Comienza mayo y el trabajo en la nueva novela me tiene más alejada del blog de lo que podría gustarme. Tengo varios artículos en borradores pero poco tiempo para dedicarme a ellos. Es curioso ¿no? Me falta tiempo ahora que parece que el tiempo nos ha detenido dentro de nuestras casas para atraparnos y obligarnos a mirar aquello que no queremos, que hemos dejado para después. Sí, no tengo tiempo para todo. Si me zambullo en la historia de la novela, no puedo estar mirando la realidad para contarla en el blog. Me está exigiendo mucho más trabajo de lo que pensaba. Y puesto a elegir, la mayoría de los días me quedo con la novela. Crece por momentos mi admiración por esos escritores que compaginaban proyectos con textos periodísticos, con clases o con otro tipo de trabajo. Reconozco que cuando he tenido un día de trabajo intenso, llego a la noche agotada, sin fuerzas mentales. Mis energías están centradas en la novela. Si hoy escribo es por no abandonar el blog. ¿Es tan buena la novela? Aun no he demostrado nada como escritora y tengo los pies en el suelo. Mi objetivo no es el Nobel de literatura. No quiero ser la nueva Cervantes o la nueva Shakespeare. Para nada. Quiero ser yo. El mundo está lleno de copias. Prefiero ser versión original. Claro que tengo influencias de otros escritores que me han marcado más o menos en mi desarrollo personal, pero mi objetivo es ser yo misma. Quien se acerque a mis libros, quien les de una oportunidad, tendra la ocasión de que les cuente una historia a mi modo. Puede que les guste mi estilo o no. Pero tendran algo auténtico, no una copia. Trabajo cada día por pulir mi estilo. Y cambio el Nobel por el entusiasmo de los lectores, por sus comentarios y sus muestras de cariño. Esa oportunidad bien vale las horas de investigación, de documentación, hasta en algunos casos la tediosa formación en sintaxis, reglas de ortografía o redacción.
Contadores de historias, contadores de palabras
A veces nos acercamos a un texto con el escalpelo de los cirujanos, lo diseccionamos de arriba a abajo. Esa idea proviene de los comentarios de texto de la escuela donde nos enseñaban a contar verbos, nombres o complementos. Horas y horas de nuestra vida gastadas en analizar frases al milímetro, como si haciéndolo pudiéramos llegar a la esencia del lenguaje. En mi caso no llegaba más allá del sopor. Nadie que yo conozca se enamoró de la escritura y de la lectura en clase de lengua. Por supuesto que es importante la forma del mensaje, si está bien construida su estructura y es coherente con las normas de la narrativa. Pero no tengo claro si esa limpieza en la forma, ese brillo, nos puede deslumbrar hasta el punto de cerrar los ojos a su ser en sí mismo. Nos protegemos a los efectos que puede producir una lectura desde dentro. Soy contadora de historias, no de palabras. No me fijo en lo que dura un párrafo, un capítulo o un libro. Eso es relativo. He tenido en mis manos libros de cien páginas que me han costado horas y horas de empeño lector. Sin embargo, otros puedes pasar de las mil páginas y que me duren un chasquido. Su extensión es la que me permite plasmar ideas. Ya está. Puede que no sea perfecto, pero ese párrafo, ese capítulo, ese libro tiene el sentido que mi cabeza le ha dado. Descubra el lector los matices o no. No hay fórmula matemática capaz de analizar la poesía. Siempre habrá una variable que se escape. Aun recuerdo lo absurda que me parecía esa idea en El club de los poetas muertos. ¿Puntuar un poema, un libro por su forma? Analiza con un microscopio el texto. Hazlo si quieres, pero te vas a perder una gran historia contando palabras. Por mi parte no es lo que busco al leer. Prefiero quedarme en la historia a observar con detenimiento si hay o no erratas, las palabras que repite o sus trucos de maquetación. Eso se lo dejo a editores, maquetadores o correctores. Yo soy escritora, contadora de historias. Por experiencia puede que me de cuenta de los errores, me gustará más o menos la extensión de los párrafos, la elección del tipo de letra… pero no los iré buscando. Nos movemos en el angosto terreno de los gustos personales. No doy oportunidades a los libros por cómo están escritos, sino por la historia que quieren contarme. El cómo puede lastrar, más no será la parte más importante. Hay obras fantásticas en ediciones paupérrimas. Y al revés, bazofias en encuadernación de lujo. Lo repito. Esa forma de enfrentarme a un texto no va conmigo. Se la dejo a quien se sienta cómodo en ella. Yo busco otra cosa, cuando leo y cuando escribo.
Sin límite
En WordPress, en la plantilla que uso para el blog, hay un contador de palabras. 828. Ese es el número que ha contado hasta que lo he puesto. Como escritora no me obsesiono con ellas. Antes lo miraba, me ponía un objetivo de palabras diarias para escribir. Es un buen método para empezar. Mas ya no va conmigo. Las ideas se expresan con las palabras que necesitas, ni más ni menos. Me quita nervios y espontaneidad. Lo noto. Cuando me fijo un número determinado, a veces me quedo corta y otras veces añado palabras de perogrullo. Me descubro con la máscara de escribir bonito, juntando palabras rimbombantes. Esa no soy yo. No me veo en los textos. Ante todo, mi escritura es un reconocerme en lo escrito, aunque la historia no sea autobiográfica. Puede que lea textos antiguos y me cueste reconocerme en ellos por el paso de los años y la acumulación de experiencias. Pero eso no tiene nada que ver con la máscara, con aparentar algo que no soy. Sobre todo, porque cuando llevas esa máscara, dejas de ser tú y el público lo nota. Somos nuestro primer lector. Nosotros mismos notamos la máscara. Rechina algo artificial. No convence. Son barreras para la historia, una derrota en tu propio estilo. Mi norma es escribir la historia de forma que me convenza a mi. En la revisión ya me fijaré en el número de palabras. Para añadir o recortar siempre hay tiempo. Eso es para una segunda o tercera lectura. Lo primero es el mensaje. Como escritora y como lectora. Si estoy haciendo una crítica literaria o analizando el texto de un compañero escritor, puede que me fije en esos detalles. Más, para mi, no deben estar en un primer acercamiento a una novela. Repito, PARA MI. Es una decisión personal.