Martes, 13 de mayo de 2025. Ayer, el ascensor de donde vivo se estropeó. Las puertas no se abrían. ¿Por qué? Ni idea. No soy técnica en ascensores. Se montó una persona, le dio al botón de subir y cuando llegó a la planta, las puertas no funcionaban. Las luces no parpadeaban, no había ruidos raros. Simplemente, las puertas no se abrían. No estaba entre dos plantas. Había hecho su trabajo, salvo con la excepción de la apertura. Funcionó un 80/20. Pero, el fallo es lo que marcó la situación. ¿Cómo habrías reaccionado tú si te quedas encerrada? Esa es la pregunta que me hice. Y la que me ronda desde ese momento. ¿Cómo reaccionó la persona de dentro? Pues con un pragmatismo y una serenidad tremenda. Le dio al botón de avería, lo que hizo que se conectara a la central, explicó lo ocurrido y solicitó que enviaran un técnico para abrir las puertas. Después llamó por teléfono para explicar lo que ocurría a su familia que lo esperaba en casa y por último, se sentó en el suelo, conectó los auriculares y se puso a escuchar un podcast. Hizo lo que podía hacer, sin perder la calma. No dio ni un golpe, ni se puso nervioso. Observó la situación, tomó las decisiones que podía tomar y confió en que los demás hicieran su parte. Y cuando salió, siguió con su vida sin pensar demasiado en ello.

Un hecho tan cotidiano puede tener varias lecciones si lo sabemos observar sin juicio. Lo primero es precisamente eso, OBSERVAR. Se nos olvida con facilidad. Cuando ocurre algo que no depende de nosotros, es fácil que reaccionemos, nos enfrentemos. Por ejemplo. Vamos conduciendo y nos encontramos con la madre de todos los atascos. ¿Puedes hacer algo? Salvo poner los intermitentes para avisar a los de atrás que hay una situación extraña, y frenar por supuesto para no comerte al de delante, no. ¿Vas a llegar antes por despotricar o tocar el claxon? Si estás en un atasco, no. Sin embargo, lo primero que nos sale es ponernos nerviosos cuando está claro que la resolución de lo que ocurre no depende de nosotros. Sí, es una circunstancia que no controlamos, que nos saca de nuestra zona de confort, que rompe planes, que nos zarandea. Pero desde luego que los nervios no ayudan. Sobre todo porque podemos tomar decisiones que compliquen más la situación, como por ejemplo un choque con el de delante o el de atrás por no medir bien la distancia de seguridad. Y ocurre, hay percances dentro de los embotellamientos. Con lo cual, ante un hecho, lo primero es OBSERVAR, ver lo que puedes hacer, lo que está en tu mano y pensar que los de los demás coches están en tu misma situación, no son un estorbo.

La siguiente acción es DECIDIR. Pensar un momento antes de hacer nada. No se trata de elaborar un ensayo filosófico, de teorizar hasta que la no acción implique que otros actúen. En el caso de ascensor, otra persona podía haber aporreado la puerta para que un vecino le oyera. En este caso, la persona se centró y decidió que lo mejor era avisar a la empresa para que mandaran un técnico. A partir de ahí, decidió otros pasos. Tenía sus prioridades muy claras. En una situación tan concreta, parece fácil ver la cadena de acciones. Es un entrenamiento para cuando ocurran otras situaciones más complejas. Porque a veces nos quedamos en observar y no vamos más allá. Que venga otro y nos salve. ¿Dónde queda lo que podemos hacer nosotros? Puedes decidir quedarte en modo víctima, que nos solucionen lo que ocurre otros, o hacerte responsable y decidir. Cuando decides, puedes equivocarte o acertar. Cuando lo dejas en manos de otros, está claro que vas a equivocarte. Un ejemplo. Sales con un grupo de amigos y uno pregunta «¿Qué hacemos?«. A ti te apetece ir al cine. ¿Lo dices o no? Si lo dices hay mas probabilidades de que ocurra que si te quedas como un pasmarote. Hasta tu no hacer es una decisión. Pero si no hablas, luego no te quejes de que no ha ocurrido lo que querías, porque, aunque hay mucha magia en el mundo, si no te comunicas, el resto de las personas no pueden adivinar lo que quieres, lo que te pasa. Y eso no es molestar ni es rebeldía, es idiotez. Siento ser tan clara, pero es así. Porque, si proponen un plan que no te apetece nada, puedes ir y poner cara mustia, o rebelarte y decir que ahora no vas. ¿Quién sale perjudicada por tu decisión de no decidir? Solo tú. El berrinche del niño pequeño no conduce a nada, salvo a un dolor de cabeza por rumiar. Cuando la realidad nos lanza un obstáculo, una prueba, una circunstancia, es importante que decidamos lo que hacer, aunque tengamos miedo, aunque haya incertidumbre, aunque la solución no dependa por completo de nosotros. Ante un reto, decide. En el día a día tú decides tu actitud ante lo que ocurre. Y tienes una fantástica herramienta, tu mente, que evalúa posibilidades con una velocidad insuperable. Te ha hecho ver 30.000 futuros en un segundo

Y lo último es por supuesto, la ACCIÓN. Porque no serviría de nada observar y decidir, si no actúas. Si quieres hacer spaghetti carbonara y observas que no tienes los ingredientes, lo normal es que vayas a la tienda a por ellos. Es un ejemplo tonto, pero ¿cuántas veces nos quedamos en la teoría? Expresamos un deseo pero no actuamos para conseguir materializarlo. ¿Quieres cambiar? Comienza con un paso. Puede parecerte muy pequeño, sin embargo es el que marca la diferencia. ¿Quieres escribir una novela? Enciende el ordenador y teclea una idea. ¿Quieres dejar de fumar? Apaga el cigarro. ¿Quieres beber agua? Levántate y ve a por un vaso. Parece algo muy sencillo ¿verdad? En el caso del ascensor, aprieta el botón de emergencia para comunicarte con el servicio técnico. Haz tu parte, actúa. De verdad que está genial hacer propósitos, escribirlos, materializarlos… pero no se van a cumplir si no actúas. Repito, si observas y decides, actúa. Y aquí, me hago eco de una frase que escuché hace poco y me dio que pensar: Todos los finales son felices y si no lo son, es que no es el final. Los creadores de historias nos han acostumbrado a que los finales son felices, se coman o no las perdices. Los cuentos están llenos de ellos. Y, efectivamente, cuando no lo son, es porque no es el final, lo dejan abierto para otras posibilidades. Las historias tienen que acabar bien para que se nos queden en la memoria, para que haya esperanza, tarden más o tarden menos. Las puertas del ascensor se abrirán, así acaba la situación. No hay que preocuparse, si te has ocupado, si has hecho tu parte para que así suceda. Puede que no sea a la primera, que pruebes y no ocurra nada. Habrá que hacer otra cosa. Dejarlo para la próxima y mientras llega, puedes sentarte en el suelo y escuchar un podcast. O si estás en un apagón, en esa espera, pues un buen libro y ya volverá la luz. Crearnos ansiedad por lo que no está en nuestras manos solo puede hacernos mal. Podemos llegar a pensar que nos va la vida en ello. No siempre es así.

La ACCIÓN no es lo último en la realidad. Para cerrar el círculo del final feliz, como en los cuentos es la moraleja, hay que volver a la mente. La última es la reflexión, el APRENDIZAJE. Para que si te vuelve a suceder, sepas lo que funcionó y lo que no. Cuando practicas tiro con arco, tienes una serie de pasos a seguir antes de soltar la cuerda. Lo repites en el entrenamiento una y otra vez sin importar donde vaya la flecha. Se puede hacer hasta con los ojos cerrados. Ahora bien, una vez soltada la cuerda, los maestros recomiendan que revises tu postura, lleva unas milésimas de segundo, para que compruebes lo que está correcto y lo que no, para que fijes las sensaciones. Eso es lo que te permite aprender y modificar conducta. Revisas la postura para ver lo que No es idóneo. Ante un examen, es importante que una vez que has acabado, antes de entregarlo, lo revises. En los textos, es igual de importante escribirlos, como después la revisión, la edición, para saber si dicen realmente lo que quieres decir o se te ha ido el hilo. No siempre lo hacemos. Es fácil que pasemos a otra cosa al estar en la vorágine del día a día. Y es importante para descubrir las lecciones. Tampoco se trata de hacer un tratado exhaustivo y de buscar el perfeccionismo absoluto. En los textos hay un momento en que hay que dejar de revisar y atreverse a darle al botón de publicar. Aunque en nuestra vida haya muchos «no», hay que seguir. Ante un examen que nos sale mal, no podemos quedarnos como si no hubiera otra oportunidad. Porque claro que la hay y suspender no es un fracaso absoluto, solo te muestra que te falta algo para estar preparado, para seguir al siguiente nivel del juego. Porque la vida es eso, un juego en el que hay que superar niveles. Los que jugamos al Zelda sabemos que los «jefecillos» son un entrenamiento para derrotar al «jefe final» y para conseguirlo hay que haber adquirido las herramientas anteriores. Solo si las dominas, puedes seguir. Tendrás tantas repeticiones como requieras, porque no vas a quedarte encerrado en el ascensor para siempre. Estoy convencida de que si la persona que se quedó, vuelve a pasar por esa situación, antes de darle al botón de emergencia, ante las mismas circunstancias, intentará solucionarlo como hizo ayer. Probará porque ha reflexionado y ha aprendido de lo ocurrido. Si, por ejemplo, vas a una peluquería y te tratan fatal, no vas a volver a ir. Si te pasas la vida trabajando con hojas de cálculo, al principio requerirás de las tablas de acciones, a los meses, ya ni las mirarás, te las sabrás de memoria, hasta que tengas que añadir una función que no sepas. Así se cierra el círculo, así tendrás el final feliz: OBSERVAR-DECIDIR-ACTUAR-APRENDER. Esa es la cadena vital

¿Cómo reaccionarías si te quedas atrapada en el ascensor? Si observas tu vida verás que hay situaciones en las que estás atrapada, bloqueada, no tiene que ser de forma física. ¿Cuáles son tus pasos a seguir? ¿Te lo has planteado? Puede que éste sea el momento. Ya sabes, si te resuena y te atreves, te leo en comentarios. Que pases una fantástica semana.