Lorem Ipsum

Lorem ipsum. ¿Quién era el luces que había decidido poner eso para medir la extensión de los textos de una web? ¿Qué significaban esas dos palabras? Dejó latín en segundo de BUP. Sí, era de la generación EGB. No le gustaba las letras. En cuanto pudo, se metió a ciencias y las dejó muy atrás. La historia y la cultura clásica tenían un pase, el latín no. Era una lengua de muertos. ¿Quién le había confundido con un loro? Sin embargo, a veces, su mente aun decía -a, -a, -am, -ae, -ae, -a.

Su lenguaje eran las matemáticas. En su cabeza los números bailaban hasta explicar la realidad. En el fondo, matemáticas y música estaban unidas. Para los no iniciados ambas eran incomprensibles. 

Lo hizo todo bien, aunque el trabajo saliera mal. No se adaptaba a las oficinas. Demasiado creativo para ser encorsetado. Sin embargo, la creatividad no pagaba facturas ni ponía un plato en la mesa. La tuvo que aparcar, meter en un viejo baúl del desván y ser como todos los demás. La corbata le ahogaba. Ese llevar traje sin importar el tiempo tampoco era lo suyo. Y las camisas, si Dante las hubiera conocido en su tiempo, habría otro infierno. Daba igual cómo las lavara y su planchado, siempre había una puñetera arruga. 

Allí estaba, arruga en la manga incluida, delante de un ordenador, en una oficina donde su nombre solo era una cuenta corriente, en las tripas de una web, con el título LOREM IPSUM. El cliente no le había proporcionado los textos. Puede que, si algún día le sobraba tiempo, investigara de quién había sido la idea. Parecía que los romanos tenían la última palabra en la modernidad. Si no la última, la penúltima. 

En los programas de creación de textos también estaba para los ejemplos de formato. Casi le dio un patatús la primera vez que conectó su Mac de segunda mano y vio Lorem Ipsum para rellenar un curriculum vitae. ¿Acabaría la IA con el latín o seguiría detrás, en un misterioso y desconocido algoritmo? Era un idioma muerto. ¿O no? La terminología científica se aferraba a él. Así no tenían que establecer la superioridad de una lengua, nada de inglés, francés o español. La ciencia hablaba latín. Era una de las coincidencias con la Iglesia. ¡Por fin habían encontrado algo en común ingleses, franceses, alemanes, españoles, creyentes y científicos! Todos contentos

¿Tendría sentido entonces su antiguo plan escolar? ¡Le parecía tan desfasado en su momento! Cada mañana, al enfrentarse a un nuevo documento, a un nuevo diseño, la carcajada de don Alberto, el de latín, resonaba en sus oídos. “Sin el latín, hombres de ciencias, no seréis nada”. A regañadientes le daba la razón antes de comenzar su tarea.

¿Qué significaba “Lorem Ipsum”? La pregunta le recorría la cabeza cada vez que sus ojos se posaban en el título de la web que sería Tuberías Pepe. Pero tenía que concentrarse en la tarea. Aun sin textos, aun sin cumplir su parte, el cliente exigía que los plazos se cumplieran. Y él necesitaba el sueldo a fin de mes para seguir viviendo, si es que eso era vida. Una columna por aquí, una caja de texto por allá. La imagen de marca con su respectiva paleta de colores. Diseño atractivo, elegante, funcional. LOREM IPSUM. 

Una y otra vez su vista encontraba esas palabras en el monitor, tanto que estaba seguro que las vería si le daba la vuelta. Cedió al chantaje visual. Solo serían cinco minutos de navegación. Muchas definiciones de un texto cada vez con menos sentido. Lo atribuían a Cicerón en su origen del siglo I. Lo curioso es que se utilizaba para evitar distracciones. Como no era algo coherente. ¡Un cuerno! Puede que otros no se preguntaran por él. Fuera muy lejano para las nuevas generaciones que no habían tenido a don Alberto machacón con -a, -a, -am, -ae, -ae, -a. Hacía más de 30 años de sus lecciones y aun podía escuchar su voz. Don Alberto ya no estaba en el mundo, su voz continuaba declinando en su cabeza. Siguió investigando. El cretino que impuso el LOREM IPSUM no estudió en los claretianos de Madrid.

Ya no estaba en el pupitre, sino en la oficina. No había un cuaderno de cuadros delante, sino un monitor. Ya no era un chaval de 15 años, en plena adolescencia, con la cabeza llena de sueños deseando ser mayor, sacarse el carnet y pasar a la maravillosa universidad de la que tanto hablaban. La vida le había demostrado que todo eso era solo un cuento de viejas para hacerle estudiar más cosas que pasarían al olvido una vez entregado el examen. En las aceras de ciudad universitaria no había arena de playa, solo otros adoquines grises, libros y cuadernos. La libertad hacía tiempo que se había mudado. Dejó los matones del instituto por el anonimato de los mayores de edad. Al menos eso lo ganó. Sin moratones en la espalda y en las piernas se vivía mejor. Y la cafetería era más tranquila. Ser una sardina más en el metro no era agradable, pero sí era tolerable.

Sí, entre frikis que soñaban con coches voladores y los aparatos de Star Trek se estaba mejor. En el andén conoció a Claudia. Estudiaba derecho. Era simpática. Otro fue su novio. Después conoció a Pedro y se hizo un lío. También otro fue su novio. Le invitaron a la reunión de antiguos alumnos. No fue. Los viejos tiempos no eran mejores. Para nada.

Dolor en sí. Ahí estaba la traducción que buscaba. Tenía razón. Diseñar webs era un dolor en sí. Al menos para los clientes quisquillosos, mal pagadores y que no cumplían. El trabajo era un dolor en sí. Cicerón llevaba veintiún siglos proclamándolo, aunque nadie le hiciera caso. No era agradable. ¿Qué habían hecho con su obra? Le habían quitado todo significado para convertirla en una extensión de letras, nada más, que se repetía como algo sin nada de importancia. Para que otro lo seleccionara y lo sustituyera. A eso había quedado reducido Cicerón. A la incoherencia.

Había silencio a su alrededor. Estaba solo en la oficina. Ni su jefa, de treinta años recién contratada, le había avisado. El fin de la jornada laboral había llegado. Su trabajo seguía igual. Lorem Ipsum como titular. Recordar le había costado caro. Tendría que echar horas en casa para tenerlo todo al día siguiente. Con la cantinela de -a, -a, -am, -ae, -ae, -a, salió de la oficina para, tras la cola del parking, incorporarse a la riada de coches de la M-40.