Realidades vitales

Llevo unos días dándole vueltas a una idea. No sé si llamarlo el ritmo vital o las dos realidades del día a día. Voy a intentar explicarme. Si hoy pones cualquier medio de comunicación, te vomitará un montón de noticias, la gran mayoría serán negativas. En materia económica, marean los datos de la macroeconomía y da la sensación de que a nivel mundial nos vamos a ir al carajo. Que somos simples peones de otros que mueven los hilos, donde un muerto es una tragedia pero 50.000 son una estadística más. Como otras muchas veces, la frase no es mía. No voy a nombrar a su infame autor que es de sobra conocido, y sobre todo porque la he adaptado. Nada en mis escritos es casual, como ya saben los que me siguen.

El caso es que vivimos en una gran dualidad. Está la realidad de las noticias y por otro lado está nuestra realidad cotidiana, que no suelen parecerse ni de lejos. Porque en nuestro día a día nos importa muy poco los rifi rafes de las esferas políticas. A diario tenemos problemas personales que resolver: ¿qué comeré hoy? ¿Dónde voy a dormir? ¿Llegaré a fin de mes para pagar las facturas de la hipoteca, la luz, el gas…? Nos afectan las decisiones políticas, por supuesto, pero tenemos problemas concretos de los que ocuparnos. Son dos ritmos distintos. Los dos son reales y nos afectan. Depende de si nos ponemos en la muchedumbre de la sociedad o nos ponemos desde la posición del individuo concreto. En uno nos hablan de la nueva normalidad, de los contratos sociales y en el otro, lo capeamos como podemos. No sé si me explico. Está muy bien de vez en cuando abrir las puertas, ver la vida desde las alturas. Conocer las medidas socioeconómicas y políticas que marcan el rumbo del país o del continente. Nos afecta, por supuesto. Nos llenan la mente con grandes ideas, o valores. Más, tarde o temprano, hay que estar en la pelea de tejas para abajo. Ponerse la armadura, aunque el yelmo sea prestado y no nos encaje demasiado bien. El circo del Congreso o del Senado son solo cortinas de humo, un mal entretenimiento para desviar atención de la mente, quien se lo compre. ¿Pensamos o nos piensan? Inquietante ¿no?

En las grandes esferas, el movimiento es muy distinto a las preocupaciones ordinarias. En mi día a día, además, hay que añadir la realidad de la novela que me ocupa. Reconozco que me fascina, me siento privilegiada por dedicarme a esto. Tengo bajones, como todo el mundo. Pero escribir es un juego, saltar de perspectivas y pura curiosidad. Es un constante abrir las puertas de la vida y entrar de puntillas. Los escritores somos niños pequeños dejando volar la imaginación. Ícaros que se atreven a volar más alto o más bajo. ¿Pueden los demás hacerlo? Por supuesto. Solo hay que atreverse a volcar las ideas de la mente al papel a través de las manos en un teclado. Está claro que para hacerlo con más o menos pericia, es bueno desarrollar el talento innato o natural. Cada dia se puede hacer mejor, sentirse satisfecho.

¿Quién nos vendió la moto de que el trabajo, sea el que sea, es un castigo, una derrota? Está claro que si haces algo que no te gusta, que no te llena, será un fastidio y una causa de malestar. Personalmente creo que nadie aguanta toda la vida en algo que no le va. Se nota en la actitud, aunque manejemos un autoengaño o nos queramos resignar. ¿Por qué entendemos la vida como una lucha? Es una metáfora a la que prestarle un poco de atención, porque marca la actitud ante las circunstancias, favorables o no. Usamos la metáfora de la lucha por el instinto de supervivencia. Otra vez nuestro «amigo» el cerebro reptiliano haciendo de las suyas. Nuestra vida se mueve por decirlo filosóficamente, entre el ser y el no ser. Y nos aferramos a ser, a respirar, a estar vivos. Intentamos llevar las riendas de nuestro destino, ser libres y poder elegir lo que queremos ser y cómo queremos serlo. Todas las ideologías se aprovechan de eso, de nuestro lado inconformista y guerrero. Entendemos así la vida, como una lucha, y la expresamos verbalmente en esos términos. ¿La política? Confrontación. ¿El deporte? Pura competitividad. ¿La sociedad? Una constante carrera. Insatisfechos corriendo hacia el más, más y más. Ponemos el foco en nuestro vacío vital y buscamos lo que lo llena para sentirnos completos. Por eso nos cuesta estar en soledad o en silencio. Porque la vida nos tira a la cara (¿la vida o nosotros mismos?) que estamos hechos para algo más. Lo complicado es que no nos dice para qué. Ese es un trabajo personal, desafiante y asusta. Porque se da la disyuntiva que la sociedad nos lo provoca y al tiempo lo intenta aplacar. Me explico: Aislamos lo raro, lo diferente, como sociedad. La paradoja es que precisamente lo raro es lo que nos hace avanzar como sociedad. Muchos de nuestros inventos se los debemos a los locos, a los que miran la realidad de forma diferente, los adelantados a su tiempo, los que ofrecen pensamientos alternativos, soluciones creativas a problemas concretos. Me temo que los escritores, al menos muchos de ellos, están en ese grupo de locos incomprendidos y peligrosos para el buen funcionamiento de la sociedad. Si no… ¿por qué todas las dictaduras han quemado libros? ¿Por qué intentan controlar hasta la censura si es preciso la información que llega a la ciudadanía? Lo primero que hacen es unificar el mensaje y ¡ay de los disidentes! Es una lección que, como no aprendemos, estamos «condenados» a repetir una y otra vez, como si de un círculo vicioso se tratase, sin principio ni fin.

¿Podemos salir del círculo? Sí. Enfrentándonos a lo que más nos aterra. Observarlo, sin juzgarlo. Ser conscientes de dónde nos encontramos, las diferentes realidades vitales en que nos movemos desde una posición diferente. Mirar el escaparate de la realidad y saber que lo que ocurre también pasará. Porque cuando lo observamos con curiosidad, pero sin aferrarnos a ello, la actitud cambia. «Esto también pasará«. Lo malo… y lo bueno también. Podremos saber en qué parte del ciclo nos encontramos. Puede dar miedo. Lo interesante está al otro lado. Es tu decisión traspasar el umbral o no.

 

 

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