Martes, 29 de Octubre de 2024. ¿Quién no ha recibido un escrito estilo «Lamentamos…»? La mayoría de los adultos en edad de trabajar, seguro. Antes, si mandabas un currículum a una empresa en respuesta a una oferta de trabajo, recibías una carta en respuesta, muy correcta en forma, pero en un párrafo aparecía tarde o temprano un «Lamentamos…». En la actualidad, los recibes por email. Es una forma educada de decir al candidato que no ha sido elegido. No se dan los motivos. Te los tienes que imaginar: buscamos a alguien con más experiencia, más formación, más idiomas, más disponibilidad. Te rechazan porque te falta algo, fuera lo que fuera. Quien busca trabajo no puede desanimarse, al menos no hasta el «Lamentamos…» número 1000. Además de la búsqueda de empleo, se plantea el hecho de formarse más para adquirir más experiencia y optar a un trabajo mejor. Bien, pues no es así. Porque también está la respuesta de la sobrecualificación: «Está demasiado formado para este puesto». Un fenómeno que sigue estando presente en el mercado laboral (en verano salieron un par de noticias en las que se decía que España era el líder de la Unión Europea en este tema) y que se trata de lo siguiente: el candidato al empleo tiene una educación y habilidades superiores a las requeridas. Un ejemplo: Un licenciado en Telecomunicaciones que conecta enchufes. Lo que debería ser una ventaja, se convierte en un inconveniente. Y no es tanto por los universitarios recién licenciados que se van al extranjero para mejorar un segundo idioma y aceptan trabajos en hostelería o cuidando niños. También ocurre cuando alguien quiere cambiar de trabajo, reinventarse, y descubre que se le cierran las puertas por que tiene más cualificación. ¿Se adecúa la formación al mercado laboral? No hablo de los planes de estudios de las carreras universitarias, que serían para revisarse a conciencia. Las empresas demandan unas cosas que son diferentes a la teoría que te dan en las aulas. Es algo que siempre me ha llamado la atención de la sociedad americana, en las series y en las películas nos muestran a abogados escribiendo discursos, o licenciados en literatura dedicándose al marketing. ¿Eso podría darse en España? Me quedo con la duda.
Titulitis, titulitis
¿Por qué escribo sobre estas cosas? Esta semana he estado actualizando el curriculum. Es bueno hacerlo de vez en cuando. Me he acordado que no había pedido el título de mi segunda carrera. Sí, tengo dos. El caso es que me metí en la página web de la universidad y lo primero es que no recordaba mis claves de acceso. Un par de mails después pude comprobar los precios para que me mandaran el título. Supera los 100€ tener el título, y por mucho. El certificado de haber terminado los estudios cuesta menos. No queda igual de bonito en la pared, eso sí. Y no sé si tendría validez en las oficinas del SEPE. Más de 100€ por un papel que se va a quedar colgado en la pared en el mejor de los casos. Porque, que yo recuerde, en ninguna entrevista de trabajo me han pedido que vaya con los títulos. El certificado de penales, sí, por haber trabajado en seguridad, pero el título no. ¿Será porque es la segunda? No lo sé. Lo que tengo claro es que a día de hoy, no creo que vaya a pagar esa cantidad por un papel. Me parece un desembolso desorbitado. No tengo titulitis, al menos no en ese grado. En las paredes de mi despacho no hay cuadros con mis títulos académicos, prefiero tener otras cosas. Comprendo que si te gastas esa cantidad de dinero en un papel, lo enmarques y lo cuelgues bien visible para las reuniones online. Una forma de prestigio y autoridad encubierta, para dar impresión. Quien se identifique con eso, me parece bien, es su película. No es mi caso. Sin embargo, esta situación me vino bien para sacarme el certificado digital y así poder acceder a la carpeta ciudadana. Es mucho más fácil que ir de forma presencial a las diferentes oficinas. Muchos trámites se pueden realizar desde el ordenador o desde el móvil. Y tienen validez oficial. Y ahí te das cuenta todo lo que saben de tí las administraciones. Mucho más de lo que crees. Porque todos esos datos, y son muchos, los tienen, seas consciente o no, quieras vivir el sueño de la libertad o no. Pienso en los que insisten en no usar tarjetas para que no sepan tus movimientos. Es una opción, aunque entiendo que dejaran el teléfono móvil en casa. Porque, en el momento que llevas ese aparato en el bolsillo, saben todos tus movimientos. Vivimos en un mundo digital. No es ser conspiranoico ni nada por el estilo. En el momento en que te mueves de casa, o navegas por internet, pueden saber lo que haces. ¿Quiénes? Cualquiera que tenga acceso a las múltiples cámaras que nos rodean. Allá donde haya cobertura móvil. No usas la tarjeta para que sepan de ti, para tener libertad, pero te expones constantemente en las redes sociales. ¿Coherente? Más bien vives en una ilusión, pensando que no participas en un sistema. Creo que la libertad no es pagar en efectivo, sino tener la posibilidad de decidir cómo quieres pagar. Comprendo que haya comercios que decidan no tener el pago por tarjeta por las altas comisiones bancarias que les cobran. Eso lo entiendo, pero que no me vengan con la ilusión del efectivo por el motivo de la libertad, porque no me lo creo.
El extraño uso del plural
Vuelvo al «Lamentamos…». El lenguaje es muy poderoso. Para un lector no es lo mismo leer un rechazo en plural que en singular. Para la mente, y el oído, no es lo mismo. Cuando lees un «Lamentamos» es la empresa, no la persona particular de Recursos Humanos. Se despersonaliza. La responsabilidad recae en la entidad grupal, no en una persona concreta. Alivia a la persona que firma la carta, o el email en estos tiempos. Es como un pelotón de fusilamiento. Un poco exagerado el ejemplo, lo sé. Ningún soldado sabe con certeza qué bala es la que ha quitado la vida al condenado. En nuestros oídos, el plural hace menos daño, diría que es más empático. Cuando un médico te da una mala noticia por un resultado, muchas veces utiliza el plural. «En las pruebas nos hemos encontrado algo que no nos gusta y vamos a… «. Por un lado suena a que estás en manos de un equipo, y por otro lado que no estás solo en la enfermedad, sea la que sea. El plural hace referencia a nuestro sentido primigenio de pertenencia. En un grupo, el individuo se crece, y se pierde al mismo tiempo. Juntos tenemos más fuerza, más capacidad, y la responsabilidad personal se diluye. Lo aprendemos desde pequeños, cuando imitas lo que hacen otros. Y ocurre lo mismo en la adolescencia, cuando la presión del grupo puede hacer que termines haciendo algo que no va contigo, sin embargo es necesario para que no te excluyan. Nuestro cerebro reptiliano entiende que estar solo baja y mucho las posibilidades de supervivencia. Nos escudamos en los otros, en el grupo. La conciencia personal no pesa, porque cuando comunicas un «lamentamos» lo haces porque es tu trabajo, no se lo pueden tomar de forma personal. Y en el «contrato social», el receptor sabe que es la empresa «ABCDEFGHIJK» y no «Pepito Pérez» quien ha decidido no contar con sus servicios. ¿Qué puedes hacer? Seguir mandando cartas, emails en la actualidad, respondiendo ofertas hasta que encuentres una empresa que te diga que sí, que te contrate. No rendirte. Puede que te cueste motivarte, sin embargo no puedes rendirte. Y algo muy importante es que te des cuenta de tu valor. No te rechazan a ti como persona, sino a tu curriculum. No eres ese papel, igual que no eres tus títulos, eso son etiquetas, nada más. Igual que ellos despersonalizan, no te lo tomes como algo personal. Eso te ayudará a seguir adelante. No es un fracaso, sino un aprendizaje del que puedes sacar conclusiones para mejorar. Sí, puede que suene a happy flower, a frase hecha del todo a 100, pero es importante que no pierdas el foco, el para qué has enviado el curriculum. Cuando pones la atención en el para qué, no te desmotivas. Puedes cansarte, pero no te rindes porque lo llevas a lo que tú quieres, a tu propósito.
Si te resuena y te atreves, te leo. Que pases una fantástica semana.
Deja una respuesta