Martes, 3 de diciembre de 2024. Llevo parte de la mañana decidiendo el tema a tratar hoy. Sí, es algo habitual, escribo el mismo día que publico y no siempre lo tengo claro. Hay muchos temas que se pueden tratar, desde otra perspectiva, a través de la ventana al mundo que abre la pantalla de mi ordenador, aunque no utilice Windows. Quien me conoce, sabe que hace tiempo ya que me salí del camino que marca Microsoft. Y en estas semanas ando pensando si salirme del que marcan las redes sociales. Y no se trata de ser asocial o de volver a la naturaleza como algunos proclaman desde sus smartphones o tablets. La coherencia es un artículo de lujo en el tiempo en que vivimos. Me pregunto qué les estamos diciendo a las generaciones venideras poniendo tantos focos en streamers, influencers y otras «pseudo tribus». La sociedad está cambiando, eso es algo innegable, y no va a dar marcha atrás. Los cambios de paradigma no ocurren porque el nuevo convenza al antiguo, sino porque los representantes del viejo, se van al campo santo. Y lo curioso es que todo se repite. Lo que acabo de decir, ya pasó en la historia de la humanidad. No me queda claro si el ser humano avanza o solo está en una rueda de hámster, dentro del eterno retorno. A veces creemos que ascendemos como si fuera una espiral. En otros momentos, parece que vivimos en la ilusión óptica del tren que no se sabe si llega o se va.
Hace falta valor
Ya lo decía Radio Futura en su «Escuela de calor». ¿Para qué? Para atreverse a mirar las circunstancias de la vida más allá de las apariencias. Mirar Ultreia. Quien ha hecho el camino de Santiago lo sabe. En toda ocasión hay que saber mirar más allá de las circunstancias, dar un paso más allá y seguir más arriba (suseia). Ultreia et Suseia. Más allá y más arriba. A veces vivimos enredados en la vorágine de las prisas del reloj. Y se nos olvida que cada uno de nosotros tiene su tiempo. Hoy morirán personas, y otras naceran. Para algunos es el final de su tiempo. Para otros el inicio. El contador no se pone a cero al llegar las 23:59:59 de cada día, o la noche del 31 de diciembre, aunque lo parezca en los relojes digitales. Fue un acuerdo que se tomó hace muchísimo tiempo, para poder establecer conocimientos comunes en la medición del tiempo. Pero eso no significa que tengamos un ritmo común. En el camino se aprende a que cada uno anda a su ritmo y se mezclan entre todos para caminar juntos. Parece una tontería pero es así. Algunos son de los primeros del grupo, otros prefieren ser de los últimos, recorrerlo a su manera. No solo pasa cuando caminas hacia Compostela. A nuestro alrededor construimos una realidad para verificarlo. Hasta llegamos a creer que lo que vemos es real. Sorprende cuando nos damos cuenta que lo que llamamos realidad es solo la interpretación de nuestra mente a lo que descubre a través de los sentidos. Lo que pensamos que es azul, en realidad son ondas que nuestra mente interpreta como azul. Si en vez de azul, se hubiera llamado malvavisco, el cielo sería malvavisco. Nos dijeron que ponerle nombre a las cosas es conocerlo. Más bien es interpretarlo, hacerlo cercano a nosotros para que otros sepan de lo que hablamos.
Todo es ritmo
Algunos dirán que todo es energía, que todo es vibración, magnetismo. Sin embargo, hay algo más. Todo es el ritmo de una mente que interpreta. Sea una mente única que decide experimentar la vida en sus diferentes perspectivas o que sea nuestra mente, la de cada ser humano. Y hasta en eso, hay diferencias. Porque no todas las mentes van al mismo ritmo. Que se lo pregunten a un enfermo de depresión, a un autista, a un asperger o a una mente creativa que ve una y otra vez que los trabajadores de la educación intentan moldearle, acotar su creatividad a un sistema que solo lo empobrece. Sistema acordado de forma común y que cada día demuestra más que está podrido, corrompido por ser instrumento para lo que no fue creado. El mundo para un depresivo es tristeza, tortura, malestar sin saber el motivo, convive con un enemigo en casa. Su mente lee los estímulos y los interpreta de manera que lucha contra él mismo. Solo los que han vivido una enfermedad mental sabe el estigma que supone y conoce el miedo de no saber si volverá a pasar por ese camino oscuro y tenebroso. Es como despertarse de una pesadilla y no saber si al cerrar los ojos volverá a pasar. Tienes la espada de Damocles en cada parpadeo. Ocurre lo mismo cuando cumplimos las profecías que nos marcamos de forma mental o hacemos caso a las que nos inocularon en la infancia y adolescencia. Si te pasas el día diciéndole a una persona que no sirve para nada, que no es capaz de hacer algo provechoso, que no puede confiar en nadie, además de ser maltrato psicológico, tarde o temprano esa persona pensará que no sirve para nada y terminará haciendo cosas de forma inconsciente para demostrar que era una profecía real. Si vas conduciendo por una carretera y ves un árbol, si piensas que no te vas a dar con él, terminarás haciéndolo, porque has puesto tu foco, has centrado tu atención en el árbol. Si en nuestra sociedad se pone el foco fuera, cada persona que vuelva a su interior será considerada como un enemigo, al que hay que destruir de cualquier modo posible, quitarle la confianza a través de la burla, el insulto o el desprecio. El código penal evita que haya más crímenes, aunque en la mente hay muchos asesinos en serie. ¿Cuál es el modo de vivir en coherencia? Cuando lo encuentre lo diré. Porque cuando creo que estoy en el camino correcto, lo que algunos llaman el mono de la mente, la máscara del impostor, el ego, el personaje, me demuestra que he caído en el engaño, que mi mente lo ha interpretado como le ha dado la gana. Es una guerra que parece perdida y sin fin. Montamos certezas, porque sabemos que no las hay. Las montamos porque requerimos cierta estabilidad, y todo es ilusorio, porque lo que llamamos realidad es el sueño de nuestra mente. Todo pasa a través de ella. Hasta la requerimos para mirar más allá de nuestra realidad, de ella misma. Sé que parece un sinsentido. Así se percibe cuando haces meditación y terminas observando a tu mente que piensa. La mente observa a la mente que piensa. Hay un desdoblamiento, aunque sigue siendo la misma mente. Las ciencias ya sean puras o humanas siguen en ese bucle. La filosofía lleva siglos intentando responder a esas teorías sin llegar más allá de una enorme migraña en algunos casos. Los que decidieron quedarse con lo estable, se lo inventaron porque no hay estabilidad. En cualquier momento la tierra de debajo de los pies tiembla, vibra, y todo cambia. Quizá lo único estable es el cambio. Nuestra mente cortocircuita, se queda sin poder explicarlo, es como un bug de un programa de ordenador que termina echándote para que vayas por otro camino. ¿Qué hacer en estos casos? Seguir adelante, seguir ultreia, ir más allá. Aunque nada tenga sentido. A lo mejor no lo encontramos en toda nuestra vida, porque no está fuera. No está en las redes sociales, ni en la calle, ni en el sistema que nos rodea. Lo que hoy triunfa, mañana será derrotado. Lo que creemos bueno en un sitio, puede que sea malo en otro. No hay certezas. No hay estabilidad. Solo atreverse a mirar más allá, hacia la inmensidad del mar, el infinito expansivo del universo.
Si te resuena y te atreves, te leo. Tú decides tu enfoque, tu punto de vista. Que pases una fantástica semana.
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