Mente maléfica

Cuenta la leyenda urbana que, entre todos los habitantes de la ciudad, el más temido por los teleoperadores era, sin lugar a dudas, “Mente Maléfica”. No había argumentario capaz de venderle una nueva suscripción, un cambio de empresa de telefonía, de luz, de gas o cualquier otro producto. Las malas lenguas decían que las llamadas se grababan por él, no por mejorar el trato al cliente. Tal era el terror que sentían, que los empleados de los call center habían sustituido, en las noches de cuento de sus hijos, al hombre del saco por Mente Maléfica. 

Nadie sabía su nombre, su dirección o su teléfono. Era un ciudadano anónimo. Porque el teleoperador quedaba en tal estado de shock tras la conversación, que se olvidaba de anotarlo en su ficha de clientes. No compartían información con otras empresas. Cualquiera podía ser su víctma.

Así que, llamada a llamada, el shock pasó a la psicosis. Las consultas de los psicólogos de empresa no daban a basto. Se incrementaron la solicitud de baja por ansiedad, una excedencia o directamente se despedían de forma voluntaria. No tenía sentido perder la salud mental por un sueldo de mil euros. Los puestos de teleoperador cada vez tardaban más en cubrirse. Hasta hubo una propuesta ante el Ministerio de Trabajo y Economía Social para declarar la profesión como de riesgo. Lo estaban estudiando en una comisión.  

Más de un trabajador desarrolló manía persecutoria en su vida personal. Esperaban que apareciera de pronto en la cola de las cajas del supermercado, en la parada de autobús, cruzando un paso de peatones, en una hamburguesería o repostando gasoil. Entonces, cuando creían que era un día normal y corriente, una voz a su espalda les susurraría “sé quién eres y a lo que te dedicas”. Una voz que a partir de entonces jamás olvidarían. Lo peor de todo era que, al darse la vuelta, no había nadie. Cuando se conectaban para iniciar la jornada laboral no sabían lo que iba a ocurrir. Ningún formador les había preparado para esa situación tan traumática. Y eso que les ponían a los más expuestos, las grabaciones de las llamadas. Por ellas la normativa era clara: nada de tratar de tú, con familiaridad, a los clientes, ni restarle importancia a la pareja del titular.

¿Quién era Mente Maléfica? Si tuviera un gato, seguro que sería el número 1 de Spectra o le habría quitado el puesto al doctor Gang al frente de M.A.D. Ni James Bond ni el inspector Gadget eran rivales para él. No se limitaba a torear a las llamadas pesadas con música en espera, ruidos extraños o cualquier cosa que pudieran salir en tiks, reels o memes divertidos de las redes sociales. Eso lo podía hacer cualquier youtuber con límitado coeficiente intelectual.

¿Héroe o villano? Para los teleoperadores, era malvado, para los ciudadanos normales que conocían su existencia, era un héroe sin capa, un modelo a imitar, una fuente de inspiración para creadores de contenido. Alguien que había decidido dejar de ser una maceta de pasillo, el blanco de los impactos de un marketing abusivo que no tenía más respeto que la capacidad adquisitiva. La gente no era gente, solo potenciales clientes a los que vender. Esas malas prácticas fueron las que hicieron el clic en su interior. No era nada personal. Él también fue en su momento un teleoperador.

¿Por qué se comportaba así? Porque estaba cansado de recibir llamadas que no había solicitado, molestas, incómodas, que le hacían perder su valioso tiempo. Entendía que el trabajador de turno no tenía la culpa de trabajar en una empresa tan poco seria, cobraban a comisión por ventas, pero ante su insistencia, el hartazgo despertó su mente creativa. Una vez despierta, no había límites. Y si el que llamaba se ponía borde, grosero, intimidatorio o traspasaba el límite de lo educado, entonces que Dios le pillara confesado, no tenía piedad, se aseguraba de que no volviera a hacerlo con otros clientes. Era un vengador telefónico. Enseñar al ignorante debía ser una obra de misericordia. 

De las estafas telefónicas mejor no decir nada. Le irritaba recibirlas. Hasta en su nueva versión, los mensajes de whatssapp con links extraños o historias trágicas. Las detectaba en el primer segundo. Despertaban en él su parte más psicópata y cruel. Se imaginaba a ancianos sufriendo por el engaño, perdiendo su hogar, sus ahorros y temblaba hasta Lucifer con su capacidad de dejar por los suelos al listo de turno. Porque sí, tratar de engañar a la gente era de hacerse los listos y, siempre hay alguien que tarde o temprano te deja en tu lugar.

Lo peor de todo, para los teleoperadores por supuesto, era su tono de voz, relajado, normal. No era de los clientes que se enfadaban, les gritaban hasta la saciedad que estaban en lista Robinson, que no querían sus productos. A esos sabían cómo tratarlos. Tenían argumentarios de sobra para pastorearlos hasta el objetivo de venta, perderlos en la burocracia hasta que desistieran de la queja o de la baja de servicio. Él no, les escuchaba sin desagrado, respondía a sus preguntas con educación y cuando pensaban que era una llamada normal, hasta de esas que podían apuntar para sus comisiones, ¡zas! Hacía añicos sus ilusiones. El pobre teleoperador se daba cuenta demasiado tarde de que había caído en su trampa. 

Y un buen día, como por arte de magia, dejó de aparecer. ¿Cambió de domicilio? ¿Había abandonado la ciudad, la vida? ¿Qué había ocurrido? Sencillo: la nueva función de filtrar. Su teléfono inteligente se encargaba de seleccionar las llamadas deseadas de las de marketing. Todos aquellos que no estaban en su diminuta agenda pasaban por el filtro de la inteligencia artificial. Y no, por mucho que insistieran, ni les iba a agregar al WhatsApp ni iba a perder su precioso tiempo devolviendo la llamada. Que hablaran entre máquinas.

En sus ratos libres buscaba la forma de hackear la función para que respondiese de diferentes modos: como el asistente personal del titular, un operador del canal de teletienda, un moroso profesional, un fumado de lo espiritual o una abuelita enfadada. Se deleitaba pensando en las caras de los que estaban al otro lado del auricular. En su interior, aunque se prodigara menos, era Mente Maléfica y volvería a aparecer con una llamada al fijo inoportuna, venta o incompetencia en un servicio. No entrenaba para ello, disfrutaba más con la espontaneidad. 

E el fondo no era héroe ni villano, solo una persona que protegía su espacio y su paz mental, un multi perfil de personalidad trabajado y equilibrado. Ni mejor ni peor que los demás.

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