Martes, 15 de julio de 2025. Puedes pasarte toda la vida en el mismo barrio, en la misma ciudad y no conocerla. Cuando pasas de forma repetida por un sitio, se activa el piloto automático y dejas de percibir los detalles. A lo largo de mi vida, sobre todo en los últimos años, he pasado muchas veces por delante de un kiosko. No me había fijado en él, forma parte del mobiliario de la ciudad y siempre me pilla de camino a otro sitio. No sabía que en la esquina de la calle Narváez con Jorge Juan, en el número ocho, con sus rombos azules sobre blanco. Allí , desde hace ochenta años, elaboran y venden bebidas como el limón granizado normal o con sirope de menta (lo llaman Gusalim), horchata con sus fartons y lo que me ocupa en este artículo, el agua de cebada. Yo no sabía de su existencia hasta hace unos meses. De hecho llevo toda la vida en Madrid y este fin de semana fue la primera vez que la probé. Me gustó, porque se parece un poco al té helado pero sin regusto amargo, a planta, y quita mucho mejor la sed. De hecho, me gusta más que el té frío. Me encontré con ese producto de casualidad, aunque no creo en las casualidades, en una web o en un vídeo, no lo recuerdo. Es lo típico que estás haciendo otras cosas y de repente salta una ventana que te llama la atención. Contaban la historia de ese kiosko, el último aguaducho de toda la ciudad, y de su producto estrella. Decían que era la bebida típica de Madrid. Me extrañó porque no había oído hablar de ella. Para mí, la bebida más típica de Madrid es la cerveza que hacían al lado del Manzanares y que, ya no sabe igual porque ahora la hacen en Guadalajara. Pues resulta que, hablando con mis padres, sí, el agua de cebada era algo común en su infancia, hasta se acordaban de haberla tomado. Así que, ahora que ya sabía de su existencia, tenía que probarla por mi misma. Y la recomiendo, sin ninguna duda. De hecho, he estado buscando la receta para hacerla en casa. Además, creo que la venden granizada en un supermercado famoso por sus piñas para ligar. No doy nombres porque no me patrocinan. Yo no la he encontrado, pero he visto fotos del producto.
El agua de cebada es una de las sorpresas de la ciudad. Me pregunto si habrá más. Es una pregunta trampa porque estoy segura de que sí. Porque Madrid es muy grande, tiene muchos años en sus calles, en sus fachadas, en sus plazas y, aunque lleve aquí toda mi vida, seguro que hay maravillas en su interior que no sé de su existencia. No se puede conocer por completo. Está en constante crecimiento. Las ciudades cambian, esconden tesoros que, como vamos muy ocupados en nuestras cosas, dejamos de ver. Puede que nos perdamos cosas, historias sorprendentes. Las buscamos en lugares que visitamos y sin embargo nos perdemos en nuestros barrios, en nuestras ciudades. Me pregunto cuántos me he perdido, han desaparecido de la memoria ciudadana sin dejar rastro. Por el paso del tiempo o por esa mala costumbre de los españoles de no valorar lo que tenemos. Sí, es uno de nuestros defectos. Basta salir fuera para ver cómo cuidan su patrimonio. Lo de fuera parece que siempre es mejor. Y claro que hay que valorarlo, peroooooooooo… sin menospreciar lo propio. En España hay muchos lugares impresionantes que, como no cobran entrada quién sabe por qué, ni los tenemos en cuenta. Recuerdo que, hace unos años, visité el que llaman el país de los cátaros, en Francia. Para subir a un castillo, te cobraban unos diez euros. En realidad no era tan castillo, porque quedaba poco en pie. La entrada era para su reconstrucción, si no recuerdo mal. Y lo pagamos. Aquí, en España, parece que si cobran por entrar en una catedral, en un castillo, en un museo, hay gente que se ofende como si les robaran. Un ejemplo, el Museo Naval de Madrid, su entrada cuesta la voluntad. Cada uno decide el valor que le otorga. Unos darán 1 euro, otros 5 y otros 0. Es un museo muy recomendable, impresionante en el edificio y en las piezas que contiene. Hay yacimientos cerrados porque los políticos no se ponen de acuerdo en quién tiene la competencia. Es triste, por no decir lamentable, pero cierto. Podría dar ejemplos concretos de lugares que no tienen nada que envidiar a grandes maravillas mundiales y que, sin embargo, como están en nuestro país, no los valoramos.
Le doy una vuelta de tuerca a la situación. El agua de cebada puede representarlo. Al escribir podemos fijarnos en el detalle que queramos. Estamos tan acostumbrados a esa queja, a esa tristeza, a ese lamento, que no vemos que podemos darle la vuelta. Me explico: Puedo tomarme un vaso de agua de cebada pensando en lo que me he perdido, o bien puedo hacerlo pensando en lo que estoy disfrutando y buscar opciones para repetir la experiencia. Elegir qué nos define, el no o el sí. Desde el sistema educativo nos insisten y nos detienen por lo que no sabemos, por lo que se nos da mal. Es como querer que un delfín trepe a un árbol. Nos parece absurdo cuando lo planteamos, pero nos movemos cada día así. Un delfín está hecho para nadar, no para trepar. ¿No tiene valor? En su elemento, claro que sí. Creamos las clases de refuerzo, en vez de hacer las de potenciar habilidades y talentos. Porque en el sistema educativo, para pasar de curso hay que cumplir una serie de criterios. No importa el talento que tengas, tienes que hacerlo sí o sí. La historia nos brinda múltiples ejemplos de personas increíbles a quienes sus profesores suspendieron, les pusieron obstáculos, los trataron de fracasos cuando tenían una luz impresionante en su interior. Les costó llegar a su lugar, pero una vez que lo hicieron, cambiaron la historia de la humanidad. Por fortuna, no se desanimaron, no desistieron, no se encorsetaron en una mentalidad que les ahogaba. También hay ejemplos de personas que no siguieron su camino y terminaron sus días arrepentidas en una cama de hospital.
Hoy pongo el foco en el otro lado. Si te echaron del trabajo, es porque lo tenías. Si lo conseguiste una vez ¿por qué no vas a volver a hacerlo? A lo mejor vas a tener que buscar en otro sitio, puede que descubras algo que te encanta más allá de la mesa de oficina donde estabas tan confortable. Hay muchas posibilidades, si sabes mirar más allá, si te abres a descubrir otras cosas. Por un rechazo, por un fracaso, puedes descubrir algo mejor. ¿Te has perdido alguna vez? Yo sí. Me pasó hace unos años en Roma. Me perdí entre sus calles, me desorienté y como estaba cansada, entré en una iglesia a sentarme un rato. Pude hacerlo en un bar o en otro sitio. Pero entré en una iglesia que no me llamaba la atención. Son lugares estupendos porque si te sientas un rato, nadie va a venir a molestarte. En mi caso, cuando descansé un poco las piernas, alcé la vista y a mi lado me encontré con el Moisés de Miguel Ángel. Una escultura que había visto en mis libros de estudio y que no sabía que estaba en esa iglesia. No lo estaba buscando. Había pasado varias veces por delante de esa iglesia antes de entrar a descansar. Y allí estaba. No coincidí con grupos de turistas. Para mi fue una sorpresa de la ciudad, una casualidad inesperada. En Roma me ha pasado más de una vez. No se puede provocar, o tal vez sí, cuando vas en el modo observador, descubriendo detalles que pasan inadvertidos para otros. Las señales están para quien las sabe interpretar. Ocurren a diario, estamos rodeados de milagros cotidianos, de oportunidades existentes desde siempre que se entremezclan en los dias pasados y venideros. Solo hay que saber observar, descubrirlos, leer las pistas. Perderse es una oportunidad para encontrar algo inesperado. Otra sorpresa de Madrid es el mirador que hay en la estatua del parque del Retiro. También desconocía su existencia. Me pregunto qué cosas me estoy perdiendo de mi ciudad por desconocimiento. No hay lamentos, sino ganas de descubrir otra aventura. Y eso no depende de lo de fuera, sino de mi actitud, de mi capacidad de sorprenderme con los detalles de la ciudad, de mi curiosidad, de despertar lo que en los talleres de escritura se llama la mirada del escritor, aquella que saca de un pequeño detalle una gran historia. Sí, cuando probé el agua de cebada, una parte de mi mente comenzó a formular preguntas, poderosas sin lugar a dudas, sobre el pasado y de ahí surgió un hilo que, tal vez, puede convertirse en una historia por contar. Mirar más allá de la realidad cotidiana, descubrir lo que puede haber detrás y dejar que la imaginación recorra caminos inexplorados. Hasta un viaje en el transporte público, si levantamos la vista de las pantallas, puede convertirse en una fuente de inspiración o en un descubrimiento que cambie nuestro día. Lo habitual puede contener las sorpresas de la ciudad. ¿Has descubierto las de tu zona? No hay que ser escritor para mirar lo que nos rodea con sorpresa. Los niños lo hacen a diario.
Si te resuena y te atreves, te leo en comentarios. Que pases una fantástica semana.
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