Martes, 17 de junio de 2025. Ayer llegamos a los 33º. Ya no hay duda: el verano ha llegado, pegando fuerte. Y con él, las horas extra de luz. Es extraño, porque el atardecer ocurre casi a las diez de la noche, a las 21:49 para ser más exactos. Más horas de sol, para estar en casa en penumbra. En la calle no se aguanta, salvo si estás en una terracita, con una bebida bien fría y ya de paso algo de picar. Como todas las estaciones, el verano en la ciudad tiene sus cosas buenas y sus cosas a mejorar. Tengo que reconocerlo, prefiero el calor seco. El pegajoso de la zona del Mediterráneo no lo aguanto. Esa humedad que te duchas y a los 5 minutos ya estás chorreando, que se te pega la ropa a la piel y te quema la garganta al respirar, no es para mi. Recuerdo veranos de un bochorno pegajoso insoportable. Mientras estabas en la playa, en el agua, se podía aguantar, pero fuera, por las calles, el juicio del sol, del salitre y la humedad, no tenía ningún tipo de sentido ni piedad. Los sitios donde más calor he pasado en mi vida son ciudades de costa, sin lugar a dudas Barcelona y Almería. La sensación térmica llegaba a la crueldad.
El verano tiene sus cosas buenas, claro que sí. La mayoría disfrutamos de vacaciones, que es cambiar unas actividades por otras, hasta el no hacer nada y estar tumbado al sol es una actividad. Puedes tener la perspectiva de que , tras un duro trabajo, te has ganado un verano de descanso, merecidas vacaciones. En realidad es un cambio de actividad. Puede que no vayas a la oficina, pero siento recordarte que hay que seguir con ciertas obligaciones que debes seguir haciendo: conducir, cocinar, limpiar… no se hace por arte de magia. Salvo que vivas del aire, toca seguir haciéndolo.
El verano es el momento perfecto para recargar nuestras pilas internas. Almacenamos vitamina D, recuperamos horas de sueño (a veces sí, a veces las perdemos) y es la temporada de los inicios, de las novedades. Cursos, campus, nos abren a nuevas perspectivas y despiertan nuestro ingenio para cuadrar horarios de toda la familia, llegamos hasta a hacer encajes de bolillos, sumando actividades en las mismas horas porque si no, no se llega. Parece que no lo vamos a conseguir, pero sí, sucede todos los años. Aunque los peques de la casa tengan vacaciones y los padres no, se consigue, aun a costa de estirar la cartera en campamentos urbanos o en otros cursos. Las carreteras se vacían de rutas, aunque se llenan de excursiones diarias a parques temáticos, visitas culturales… Hoy, todavía no han acabado las clases escolares oficiales, ya me ha llegado su publicidad. Y si la empresa en la que trabajas es «moderna», los campamentos se facilitan en ella. Compartes trayecto al centro de trabajo y mientras estás en la oficina, tu hijo se reúne con los hijos de otros compañeros y se van al zoo, al parque de atracciones o a ver el planetario. No es mala opción y puedes ser más productivo. Todos ganan. Eso si tu empresa es moderna, si es de las de toda la vida, tendrás que arreglártelas lo mejor que puedas, como se ha hecho siempre.
Quitando el calor y la locura de cuadrar horarios, me gusta esta estación. Apetece más salir, el cerebro se oxigena y surgen nuevas ideas para escribir. Los cambios de aires desbloquean las historias, hay más vitalidad, se respira, se siente. Cuando superas las horas de aplatanamiento, todo se llena de vida. Así lo percibimos. Porque todo depende de tu forma de mirar. Hace poco fui al cine, a ver la última de Tom Cruise. Y sí, se nota que es la última de la saga porque la película dura casi tres horas y una hora y media es puro relleno, un «flash back» de manual. Sacan escenas de otras películas, vuelven al presente recuerdos del pasado, que es lo que significa «flash back». Pues en esa experiencia, antes de ir a la sala había leído muchísimos comentarios negativos. Con lo cual mi mirada ya estaba condicionada. Entré a mi cine de referencia, llevo más de 20 años viendo películas allí, y de repente empecé a fijarme en todas sus deficiencias. Lo primero, el precio. Te insisten en que las plataformas digitales están «matando» (les va mucho el dramatismo) las salas de cine. De lo que no hablan es que el precio de una butaca normal de una sala normal es de 12€. No estoy hablando de butacas VIP, de las anchas o de las que se reclinan, de salas de tecnología 4DX, IMAX o cosas así. No, no. Una sala normal, una butaca normal, bastante desgastada del uso de años y años, 12 €. Si quieres beber algo o comer palomitas, te encuentras carteles que indican que se reservan el derecho de admisión porque no permiten traer comida y bebida de fuera. Sí, es una práctica abusiva e ilegal porque su negocio no es la restauración, pero lo ponen y se quedan tan panchos. Si pasas por el aro, vas y te encuentras que el combo de palomitas y refresco son… otros 12 €. Con lo cual, te has gastado por persona, mínimo 24€. Por mucho que corra Tom Cruise o que sea fabulosa la película, que no lo es para mi gusto todo sea dicho, es una experiencia cara. Por ese precio puedo alquilar o comprar muchas películas en casa. Sí, no es pantalla grande, pero estoy cómoda en mi sofa y no me gano las charlas de los vecinos, los pitidos de los móviles no apagados y otros inconvenientes. Y recalco, butacas desgastadas, porque el mantenimiento brilla por su ausencia. Un precio alto y en este caso, un aire acondicionado bajo. Con tanta gente, me da que en sala no llegamos a los 33º, más superamos los 26º, fijo. Sí, mi perspectiva estaba condicionada por la opinión de otros, verificada por mi propia experiencia. A lo mejor si no hubiera sido así, habría disfrutado más de la película. Son elucubraciones. ¿Volveré al cine? Es muy probable que no. 24€ dan para alquilar el mes que viene, o cuando sea, las películas que me interesan que están en cartelera en la actualidad, que son muy pocas porque desde el COVID-19, la oferta ha bajado mucho, quien sabe por qué. Puede que vaya a ver otra película, pero seguro que será en otro cine. Ya no me compensa ir a uno que parece anclado en el siglo XX, de hecho ha empeorado, porque en el vestíbulo ya no hay mesas o asientos para esperar hasta que abren la sala. Ese cine no es una buena opción para sobrellevar los 33º de fuera.
La percepción cambia la experiencia. No vemos las cosas de igual modo si tenemos un calor que nos achicharra. Requerimos un espacio vital. En verano aparecen las aglomeraciones en la playa, en las terracitas, en los lugares turísticos y en los medios de transporte. Sabemos que se produce. La diferencia es la perspectiva, nuestra decisión para afrontarlo. Algunos huyen de las ciudades, otros la disfrutan cuando se vacían. Cambias tu lugar de residencia para ir a un sitio que si es conocido estará igual de lleno que la Puerta del Sol en Nochevieja. Por eso, voy a elegir la perspectiva que más me conviene. Eso no quita que no sea consciente de la realidad que me rodea. Quien decide si es buena o mala soy yo. Los 33º tienen muchas posibilidades. Un ejemplo, aproveché para lavar los peluches a mano con agua fría en la bañera. Fue refrescante. No era el mejor día para planchar (de hecho me pregunto si hay algun día que lo sea) , por ello me dediqué a otras cosas. Y si se trata de estar entre fogones, apetecen comidas fresquitas, ensaladas y fruta de temporada. La realidad, los quehaceres, siguen siendo los mismos, cambia la perspectiva. Puedes quejarte o tomártelo como la oportunidad de hacer otras actividades. ¿Qué pasaría si ante una situación, cambias el cristal de la queja, por otro que te abra a nuevas posibilidades? Es una propuesta, eres libre de aceptarla. Si lo habitual ante una temperatura elevada es el «¡qué calor!», puede (es una posibilidad) que verlo de otra manera te cambie el momento. ¿Hace calor? Sí, es verano… bienvenidos sean los helados, las bebidas frías, las camisetas y los pantalones cortos. Es hora de sacar las sandalias y llevar los edredones al tinte para una limpieza. Tu experiencia depende de tí. Te pueden influir, sí, pero es cosa tuya. Es tu libertad, tu elección, tu propia responsabilidad. Si te cuesta caminar, ve más despacio, no pasa nada. No lo veas como un ataque o un síntoma del paso de los años, de esos kilos de más que llevas encima. ¿No puedes salir a las 15:00? Pues quédate en casa, con un buen libro. El verano también te da la posibilidad de ponerte al día con nuevas lecturas, descubrir nuevas historias o crearlas. Y si no puedes estar en tu lugar de trabajo, en tu despacho, porque el sol hace que parezca una sauna, coge el portátil y vete a otro sitio. La queja solo hace que estés peor, que el tiempo se alargue y te envuelvas de negatividad. ¿Podrías estar un día sin quejarte? Tomarte las cosas como los estoicos. Solo por probar. La actualidad puede que no acompañe, con tanto ruido. Sin embargo, eres tú quién decide cómo te afecta lo que vomitan los medios, las noticias, la información, la opinión de los demás. Si percibes que de un tiempo a esta parte te está influyendo más de lo que te gusta (he tenido esa sensación al leer los artículos semanales anteriores), en tu mano está la capacidad de cambiar. Ver, o sentir, los 33º de otra manera, sin las quejas chirriantes de esos desajustes. Lo que puedes hacer en este instante, en el lugar en el que te encuentras, más allá del enfado, del miedo y de la queja. El cambio de lugar externo, puede facilitar el cambio de perspectiva interno. ¿Hace calor en Madrid? Sí. ¿Puedo hacer algo para cambiarlo? Puedo tomármelo de otra manera. La queja en sí misma no me aporta nada, si no me lleva a la acción. Bienvenidos los 33º del verano si me dan la oportunidad de hacer algo diferente. Quien sabe, lo mismo, en la hoguera de san Juan, podemos transformar otras cosas además de la madera. Puede que sea el momento de caminar por encima de sus brasas, de saltar las llamas y liberarnos de las cosas que cargamos en la mochila y que ya no nos identificamos con ellas.
Si te resuena y te atreves, te leo en comentarios. Que pases una fantástica semana.
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