Martes, 20 de mayo de 2025. He escrito este artículo varias veces ya. Y otras tantas lo he borrado para volver a empezar. Lo reconozco, hoy tengo la cabeza en otras cosas. A todos nos pasa alguna vez. Estás en el trabajo y como que no estás. No siempre podemos estar al 100% productivos. Hay días que sí y días que no. Lo normal cuando somos humanos, porque, aunque a veces lo parezca no somos máquinas. Lo complicado aparece cuando tenemos que estar al 100% siempre, con esa exigencia de perfección que es contra natura. Tenemos una especie de vocecita interna que nos repite de forma constante «sé perfecto». Y como dice el título del artículo ¡NO LO SOMOS!
Estamos en tiempo de BBC, (Bodas, Bautizos y Comuniones) y de EG (Exámenes y Graduaciones). Cierto que la meteorología no está acompañando, ya no sabemos al salir de casa si nos caerá un aguacero de granizo, una tromba de agua para ir con paraguas con plásticos como si fuéramos una ducha andante, sí, de esas que en vez de mamparas tienen cortinas de baño, o podremos ponernos los pantalones cortos, las camisetas de tirantes y las sandalias porque el calor es sofocante. Como este año no tengo BBC a la vista, me voy a centrar en el EG. Porque eso me toca, y mucho. Lo que antes se llamaba Selectividad, pasó a llamarse EvAU (Evaluación Acceso Universidad), EBAU (Evaluación Bachillerato Acceso Universidad) y ahora creo que se llama PAU. ¿A qué viene tanto cambio de nombre? Bueno, no tengo muy claro si es por aburrimiento o para justificar sueldos de asesores. Porque es siempre lo mismo. Son los exámenes de acceso a la universidad, el momento en que te juegas, o no, entrar en la carrera universitaria que quieres. Da igual como lo llames. Me pregunto, quizá de forma ingenua, si llegará el día en que los políticos no utilicen la educación como programa electoral. Quizá así, se dejaría de tener una ley de educación por cada gobierno. Y podríamos multiplicarlo por todas las comunidades autónomas, para mayor caos. Pero ese tema es algo de lo que ahora mismo no me quiero ocupar. Sobre todo porque si mi cabeza hoy no está muy centrada que digamos, meterse en semejante berenjenal puede ser una locura. No, hoy quiero hablar de los exámenes y las graduaciones.
Tengo la sensación de que hablo del pleistoceno. Porque hasta no hace mucho, graduarse en el instituto no era como en las películas americanas. No había tiempo de fiestas, estaban los exámenes de acceso a las puertas, amenazadores, en el horizonte. En la actualidad, al menos en el colegio en el que está mi hijo, la graduación es todo un acontecimiento, una gran ceremonia. Hasta tiene orla, con banda de graduado, también conocida como beca. En unos días entrará junto con sus compañeros en el salón de actos al ritmo del Gaudeamus igitur. Y sí, hay grupo de whatsapp para prepararlo. Al menos esta vez no es de padres. Algo que agradezco y mucho, porque cada vez me cansan más los grupos con más de 50 mensajes en 10 minutos. La graduación se ha convertido en un acto social de mayoría de edad, de cambio de etapa. Deja atrás el colegio para entrar en la universidad. Y en mi memoria aparece Virgilio susurrando su Tempus Fugit mientras canta la estrofa de Vita nostra brevis est. Disculpad los latinajos, cosas de ser de letras. La mayoría no harán caso al himno, muy ocupados en saludar a los orgullosos padres, que a su vez tampoco le prestarán demasiada atención porque estarán, móvil o cámara en mano, para inmortalizar el momento que verán a través de la pantalla, del objetivo. Lo digo y no como reproche, porque estoy segura que también sacaré fotos. No todos los días le veo con traje, corbata y afeitado. Aunque en la retina seguiré teniendo su imagen con el babi de cuadros, el chandal verde y las zapatillas blancas de velcro, cuando le dejamos por primera vez en lo que iba a ser su colegio hasta la universidad. ¡Sí, Virgilio, Tempus fugit!
Sí, el tiempo vuela. Parece que hace nada que le probábamos el uniforme y ahora va a comenzar su vida universitaria. Han sido meses complicados, de muchos nervios, de mucho estrés por esa vocecita de la que hablaba al principio. Ese sé perfecto en la época estudiantil es sinónimo de «sobresaliente». Sin embargo, ayer, al acabar su último examen de bachillerato, quisimos recalcarle que estamos muy orgullosos de él. Le insistí en que el resultado merece el esfuerzo que ha hecho.Y recalqué esas palabras. Porque estamos acostumbrados a decir «merece la pena» lo que implica que en nuestro inconsciente esta etapa lleve aparejado pena, angustia, tristeza, dolor. Cambia bastante cuando se dice «merece el esfuerzo». Es importante, y seguro que lo he dicho en más de una ocasión, estar pendiente de las palabras que usamos cuando nos hablamos a nosotros y a los demás, porque ellas configuran nuestra realidad, la mente crea nuestra realidad. Y en eso es importante, muy importante, que dejemos de escuchar a la vocecita de «se perfecto» porque, y lo repito ¡no lo somos! El tiempo es fugaz, sin embargo, la vida nos brinda múltiples oportunidades. Puedes sacarte el carnet de conducir recién cumplidos los 18 o con 50 años. Puedes licenciarte en la carrera que te apasiona con 23 o con 40 años. Ese ritmo lo marcas tú. Porque eres tú quien dice lo que es perfecto para tí. Es muy distinto, a pesar de los tiempos que marca la sociedad. No es un fracaso aprender a coser un botón con 30 años. Hay gente que no lo hará jamás y estará bien. Los hay que encuentran empleo nada más salir de la carrera o de la formación profesional. Otros, sin embargo tendrán que sellar muchas tarjetas de demanda de empleo, enviar muchísimos currículums. Inciso: sé que plural de Curriculum en su declinación latina sería curricula, pero en español, la RAE indica que su plural es currículums. Así que, como escribo en español, toca el plural terminado en «-s». Y a ese respecto, puede que algún día hable del debate «español»-«castellano». No en este artículo. No toca.
No somos perfectos, somos humanos
Es importante recordarlo en los grandes acontecimientos. A todos nos vende nuestra mente la perfección, que está muy lejos de ser real. Hacemos un plan de vida y nos movemos entre la ansiedad y la frustración. ¿Eso es vida? ¿Es la vida que queremos? No hablo de que nos tomemos todo en plan pasota. Sino que seamos un poco más flexibles. Entre el 0 y el 10 no solo está el uno, hay infinitos números. Y el tiempo vuela, nuestra vida es demasiado breve para estar tan encorsetados por perfecciones irreales. La vida nos va lanzando de forma constante ese recordatorio, aunque no le prestemos a veces demasiada atención. Porque nos acostumbramos desde pequeños a un ritmo de tambor que no siempre resuena con nosotros, no siempre tenemos esa misma vibración. ¿Quién conduce mejor, alguien que se sacó el carnet con 18 o alguien que lo hizo con 21? Cada uno conoce sus circunstancias, no se puede comparar. Hay gente que se lo sacó con 18 y lo tiene caducado en un cajón. Otros lo hicieron con 21 y llevan el coche cada día, por ciudad y en viaje largo. Dejemos a un lado las comparaciones que la vocecita nos susurra y descubramos las circunstancias que se encuentran más allá del juicio. Hace poco, tras el habemus papam (hoy el artículo va de latinajos), hubo varios comentaristas que decían que León XIV no sonreía como lo hacía Francisco. Y es verdad, lo que parece que esos comentaristas desconocen es que el nuevo Papa, por una serie de circunstancias, tiene una mandíbula que le impide sonreír como lo hacía Francisco. Tiene una sonrisa diferente, la suya, ni mejor ni peor.
¿A dónde quiero llegar con el artículo de hoy? A una conclusión muy clara, a pesar del ritmo social que nos marcan de años escolares, de acontecimientos vitales, no somos perfectos, tenemos nuestro propio ritmo que no tiene que ser el oficial necesariamente. Y eso es la maravilla de la humanidad. Marcan un ritmo para unificar criterios, pero podemos ser diversos en la unidad. Porque el tiempo vuela y cada uno de nosotros tenemos algo único e irrepetible para ofrecer a la sociedad, a la vida, al universo. Puedes saberlo desde siempre o te puede llevar un poco más de tiempo encontrar tu propia voz. La graduación vital, como la de las gafas, es personal. Y es bello que sea así. Hay días mejores y días peores, si te comparas contigo mismo. No hay días perfectos, salvo que en esa ecuación incluyas la variante «incertidumbre». La vida no es un examen de preguntas cerradas. Por eso, el no hacer caso a ese mandato de «sé perfecto» no es un fracaso, sino ser humano.
Si te resuena y te atreves, te leo en comentarios. Que pases una fantástica semana.
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