Uno de los post pendientes de publicar. Mi reseña sobre la novela «La ladrona de libros» de Markus Zusak. En 2013 se estrenó la película con el mismo título y supuestamente es la adaptación al cine de la novela. Digo supuestamente porque en mi opinión, por separado ambas obras son buenas pero la película es una interpretación de la novela más que una adaptación. Voy a ocuparme solo de la novela. Ya sabes que lo que vas a encontrar son mis impresiones y mi opinión de lectora. No soy crítica literaria, ni pretendo serlo. Lo repito muchas veces, lo sé, pero me gusta que quede claro.
El poder de las palabras
La novela me ha gustado. Me sorprendió desde el minuto uno la elección del narrador, o en este caso, narradora. Es por lo menos atrevido escuchar una historia de los labios de la muerte. Por eso es una narrativa a veces cortante, a veces emotiva. Una genialidad del escritor, sin duda. Me enganchó al empezar a hablar de la visión de los colores. Me descolocó la maquetación interna de la novela, parecía como si dentro de la narración hiciera apuntes, pusiera comentarios. Puede parecer que va a perder al lector, pero la verdad es que tras las primeras páginas, te habitúas y de hecho lo necesitas en varias escenas, así que es todo un acierto, novedoso, pero acertado. La novela es algo más que una historia de nazis. Ese tema, tan manoseado, es el escenario de fondo, el trasfondo histórico, pero visto desde los ojos de la muerte, de una niña en una ciudad alemana y de un judío escondido en una casa por casuales circunstancias de la vida. Que no son tan casuales, todo sea dicho.
Juega con el tiempo constantemente porque para la muerte no hay pasado, ni futuro, solo un eterno presente donde todo es posible. Empieza con una escena del futuro, para volver al pasado y casi al final del libro volvemos a ella, casi en un círculo perfecto, cerrando la trama de forma magistral. El verdadero centro del libro, para mí, no es ese transfondo histórico sino que es una historia sobre el poder de las palabras. Las usamos tantas veces que ni siquiera las pensamos en verdad. Nos pasamos la vida expresando cosas, las convertimos en el aliento de la vida, nos movemos entre discursos que se han ido repitiendo desde el principio de los siglos. Leer esta novela ha sido casi entender desde otra perspectiva la idea de que estamos hechos de lenguaje. Otro gran libro, un fantástico ensayo al que vuelvo de vez en cuando y eso que no soy de releer.
No somos conscientes del poder que encierran las palabras que pueden crear nuestra realidad. Nuestra actitud ante la vida se muestra en nuestra forma de usar el lenguaje. Nuestra actitud también crea nuestro idiolecto. Sé que puede sonar raro, chirriar en la mente, más si te atreves a zambullirte en esos pensamientos, observarlos sin juzgarlos, pueden revelarte cosas que no esperas. Porque a través de las palabras, provocamos reacciones de los otros. Una de las mejores cosas que me han dicho de Arcoíris de Medianoche es que en una escena, podían ver en su mente cómo los colores se diluían en la protagonista, fundiéndose con el suelo de una calle. Buscaba ese efecto de fluir y en varias escenas lo conseguí. Porque con las palabras podemos hacer que los demás sientan el frío como en el entierro del hermano de la protagonista de «La ladrona de libros». Las buenas novelas atrapan tanto que sentimos a flor de piel cada emoción de los personajes, vivimos lo que les ocurre en nuestra viva imaginación. Y ese efecto Markus Zusak lo consigue con verdadera maestría. La novela atrapa y contagia la fascinación por los libros, por las palabras que va aprendiendo Liesel, la protagonista.
Cada nueva palabra expande el mundo
Es fascinante como Liesel va descubriendo poco a poco el mundo que le rodea, que es prácticamente nuevo para ella porque la historia comienza con su adopción por parte de la familia Hubermann, Rosa y Hans, de Molching, una ciudad cerca de Munich. Una niña que no sabe leer bien con nueve años, cerca de cumplir diez. Al principio, en la nueva escuela, se ríen de ella por su forma de leer. Así irá descubriendo las triquiñuelas de la realidad cotidiana de una ciudad que intenta continuar en con su vida, más allá de guerras y proclamas. Así conocerá a sus verdaderos amigos, se integrará y se van mostrando las tramas secundarias, desde los ojos de la muerte en las anotaciones y desde los ojos inocentes, principiantes, de Liesel. Y en ese marco se forja la amistad con Max, el judío al que esconden en su sótano los Hubermann. La persona que le regala su visión de la vida y la introduce en la que será su misión, su propósito vital. El cuento que le regala, EL VIGILANTE, hecho con las páginas blanqueadas de lo que más detesta, es para dedicarle un post en exclusiva. Lo dejo a los lectores que se atrevan a darle una oportunidad. Eso sí, recomiendo pañuelos cerca aunque no sean de llorar con libros, por experiencia.
Cada palabra de Liesel cambia el mundo de Max y Max cambia el mundo de Liesel. Cada encuentro con otra persona puede cambiarnos. Aunque no lo veamos en un principio, un chasquido vital y todo cambia, aunque nada cambie, porque nosotros con un encuentro nos transformamos. El cambio lo proponen desde fuera, la transformación es desde dentro. Propuestas, no imposiciones. Por mucho que nos quieran imponer cambios, no calaran si no llegan al centro del interior. Es nuestro mayor bastión, nuestra isla desierta donde no entra la opinión de los demás, donde nos importa tan poco que somos verdaderamente libres, verdaderamente nosotros.
Cada nueva palabra expande el mundo. Podría decirse que ocurre así cuando aprendes otros idiomas. Y quizá por eso, resulta triste comprobar como los seres humanos intentan hacer de las lenguas algo que los distancia, que los diferencia y que terminan empequeñeciendo su mundo. El propósito de las palabras la comunicación y a veces, las hacemos barreras para no entendernos con los demás. ¿Cuántas guerras han empezado con malentendidos? ¿Cuánto conocimiento se ha empobrecido por querer borrar de un territorio un idioma?
Me sorprende que esta novela sea catalogada como narrativa juvenil. Será por la edad de la protagonista, que va creciendo conforme avanza la historia. Desde luego creo que a más de un adulto le vendría bien descubrir esa mirada de la realidad. Descubrir que no todo es blanco o negro, sino que la cotidianeidad está llena de matices. Una vez más lo que marca la diferencia es nuestra actitud ante las propuestas de la vida. Porque cada cosa que nos ocurre a diario son eso, propuestas que esperan nuestra respuesta, sin importar si aciertas o fallas en la respuesta. No se trata de un examen. No es un tren que pasa solo una vez. Es un camino formado por muchos pasos, iguales aunque también diferentes y que pueden repetirse. Puedes parar. Puedes andar de nuevo. Hay muchas posibilidades. Lo importante, lo que se pide es responder.
Me guardo muchos de los pensamientos que me ha provocado esta novela. Serán alimento para nuevos textos y para personajes de mis próximas novelas. Me ha enriquecido. Ha expandido mi mundo. ¿Será tu experiencia así? No dejes de comentármelo. Ah! Gracias por leerme. Es bueno saber que hay personas detrás de las pantallas 😉