Miércoles, 23 de julio de 2025. En una de las plataformas de streaming, diría que la más conocida, hay una serie cuyo nombre en español es muy parecido al título de este artículo. No voy a hacer spoiler, pero sí que quiero hablar un poco de ella. La trama, por lo que se puede llegar a entender, se desarrolla en un pueblo de Estados Unidos. Diría que en el estado de California más exactamente, aunque no siempre me queda claro. La realidad es bien distinta. Me explico. No he estado en California, por lo que no puedo asegurar si hay tanta montaña y tanto verde. En mi cabeza, por las series y películas que he visto, es un estado que asocio a playas, mucha tecnología, terremotos y gran diversidad de culturas e identidades. Queda muy lejos del paraje idílico que muestra la serie. Concretamente, unos 1300 kilómetros más o menos, porque esa es la distancia que separa San Francisco de Vancouver. Sí, la serie está rodada en Canadá, en la Columbia Británica. ¿Cómo lo sé? Porque he estado en uno de los escenarios emblemáticos de la misma, el bar del protagonista masculino. Y, sí, es un lugar de ensueño, con un gran río, bosques, montañas nevadas y una forma tranquila de vivir. Un lugar para perderse y desaparecer, para encontrarse con uno mismo, que es de lo que va la serie en líneas generales.
Durante mucho tiempo, se nos ha vendido esa imagen. En el siglo XX, por ejemplo, existía una corriente que se denominaba el nuevo periodismo. ¿De qué se trataba? De conseguir un buen colchón económico por el trabajo periodístico para, en unos años, poder irse a una cabaña perdida, en plena naturaleza, lejos de la vorágine de la ciudad, y allí escribir un libro. Era el sueño de muchos periodistas norteamericanos y diría que también europeos, viendo la cantidad de profesionales de los medios que se han dedicado a la escritura y que se han convertido con el tiempo en grandes novelistas. Tiene su lógica, por ser grandes comunicadores y requerir esos momentos de introspección que solo da sentarse a la soledad de un teclado e imaginar finales distintos a las historias cotidianas. Supongo que ese sueño de perderse en la naturaleza se da también en otras profesiones. Lo supongo sobre todo por la huída de tantas y tantas personas que, en vacaciones, buscan lugares no masificados (cada vez hay menos, pero sigue habiéndolos), darse un Shinrin-yoku (un baño de bosque, en japonés. Un concepto que, casualidades de la vida, aparece en uno de los episodios de la serie de la que hablaba al principio), o bien tumbarse en una playa paradisiaca, y desierta. Porque el ser humano, al menos el occidental, lleva muy dentro la idea de que para encontrarse a uno mismo, hay que alejarse del ruido externo y adentrarse en la naturaleza, en uno mismo.
Vivimos en una sociedad donde todo va muy deprisa. Estamos en el modo «Fast Food», queremos todo en este momento y rápido, sin esperas. Llegar a un restaurante y que no nos hagan esperar. Sin atascos, sin tener que pelear por nuestro sitio. Nos hemos formado una idea de lo que es la vida que nos pone enfermos. Un ejemplo: a todos nos encantaría terminar los estudios, encontrar el trabajo de nuestros sueños al dia siguiente, cobrando lo máximo posible, comprar la casa de nuestros sueños, el coche de nuestros sueños, compartir la vida con la pareja de nuestros sueños… eso sí, sin perder el tiempo durmiendo. No, no creo que dormir sea una pérdida de tiempo, más bien es un requisito indispensable para nuestra salud. Pero la vida la hemos montado desde hace mucho tiempo así, entre la inmediatez y el consumismo. ¿Qué ocurre? Que te encuentras a gente que va posponiendo sus verdaderos anhelos en esa meta que está en el horizonte y que no llega por mucho que corras. O peor aún, cuando llegas, ya no te queda tiempo. No puedes hacer lo mismo con 30 años que con 67, cuando te jubilas. ¿Pospones la felicidad? ¿Crees que no? ¿Acaso no lo haces cuando estás deseando que llegue el fin de semana? El tema es que, tu mente no entiende el futuro ni el pasado. Para nuestro cerebro todo es presente. No se conforma con disfrutar mañana. No, eso no existe. Si no disfrutas hoy, no hay felicidad. ¿Y eso a qué nos lleva? A perder nuestro lugar de sueños, aquí y ahora.
Una de las prácticas habituales en meditación es hacerte tu refugio. Visualizar un lugar, en medio de un bosque, o en una playa, donde puedas descansar, donde todo esté bien, donde no haya pensamientos recurrentes, ni agobios, dificultades. Se recurre a él para bajar las revoluciones mentales, un lugar de sosiego, donde solo entra lo que tú quieres que entre. Eres el constructor de tu espacio, no hay humos ni malos rollos, ni cansancio. Es un lugar mental al que puedes acceder para evadirte, sin necesidad de tomar ningún tipo de droga. Es, por así decirlo, un paréntesis en el correr de la vida, un lugar de recarga, las vacaciones del observador mental que puedes tomar a diario. Tenerlo viene muy bien, es nuestra cabaña en el bosque sin tener que salir de casa. Y puedes acudir a él de forma inmediata, no necesitas pedirte días de vacaciones, tragarte los atascos de la operación salida, solo cerrar los ojos y respirar. Teletransporte sin complicaciones a un lugar como el de la imagen que ilustra el artículo. No se requiere perderse en la naturaleza, algo muy práctico. Para crearlo, requieres visualizar un lugar como he dicho. Nuestro cerebro no crea de la nada, por lo que es muy posible que se alimente de un lugar que exista, que hayamos visitado o visto en alguna película, en una fotografía, en algún libro. Aquí hay otra ventaja a destacar. Nuestro lugar mental siempre cumple las expectativas. Porque lo creamos nosotros. Algo que no sucede siempre en el mundo físico. Ves una imagen de una playa preciosa y cuando llegas la tienes que compartir con 5 cruceros rebosantes de pasajeros. Lugares que decepcionan, donde surge la frase de «pues no era para tanto». Viajas a una nueva ciudad y el sueño se convierte en pesadilla. En tu lugar mental no ocurre eso.
La protagonista de la serie busca fuera lo que puede tener dentro. Cansada de las bofetadas de la vida, decide dejarlo todo y marcharse a un lugar donde comenzar de nuevo, donde nadie la conozca. Podría verse como una huída, cuando es un nuevo comienzo. Algo curioso que sucedió en la pandemia de 2020 es que mucha gente, en Europa y Norteamérica, se planteó qué estaba haciendo con su vida. Y se produjo un fenómeno, la «Gran Renuncia»que provocó que muchas personas se replantearan seriamente lo que estaban haciendo y lo que de verdad tenía sentido para ellos. Una renuncia que se ha dado en todas las épocas, porque tarde o temprano todos nos planteamos qué es lo esencial y tomamos una decisión que marca un antes y un después. Basta un gran revés vital, una crisis vital que todos tarde o temprano vamos a pasar, para verificar el rumbo y en caso que no sea el apropiado, modificarlo. Las grandes crisis son grandes oportunidades si sabes observarlas, si las afrontas con la actitud que más resuena contigo. De la zona de confort, como me dijo una persona, te sacan a patadas. Las crisis son esas patadas para que te muevas.
No es buena idea dejar para más tarde lo que nos da felicidad, lo que nos llena, lo que llena de sentido nuestros días. No es salir de lo que te toca hacer en este momento, por muy aburrido que sea, sino de encontrar un lugar de sueños ahí donde te encuentras. ¿Por qué esperar al fin de semana cuando puedes convertir tu día en un momento que recargue las pilas internas? El lunes dejará de ser un día «odioso» para convertirse en un cúmulo de oportunidades. Nada ni nadie te garantiza que llegues a la jubilación, ni siquiera ese trabajo, esa casa, esa cuenta bancaria que te da una fingida seguridad. Comprendo que te hagas un plan de ahorro, sin embargo no dejes de invertir tiempo de calidad a diario en ti. Puedes tener tu lugar de sueños sin desplazarte. Si tienes un lugar de desconexión, estupendo, pero puedes hacerlo en modo inmaterial. ¿Qué es lo que te carga las pilas? ¿Escribir? ¿Leer? ¿Correr? ¿Nadar? ¿Sentarte al sol? Son acciones que no requieren a los tiempos de vacaciones y que te aportarán muchos beneficios a tu salud. ¿Requieres un lugar como el de la foto? Lo tienes a tu alcance. Obsérvalo, cierra los ojos, imagínate allí y hazlo a tu gusto.
La vida es movimiento. ¿Qué es lo que quieres ser? ¿Cuál es tu propósito vital? No es algo estático, un lugar al que llegar y ya está. Eso no es entendible para nuestra mente. Hasta cuando dormimos, nuestro cerebro sigue activo, en movimiento. Hasta cuando te sientas y contemplas el amanecer, el atardecer, el paisaje, tu sangre sigue corriendo por tus venas, tu respiración sigue con su ritmo y tu cerebro en la autopista de las ideas. Igual que hay un campo vibratorio fuera de ti, hay uno en tu interior. Los más puristas dirán que los dos en realidad son solo uno. No me quiero desviar con esta idea, aunque para mi es claro que es un todo, aunque se pueda plantear en muchas partes. Lo que me interesa destacar es nuestra capacidad de ser conscientes, de vivir un poco más en el presente y de que todo lo tenemos a mano en el hoy en que vivimos. Lo que implica que vivimos en medio de una sucesión de etapas, de momentos, en una espiral ascendente que no es una rueda de hámster como le gusta vendernos a algunos. Lo que vives te dota de una experiencia que es aprendizaje. Cada uno tenemos la nuestra propia, de ahí que en realidad no tenga sentido comparar nuestro movimiento, nuestro ritmo, con el de los demás.
No somos el centro del universo, pero sí el de nuestro universo. Es bueno no olvidarlo. Percibimos la realidad desde nuestros ojos. Parece obvio. Por eso es importante recordarlo. Vemos la realidad desde nuestras circunstancias. Puedes tenerlo todo y sentirte mal. Puedes no tener nada y ser feliz. Eres tú quién decide tu actitud y en lo que pones tu foco. No es ser egoísta, es que solo puedes mirar la realidad desde tí mismo. Aunque tuvieras la capacidad de desdoblarte, comprender lo que te rodea solo puedes hacerlo desde tí. En vacaciones, por ejemplo, perdemos el sentido del tiempo. No es que los días sean más cortos o más largos, es que al salir de la rutina establecida, nos perdemos. Llega un momento en que no sabes si es lunes, jueves o sábado. No diferencias entre día laboral y fin de semana. Y no os digo nada si viajas a otros lugares. Por ejemplo, si vas Noruega y vives el fenómeno del sol de medianoche. Cuando a las 3 de la madrugada, tienes la claridad de las seis de la tarde en tu ciudad. Tu reloj biológico, tu ritmo, se altera, te desubicas. Los que son metódicos, requieren programar sus vacaciones casi al milímetro. Para su tranquilidad, su descanso, es importante que todo esté en orden, controlado. La sensación de control se puede desbaratar en un chasquido de dedos, lo que convierte una experiencia fantástica en un desastre. No todas las personas son, somos, así. Pero para los metódicos, esa es su realidad, su perfecta realidad. Si tu forma de ser no es esa, es posible que no llegues a entenderlo nunca.
Termino ya, otras actividades requieren mi atención. Si te resuena y te atreves, te leo en comentarios. Que pases una fantástica semana.
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