Un cuaderno japonés

Un cuaderno japonés

Martes, 8 de julio de 2025. Si hay algo que le encanta a los escritores, son los cuadernos de apuntes. Es muy posible que a lo largo de nuestra vida nos juntemos con más de doscientas libretas de diferentes tamaños, colores y grosor. Algunas son tan bonitas que, al principio, cuesta llenarlas de borrones de tinta, no siempre legibles. Y quien sabe de esta predilección tiene un filón a la hora de hacer regalos sorpresa. Vas a una ciudad nueva y en vez de traer de recuerdo una camiseta, que tarde o temprano se pasará de talla o envejecerá por el uso, un llavero, una postal (¿siguen existiendo?), te traen una libreta. Conseguirlas es fácil, en las tiendas de cualquier museo las tienes. También en las de souvenirs y si me apuras, en cualquier papelería con encanto. Es difícil que las tablets puedan sustituirlas por mucho que, después de un tiempo, te encuentres con una pila infinita en el suelo del despacho.

Hace unos días me regalaron un cuaderno al que he llamado japonés. Al menos en apariencia lo es. Su origen era bien distinto. Seguramente está hecho en España, producido a gran escala. Parece que se ha puesto de moda que, en los eventos de empresa, se entreguen cuadernos. Así no hay excusa para no tomar notas, o hacer dibujitos en las aburridas presentaciones. Si parece que estás escribiendo, al menos no bostezas y el conferenciante cree que es interesante para su público. Algunos cuadernos tienen el logo de la empresa o del curso que estás realizando en la portada. Otros, tapas con materiales diferentes al cartón duro, revestidos de fieltro. El mio salió de uno de esos eventos, con un diseño muy muy sencillo. No llamaba la atención. Pero, la creatividad se adueñó de él para convertirlo en algo único y extraordinario. En uno de esos momentos en que los minutos pasan como si fueran horas, que la mente requiere centrarse en otra cosa para poder abrir perspectiva y desbloquear una situación, mi marido comenzó a ponerle pegatinas de paisajes japoneses en blanco y negro, pintados en acuarela. Por si tienes dudas a lo que me refiero, la imagen que ilustra este artículo es el cuaderno. En apariencia, no tiene orden. Algunas en vertical, otras en horizontal, círculos, cuadrados, rectángulos. ¿Cómo es que tiene este tipo de pegatinas? De un saco que compró a un precio irrisorio en una app que no voy a nombrar. Nada de publicidad gratuita. Las superpuso. Imágenes en blanco y negro de templos japoneses, con neblina, en medio de una laguna de aves acuáticas alzando el vuelo entre la bruma y las copas de los árboles. Recuerdan al Japón medieval de los juegos de acción. Parece como si, en cualquier momento, fuera a surgir la figura de un samurai, el séquito de Nobunaga, la petición de perdón de algún ronin. En la tradición se hacen con un pincel y papel de arroz humedecido. Es curioso porque, cualquier pequeño detalle puede ser la chispa de inspiración para una historia. Contemplar esas imágenes es como abrir una ventana donde más que entrar aire fresco, se perciben texturas, olores, que evocan preguntas y tiempos pasados. Cualquiera de esas pegatinas podría ser el inicio de un relato que, quien sabe dónde nos podría llevar. Pequeñas ventanas que se agolpan en la portada de algo tan corriente y habitual como puede ser un cuaderno.

Las pegatinas lo cubrieron por completo en lo externo, hasta en el canto. Y para dejarlo mejor, la primera y la última página en blanco se fundieron con las pegatinas de los bordes, gracias al pegamento. Un trabajo manual digno de cualquier papelería, de los artesanos del papel. El contraste entre el negro acuarela de las escenas y la blancura de las páginas, porque aun no lo he emborronado con la pluma, llama la atención. Es un mundo infinito de posibilidades, surgido de un momento de aburrimiento, de un cambio de atención intencionado, por mucho que le pese al interlocutor de la reunión que suelta una charla de 400 diapositivas en power point.

El cuaderno no tiene título. Su portada sin letras me gusta así, sin nada más. Sería como empañar el cristal de la ventana al mundo de infinitas posibilidades. Ahora está intacto. No hay límites. ¿Llegará a ser tan impresionante lo que escriba en él como la imagen que evoca? Resulta complicado y por momentos es como asomarse a un precipicio. Siento vértigo entre sus páginas. Claro que su función es utilizarlo, llenarlo con ideas, proyectos, letras y espacios en blanco. Pero… y es un pero muy justificado… siento respeto para que el interior sea tan interesante como el exterior. El vértigo de los escritores, porque en el mundo de las ideas, la perfección existe, las ideas funcionan y las palabras perfectas llegan con rapidez. Las historias tienen ritmo, hilo argumental y enganchan, emocionan y apasionan. Cuando las ideas se materializan en el papel, comienza la imperfección de la humanidad. En esa extraña conexión entre la mente y los dedos que teclean, o la mano que dirige, supuestamente, la pluma, la perfección se pierde. Llevar a la materia una idea es lo que tiene. Más todavía cuando es una idea que toma cuerpo para que los demás la comprendan, se emocionen.

Sé que tarde o temprano voy a usar el cuaderno japonés. Para eso me lo han regalado. Lo que no sé es lo que contendrá. Los nervios y la incertidumbre están asegurados. Con toda seguridad. Los paisajes tradicionales japoneses serán la puerta de entrada a un mundo muy humano, con infinitas posibilidades, influenciado por estados anímicos y también, como no, por las circunstancias externas. Escribir con calor, mientras escucho a los campamentos de niños dirigirse a sus talleres estivales en la piscina, en el polideportivo o en el punto joven, es muy diferente que cuando lo intento en el silencio, cada vez menor, de la calle. Sí, es posible que hoy esté en este artículo un poco más poeta de lo habitual en mi. Las páginas en blanco son imprevisibles. Pueden conectar con las emociones y la inspiración más profunda. Puede que también esté un poco influída por las frases de la señora Komachi de «La biblioteca de los nuevos comienzos«, aunque no tenga su figurita de fieltro. De todo eso hablaré la próxima semana.

Si te atreves y te resuena, te leo. Que pases una fantástica semana.

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