Miedo

Últimamente parece que el miedo se ha instalado en nuestras cabezas y nuestros corazones. ¿Se ha instalado o ha okupado? No lo tengo claro, pero lo que es evidente es que cuando tenemos miedo, no somos nosotros mismos. ¿Por qué? Porque dejamos de razonar o de racionalizar, lo que prefieras. Es lógico y viene en nuestra naturaleza de cuando éramos presas. Imagínate a un neandertal, paseando por el campo alegre y feliz, y de repente ve a cierta distancia a un felino, a un depredador. ¿Se pararía a pensar qué puede hacer o saldría corriendo en dirección contraria para evitar ser comido? Lo último que se le ocurriría es acercarse al animal e intentar convencerle de que no se lo coma. Contado así puede parecer absurdo, hasta ridículo y exagerado. Estamos programados para salir corriendo. Es cuestión de supervivencia. Como mucho, puede que nuestro amigo neandertal viera la distancia para saber cuál era la mejor opción, correr, esconderse o quedarse quieto. Pero todo iría en pos de la supervivencia.

Según estudios científicos, en nuestro cerebro, por asi decirlo hay tres cerebros: El reptiliano, el límbico y el neocórtex. Por resumirlo muy brevemente, del más antiguo al más moderno, el reptiliano se ocupa de la supervivencia, el límbico de las emociones, y el neocórtex del razonamiento. Cuando se activan el reptiliano y el límbico, el neocórtex se desactiva. Por eso el simpático neandertal corría ante un peligro y nuestra especie ha sobrevivido, evolucionando y adaptándose a los cambios. ¿A qué viene todo ésto? Sencillo. Cuando tenemos miedo, no podemos razonar. Reaccionamos, no pensamos. Así de fácil. Implica además que con alguien con miedo no intentes razonar, porque no te va a escuchar. No solo no te va a escuchar sino que si le quitas importancia, se alterará más. Es como cuando alguien está nervioso y otra persona, con buena intención se supone, le dice que se calme. No sé lo que te pasará a tí, pero mi respuesta es más cercana a gritar que a calmarme. Espero no ser la única. Seguro que no. Por tanto, es mejor no intentar convencer a nadie de que tiene miedo y que su postura no es racional. Cada uno sabe lo que le atemoriza y es el único que puede gestionarlo. Por mucho que te digan que puedes meterte en el mar, que no hay peligro, si te ha picado una medusa, seguramente estarás muy atento a todo lo que te rodea. No quiero imaginarme lo que puede ser ver a la aleta de un tiburón o algo así. Ante una experiencia traumática, reaccionamos con miedo. Hasta podría decir que hay miedos instalados directamente en nuestro cerebro haya ocurrido algo malo o no. Pongamos por ejemplo el vértigo, el miedo a las altura. No es necesario caerse de un rascacielos para que cruzar un puente o asomarnos a un balcón nos de miedo, nos paralice. Cuestión de supervivencia, una vez más.

El miedo se mueve en el terreno de las creencias. Eso es algo personal, por mucho que intenten cambiarlo desde fuera, la verdadera transformación no se produce si el individuo no hace ese trabajo y lo sustituye por otra cosa. Nos corresponde a cada uno el enfrentarnos con nuestros propios miedos para que no nos paralicen. Se dice fácil, no lo es tanto. La mayoría de las veces el peligro es muy real en nuestra cabeza, aunque puede no serlo tanto en la realidad. Nos montamos cada historia que cualquier guionista de Hollywood a nuestro lado es un simple aprendiz. Para los creativos, es un material muy valioso para inspirarnos. Más de un personaje de novela nace de los miedos de un escritor. ¿Qué ocurre en la realidad? Nos bombardean con el discurso del miedo. Todo a nuestro alrededor está repleto de temor. Y la respuesta que damos, sin embargo, depende de nosotros. ¿Qué es más importante la sanidad o la economía? Diría que se retroalimentan, se mantienen ambas, y si una cae, la otra va a caer. Se nos pide que demos respuesta como sociedad a un momento histórico que depende de cada uno. Por decirlo con otras palabras: 10 no es tan eficaz como 1+1+1+1+1+1+1+1+1+1. No porque la suma no sea igual. Sino porque entre los 10 primeros puede haber los que se dejen llevar y los rebeldes que se resisten. La respuesta corresponde a cada ciudadano. Y cada uno nos enfrentamos a nuestros miedos con herramientas diferentes. Porque no es lo mismo precaución que miedo. No puedes pedir responsabilidad cuando has tratado a los ciudadanos como si fueran niños pequeños, integrantes de un rebaño. Porque le quitas importancia al razonamiento de cada uno. Y así es muy complicado.

El miedo nos quita la libertad. Nos condiciona. Te impide hacer cosas que pueden ser valiosas. Okupa todo nuestro ser y nos hace movernos a impulsos, estar a la defensiva, en constante tensión. Todo lo de fuera es una amenaza. Nos va encerrando poco a poco. Repito, no confundir prudencia con miedo. Ante una ola gigante, lo normal es alejarse o intentar pasarla por debajo, no quedarse como un pasmarote o intentar detenerla. No nos pueden convencer desde fuera pero nosotros sí podemos romper nuestras cadenas del miedo a través de la decisión y del razonamiento. ¿Puedo tener miedo a morir? Parece que es algo casi obvio en la sociedad occidental. Buscamos no envejecer, no enfermar, lo que sea para no dejar de existir. ¿Podemos no morir? Me da a mi que no, que es la primera ley de nuestras vidas. Lo que sí podemos elegir es cómo queremos vivirlas. Podemos hacerlo en plan loco, como si no fueran a acabar, o ser más conscientes de lo que es nuestro tiempo en esta vida. Todo nos lleva a morir, somos por así decirlo, pasajeros en un autobús con un destino marcado. Pero depende de tí, depende de mí, cómo realizamos ese viaje. Y el miedo es un compañero útil si se sienta a nuestro lado, sin aplastarnos.

¿Qué hacer? No soy quien para dar consejos. Voy poco a poco descubriendo mi propio sendero. Hay cosas que percibo o que intuyo que pueden desarrollarse de tal o cual manera y me preparo lo mejor que puedo y que sé. Pero puedo equivocarme. En cualquier caso, soy responsable de mis decisiones. Ese es mi mayor poder. ¿Y tú?

 

 

 

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