Me encantan las varitas. De un tiempo a esta parte me acompañan en las horas de escritura. Otras personas tienen bolis, gomas de pelo, clips especiales… yo tengo varitas. Si una idea me ronda por la mente, juego con ellas hasta que encuentro el modo de plasmarlas. No son amuletos, no les otorgo ningun poder especial más allá de lo que me hacen sentir, lo que me transmiten cuando las tengo en las manos. No hace falta decir que no tienen poderes mágicos, por mucho que sean réplicas de las utilizadas en las películas de Harry Potter. Estaría genial, pero no tienen poderes ni energía. Repito, más allá de la que yo les otorgo. Porque son anclajes a energías en la medida en que yo los creo. Los amuletos, objetos de buena suerte, lo son por la persona que cree que lo son, no por si mismos. Parece un juego de palabras, lo importante es la intención. De todos es conocido que hay deportistas que tienen la manía de usar una determinada prenda para reforzar su ánimo para conseguir la victoria. Las series de televisión están llenas de ejemplos, y muchos artistas tienden a repetir auténticos rituales maniáticos para triunfar. ¿Significa eso que no puedo escribir sin varitas? No, no tengo esa dependencia. Otra cosa es que su tacto me haga entrar con mayor facilidad en el proceso creativo. Pero escribo con y sin varitas. Supongo que son una manía comedida y temporal. Un plus de energía, de positividad en mi estado anímico, un asidero para centrarme en las tormentas de ideas.
Personajes varita
Aún me río cuando recuerdo el comentario de la persona que me ayudó con Arcoíris. Tenía un personaje varita, es decir, un «arreglatodo». Daba igual la circunstancia o el problema que planteara la protagonista, llegaba ese personaje y casi con un chasquido de dedos, hacía factible la solución. Le había otorgado el rol de hada madrina, aunque no tuviera magia. Tenía el don de solucionar casi al instante. Era el típico truco de escritora. Porque ese don era muy poco creíble. Le quitaba coherencia a la narración. Estaría genial que la vida funcionara así, con esa inmediatez. Pero ni siquiera cuando es una relación con una persona que te conoce mucho se da ese caso. Por eso no queda creíble y tuve que trabajar mucho el papel de ese personaje. En mi mente cuadraba perfectamente. Pero el lector no se lo habría creído, seguro. Cuando en un libro se ven los trucos, se pierde la magia. Sacan del mundo imaginario a quien los lee, porque algo chirría, no concuerda. Es como cuando en la actualidad ves una serie de los años 80 y te das cuenta de que las puertas molonas de la nave espacial son de corchopan y no encajan. Esos detalles con los ojos de los niños no se notaban, no se percibían. En nuestros días, con el constante bombardeo de efectos especiales, eres consciente y te sacan de la trama. Una vez que sales de una trama, es muy complicado volver a ella con los mismos ojos. Empiezas a ver la carpintería. Y lo que es más complicado, la empiezas a buscar en otros libros. Porque todos los escritores usamos carpintería, pequeños trucos, sutiles y casi imperceptibles para mantener la atención en el hilo narrativo. Pasamos años perfeccionando esas técnicas, repetimos una y otra vez para decir lo que queremos decir de la forma más atrayente posible. Por eso analizamos lo que leemos y nos nutrimos de las ideas de otros que fortalecen nuestro estilo. Ese es el motivo por el cual leer va tan unido a escribir. Son acciones que se complementan. Para mí es un alimento necesario. Leo para escribir mejor y participo de la cadena porque, espero, mi escritura alimentará a los que la lean, que a su vez puede que escriban o pongan en práctica ideas provocadas por esa lectura. Ideas de las que no seré responsable, todo sea dicho. Soy responsable de lo que quiero decir, no de lo que los lectores entiendan. Es una consideración muy importante. Quizá por eso mismo, en todas las dictaduras se intenta controlar o eliminar el acceso a la información. Pero eso es material para otro post, me desviaría de mi eje narrativo si lo siguiera.
Personas varita
Si hay personajes varita, es porque hay personas varita. Personas que transmiten magia, que inspiran, algo así como comodines resolutivos que te llenan de energía. En mi caso, cuando estoy cansada, o no veo la salida a un problema concreto, desconecto de lo que estoy haciendo y entro en un canal de youtube, o veo una de las cápsulas de algunos de los cursos que realizo. Escucho a la persona que hay al otro lado de la pantalla y, normalmente, al salir de lo concreto para entrar en algo más distante, en un tema que no suele tener nada que ver, hace que las ideas surjan. Estoy bloqueada en una escena, por poner un ejemplo, no consigo solucionarla, cerrar el círculo. En vez de marearme de tanta vuelta que le puedo dar, mejor cambio y veo una clase antigua de narrativa sobre otra cosa. Y por un comentario del profesor o de uno de los alumnos, me viene la idea para resolver la situación. No pierdo el tiempo, al contrario, accedo a pensamientos alternativos. Y las personas varita puede que no lo sepan, pero son mis comodines. Todo el trabajo en el presente lo hago yo, más me abro a otros puntos de vista. Su mirada ante una realidad concreta me saca de la mia y puedo observar con mayor nitidez. Sé que ocurre al igual que con la lectura y escritura. Sus comentarios me inspiran, al igual que puede darse el caso que lo haga mi participación para ellos. Ganamos ambas partes. Aun sin ser conscientes. Es una transferencia de energía que no controlamos. Hace poco escuchaba hablar de los vampiros emocionales, pues es justo decir que también existen las personas varitas, que desprenden magia. La diferencia es que los vampiros tienen intención de drenar la energía de las emociones. Las personas varita no. Pero son canales de energía, faros que iluminan sin saber quién aprovechará su luz. Si fueramos conscientes de que podemos ser personas varitas para otros, es posible que intentáramos dar lo mejor de nosotros de otra manera. Porque la alegría es contagiosa… y la depresión también. ¿Qué quieres sembrar en tu día a día? Piénsalo. En tu presente, en tu momento concreto, puede que aunque no lo sepas haya una persona que necesite tu sonrisa. Sí, ya sé que con la mascarilla no se puede ver. ¿Seguro? Porque se sonríe con el cuerpo, con la mirada. Se ve de lejos quien camina contento por la vida y quien arrastra la existencia. Somos personas varita de otros. No desperdiciemos la ocasión. Haz tu parte. No puedes cambiar el mundo que te rodea. No puedes cambiar a tu familia o a tu pareja. Pero puedes cambiarte a ti. Puedes cambiar tu actitud, ser una persona varita.