho más altas, y que disfrute más de su vida. Comprendo la primera situación, hay que aprobar matemáticas, pero también es importante potenciar el don para que ocurran los milagros. Porque, con nuestra actitud y nuestros actos, somos hacedores de milagros, de sucesos extraordinarios y maravillosos. Por eso, la vida es un curso de milagros.
La imagen que ilustra este artículo es el llamado acueducto de los milagros de Mérida. ¿Transportaba milagros? No, me contaron hace tiempo, no sé si será verdad pero me gusta creer que sí, que su nombre se debe a que es un milagro que siga en pie. Se construyó entre el siglo I a.C. y el siglo I d. C. Se mantiene en pie dos mil años después. Se dice pronto, hay edificios que, con la tecnología de la modernidad, no han durado tanto. Solo con ladrillo y granito. ¿Quienes lo hicieron pensaron que llegaría a nuestros días? La respuesta es ciencia ficción, porque no hay escritos de las intenciones. Su imagen es un ejemplo perfecto para lo que quiero expresar con este artículo. Llevar agua a la ciudad era lo más habitual, lo más sencillo, para lo que se construyó. Creo que ya no se utiliza, lo han sustituido cañerías. Pero, y este pero me encanta, sigue en pie, a pesar de los aguaceros que le han caído encima, del calor y las temperaturas de Extremadura, del paso de los años, del deterioro y el poco mantenimiento. Sigue en su puesto, como una señal, una llamada de atención para quien lo ve, un recordatorio de que allá donde te encuentres, puedes realizar milagros cotidianos. No hace falta dar de comer a una multitud, andar sobre las aguas, resucitar a los muertos. Si puedes llegar a eso, genial, aunque no es lo que se requiere. La vida cambia con una sonrisa, con una tabla de Excel con fórmulas que facilitan la vida, con una conversación atenta, o con una foto. Lo ordinario puede ser extraordinario si modificamos la actitud, nuestra intención, la forma en que decidimos hacer o no hacer. Tú decides en dónde pones tu foco. Lo importante de la vida no siempre sale en las noticias de los medios.
Tu vida es más que un milagro, un curso de milagros, aprender a realizar sucesos extraordinarios, salgan a la luz o no. Conducir puede ser un milagro. Cocinar, escribir, tu trabajo, tu intención a la hora de realizarlo puede cambiar de una carga pesada, a un milagro, a un suceso extraordinario. Y eso, marcará la diferencia aunque los que te rodean no lo perciban, aunque no salga en los noticiarios. Sobre todo es un curso de milagros para tí. Si te resuena y te atreves, te leo en comentarios, que pases una fantástica semana.
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