Entre manuscritos y escaleras

Entre manuscritos y escaleras

Martes, 10 de diciembre de 2024. En casa tenemos una escalera, mejor dicho un peldaño, en el que nos hemos caído todos. Le hemos puesto antideslizante, revisado si estaba la baldosa suelta, el pasamanos… pero nada. Cada cierto tiempo, uno de nosotros tropieza y si no vamos con mucho cuidado, terminamos besando el suelo. Lo curioso es que ocurre siempre en el mismo peldaño, da igual que subas o que bajes. Es llamativo porque es un peldaño por el que pasamos a diario varias veces, en cuanto te confías, ¡zas! Y si solo fuéramos uno, pues sería torpeza, sin embargo a todos nos pasa. Es seguro que tendrá alguna explicación, aunque no la hayamos encontrado. Ayer, pensando en ello, llegué a la conclusión de que es un lugar de paso. Cuando subimos o bajamos, siempre es porque tenemos algo que hacer después, la escalera es un medio como lo es un trayecto en carretera. Vamos del punto A al punto B y tenemos que pasar por allí, nuestro cuerpo lo tiene tan asimilado que es un momento en el que no está pendiente. Y ese peldaño me recuerda la importancia del presente, de estar en lo que me toca hacer, de quitar el piloto automático. Se dice fácil, sin embargo me atrevo a decir que el 90% de nuestras acciones cotidianas son automáticas. Si vamos por la calle, salvo que estemos en una zona de dueños incívicos de perros, ya sabéis los que siembran de cacas las aceras, no prestamos atención a nuestra forma de andar. Normal, queremos llegar pronto a la panadería o al super. Vamos a la parada del autobús con el tiempo justo y no estamos para pensar lo que dicen nuestros pasos, o cómo es el firme que pisamos. Eso lo dejamos ya si eso para cuando paseemos por el bosque, o la montaña. Si estás en el trabajo, saltas de tarea en tarea, de reunión en reunión y a veces no levantas la vista de la pantalla, ni eres consciente de cómo está tu cuerpo o de cómo estás respirando. Porque tu mente está muy ocupada en la lista de tareas pendientes, de cosas por hacer. Y de conducir ya ni hablamos. Cuando aprendes vas con mil ojos, nada de música que puedes liarte y no saber si has pasado por el punto muerto para ir de segunda a tercera. Como el trayecto sea conocido puede que llegues al destino y no tengas recuerdo de haber pasado por la tercera curva a la izquierda justo antes de la gasolinera. Hacemos las cosas y no las retenemos en la memoria. Estamos demasiado ocupados en otras cosas. Hasta el momento en que ese nimio detalle falla. Tropezamos y moratón al canto.

¿Escribir te divierte?

Así, me encontré esa frase de sopetón en medio de una lectura rápida. Me paró en seco. Un jarro de agua fría en toda la cara. Si tú no te diviertes ¿cómo van a hacerlo los lectores? Me detuvo, sí o sí, como una bofetada de Bud Spencer que te puede alinear los chakras de un solo tortazo. Porque hace mucho que no me lo planteaba. Es como el peldaño, es tan habitual que pierdo la perspectiva y termino de bruces en el suelo. En cualquier profesión supongo que es igual, si no te diviertes en lo que haces, si no te lo pasas bien, trabajar es una condena, un morir a plazos. Ya, ya sé que divertirse haciendo tablas de excel, o recogiendo las cacas de las aceras, o atendiendo a los clientes que van a comprar la fruta, puede que no sea muy divertido. Pasamos, mínimo, 8 horas de nuestro día en el trabajo, sea lo que sea, si no te diviertes, te amargas y te quejas de un tercio de tu vida. Se dice pronto. Y no es ser bobalicón, sino un poco más consciente. Para un creativo el trabajo de oficina puede ser demoledor. Sin embargo, si intentamos darle una chispa, una decisión de un segundo divertido, puede que algo cambie. Lo peor que podemos hacer es quejarnos. Eso no nos lleva a ningún lado, de hecho es uno de los ladrones de energía, junto con el tiempo. Pero podemos probar otra cosa. Si lo de siempre hace que obtengamos los mismos resultados ¿qué tal si vamos por otro camino, un cambio de perspectiva? Añade algo nuevo, un detalle. Detente por un instante en una categoría del excel, o en el escalón. Si escribes, relee la primera línea del párrafo. En vez de ser un bloque, piensa que son ladrillos. Cambia una frase de sitio y a lo mejor dice algo diferente lo que has contado. Usa la creatividad, tu imaginación es una herramienta poderosa que puede llevarte a que cada día sea una aventura. Es un cambio de mirada que depende solo de tu decisión. Nadie te lo puede quitar. Por fuera puedes seguir haciendo lo mismo, por dentro la perspectiva cambia. Y si cambias tu visión, tu realidad cambia. No es magia. O a lo mejor sí lo es, querido muggle (si no has leído o no conoces a Harry Potter, un muggle es una persona no mágica. Es una buena lectura para Navidad, ahí lo dejo ;-)).

¿Qué hay de nuevo, viejo?

Pregunta habitual de Bugs Bunny. Podemos llevarlo un poco más allá. ¿Qué hay de nuevo en tu trabajo? A lo mejor esa tabla de excel puede tener colores más divertidos que el gris. O puedes marcar la diferencia con la comunicación no verbal. Me explico: Entras en el bar de siempre, a tomar lo de siempre. Llevas toda tu vida laboral con esa rutina. ¿Te sabes el nombre del camarero que te atiende? Si la respuesta es que no, prueba a dirigirte a él por su nombre y observa la respuesta, de lenguaje y corporal. No es una máquina. Si a ti te gusta que te saluden hasta en los emails de marketing que acaban en la papelera, ¿cómo no les va a gustar a los camareros, a las cajeras del super, al cartero o a quien te atiende en la caja del banco que te dirijas a ellos por su nombre? Recuerdo que cuando trabajaba en una oficina, pasaba todos los días delante de la caseta del vigilante de seguridad. Como todos los trabajadores. La mayoría saludaban sin prestar atención. Mostraban la tarjeta y seguían a lo suyo. Salvo con el vigilante más veterano. Quien no saludaba, no pasaba. Y si no lo hacías, te lo remarcaba con un «Buenos días, buenas tardes, buenas noches». Y no era ser borde, sino tener educación. ¿Tanto nos cuesta saludar? No se trata de estar de palique, pero reconocer que hay otra persona delante es lo mínimo. No son invisibles, aunque a algunos se les olvide. El peldaño de mi escalera tampoco lo es.

Manuscritos y escaleras

La diversión nace de una decisión, de nuestra actitud. Nace de nosotros en todo lo que hacemos. ¿Escribir me divierte? A veces no, puedo verlo como una lucha entre lo que quiero decir y lo que termino diciendo, una pelea conmigo misma, con ese mandato de «sé perfecta» que se encuentra en la penumbra y aparece cuando menos me lo espero. ¿Quién puede cambiar la situación? Yo. No voy a decir que si no te diviertes en tu trabajo, lo dejes y busques otro. El mercado laboral no está para ese tipo de florituras. Lo que sí puedo decirte es que pruebes otra cosa. Si escribir no me divierte, porque estoy con una escena de paso, o revisando por tercera vez un manuscrito, puedo utilizar mi imaginación para verlo desde otra perspectiva. Es importante detenerme a observar lo que sucede, cuestionarme lo que ocurre, dejar el piloto automático y ser consciente. Las mejores decisiones se toman desde ahí, desde el observador. Nos abre el campo, las oportunidades. Un soñar despierto de forma sana. Si me aburre una escena por ejemplo, puedo cambiar de tercera a segunda persona, o quitarla y ver si cambia la trama, o poner una conversación entre dos personajes, o meter un detalle chocante, un sombrero de copa en un puesto de perritos calientes, por ejemplo. Algo que me enganche, que provoque las ganas de jugar, que me permita zambullirme de otro modo. Si tropiezo siempre en el mismo escalón, probar a subir la escalera sin pisarlo. O aprovechar ese sitio para hacer steps, o como se llame. Lo más importante es aprovechar lo que la vida nos ofrece para sacar lo máximo en esa escalera espiral hacia nuestra mayor realización, hasta la cima… y más allá.

Si te resuena y te atreves, te leo. Que pases una fantástica semana.

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