Septiembre

Septiembre

Martes, 3 de Septiembre de 2024. A veces por un pequeño detalle nos toca modificarlo todo. Me explico. Quién sabe por qué, hace una semana estuve mirando lo de la política de cookies en la web. Y al querer ponerla, me encontré que lo que utilizo para publicar me daba problemas. Tenía que mejorar el plan de servicios porque no podía instalarlo como yo quería. Temas técnicos que no vienen al caso, como tengo un hosting donde ubico la web de mi actual proyecto, decidí migrar el dominio y la web de WordPress en la que escribo (esta). Bien, el cambio del dominio no costó mucho, pero el contenido empezó a dar tantos problemas que hizo que me lo replanteara. No es posible volver atrás porque el nombre de la web estaba cambiado. ¿Qué hacer entonces? Observar. No creo en las casualidades, así que, si estaba teniendo tantas dificultades, lo mismo la vida, el universo, como quiera llamarlo cada uno, me estaba indicando que había que parar y mirarlo. La intuición me decía que pasaba algo en mi realidad. Lo mismo me había acostumbrado a la antigua web, pensaba que iba a ser un comienzo de mi año particular mucho más asentado y ahora parece que estoy en pleno huracán. Como siempre tenía dos opciones: la primera reacción era cabrearme, arrepentirme y todas esas emociones que drenan energía. La siguiente opción era preguntarme ¿qué es lo que tengo que aceptar?, ver lo que me estaba molestando de la situación y descubrir la oportunidad que me presenta para llegar al lugar en el que quiero estar, cuál es la enseñanza que puedo sacar de todo esto. No hace falta decir que, una semana después, estoy en un nuevo comienzo de la web. Sí, aun no he encontrado la plantilla con la que me sienta más cómoda y no he conseguido poner todas las cosas que quiero, paso a paso, no soy informática, lo mío es crear contenido.

El miedo de los inicios

Los inicios dan miedo. Claro que aumentan nuestro entusiasmo, pero cuando estás al borde del salto de fe, tienes miedo. Aunque lo que te espere sea mucho mejor. No pasa nada por reconocer ese miedo o darte cuenta de que no estás al 100% de energía, que por muchas ganas que le eches, aparecerá la vocecita de «no lo hagas». Por mi experiencia, es mejor hacer, que arrepentirse de no hacer. Tarde o temprano hay que moverse. ¿Andarías 10.000 pasos con una piedra en la sandalia solo porque te da pereza detenerte y quitártela del pie? Sin embargo, eso lo hacemos de forma constante en nuestro día a día. Nos quedamos en un sitio porque es lo que conocemos. No se trata de ser kamikaze, por supuesto que no, pero tampoco ser el felpudo de los demás o la tonta del bote. Volví a ver esa película hace poco. No es la mejor que se ha hecho en España, ni mucho menos. Quien sabe, lo mismo empiezo a escribir sobre mis reflexiones de películas en futuros artículos, pero hoy no. Lo que sí que puedo decir es que tengo «detectores» en mi vida. Pueden ser objetos, películas, libros, canciones, textos míos, en definitiva son resortes que hacen que me active, que me dan ese empujón. Cuando los reconozco en mi vida es un indicativo claro que hay que moverse. Me pasó. Sin saber por qué, terminé viendo la tonta del bote de Lina Morgan y con una canción japonesa que no paraba de repetirse en mi cabeza. La última vez que coincidieron fue hace 7 años, justo cuando empezaban a moverse mis circunstancias. Es mi pistoletazo de salida de una nueva etapa. Por mi crecimiento personal, sé reconocer esos pistoletazos. Antes me asustaban, ahora los veo como pistas para que esté más atenta y vea los cambios. Es como los surfistas que, tras un rato de observar el mar, pueden ver la cadencia de las olas, saber si van en grupos de tres o de cinco. El ser humano lo ha hecho durante toda su historia, de ahí la importancia de los refranes, la capacidad de ver los cambios en el clima para pronosticar las estaciones. Es la importancia de la observación. Si no haces caso, se repetirán. Otro ejemplo: el cuerpo humano. No soy científica, pero es claro que el cuerpo nos manda avisos para reconducir nuestra vida. Si tienes mucho estrés, aparece la caída del cabello, el picor de piel y otros síntomas. Si no prestas atención, te parará con una bajada de defensas que te harán pillar un resfriado de verano, o te dejará afónico. Si no es algo peor. Claro, si al primer aviso, anulamos los síntomas, no veremos la causa. ¿Qué hacer? Observar y aprender. Y no se trata de teorías estilo new age sino de modificar algo. Si al tocar la plancha caliente me quemo, no lo vuelvo a hacer. Si esto es así de claro en lo cotidiano ¿por qué no observamos igual nuestro interior? Es posible que nos ahorráramos mucho sufrimiento solo con prestar atención a las señales.

Lo que debería darnos miedo es la rutina

La DGT nos los recuerda en cada noticia. Las carreteras por donde más transitamos, los trayectos habituales, son los que más riesgo de tener un accidente. ¿Por qué? Porque nos los conocemos y bajamos la guardia. El cerebro se acostumbra a la rutina, le encanta de hecho. Le permite ponerse en modo automático, dejarse llevar y ahorrar energía. Surge un imprevisto y nuestra capacidad de reacción es más lenta. Por eso, comenzar algo nuevo, enfrentarse a lo desconocido, nos mantiene alerta. Recuerdo que mi psicóloga me insistió mucho en exponerme a un miedo hasta que me acostumbrara. En aquella ocasión eran las montañas rusas. En otros momentos puede ser la página en blanco. Y ahí, una vez más hay dos opciones: miedo por lo desconocido, entusiasmo por la oportunidad. Son pequeños entrenamientos para momentos más fuertes, lo que llamamos los escritores, nudo o giro de la historia. No es necesario nadar con tiburones blancos para entrenar, la vida cotidiana nos da muchas oportunidades pequeñas para que cuando llegue una gran ola, sepamos surfearla, o al menos podamos no caernos de la tabla. A veces nos gustaría saltarnos etapas. Por mi experiencia puedo decir que mejor que no. Lo que aprendes en los primeros pasos es lo que te mantendrá en pie sin perder la calma cuando llegue el temporal. Sí, es fácil decirlo, sin embargo, no hay mejor aprendizaje que esa capacidad de adaptación, de saber mirar, leer las circunstancias. Forma parte de la vida, cada uno tiene su propio camino y, si me permites un apunte más, si no te lo piden, no te metas en el proceso de otros. Si lo hacen, pregúntate si quieres, puedes y tienes conocimientos para hacerlo. Estamos habituados a opinar de todo, para bien y para mal. No sé si es la característica principal de la vida moderna o post moderna como dicen algunos. En muchos casos, los que más opinan, son los que menos hacen. Y en otros, tomarás partido sin saber las tres caras de la verdad, la de un lado, la del otro y la verdad. Cada uno vivimos en nuestra película, vemos la realidad desde nuestros ojos, desde nuestras emociones. Y así, la volvemos subjetiva. ¿Y desde dónde miramos la realidad? Una vez más, dos opciones: desde el miedo o desde el amor. Hace poco tuve una experiencia con un comentario negativo. Podía quedarme en esa negatividad y responder desde el miedo a no gustar, a no ser valorada… o bien, hacerlo desde lo que puedo aportar a las personas que se encuentren en la misma situación, desde el amor. No podemos controlar las reacciones de los demás. Ante cualquier cosa que hagamos, habrá gente que lo ame y gente que lo odie. Pero podemos elegir desde dónde actuamos nosotros. Y no es una opción que sea inamovible. Habrá veces que lo más conveniente sea el amor y otras en que nos podamos decantar por el miedo. No sé vosotros, pero por mucho que me diga alguien que es fantástico, el miedo a no sobrevivir me impide tirarme de un avión sin paracaídas. La principal función del miedo, que no es ni bueno ni malo, es mantenernos con vida.

Termino ya que me toca seguir con los cambios técnicos. Tarde o temprano encontraré lo que más se adapta a mí, porque observar no implica quedarse quieto. Y no quería faltar a mi compromiso conmigo misma de escribir cada martes, así que, aunque esté en obras en el blog, mantengo la cita, mi palabra. Si te resuena y te atreves, te leo. ¡Que pases una gran semana!

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