
Son días extraños. Hablamos por aplicaciones móviles, a través de pantallas. Tenemos clase desde las cuatro paredes de nuestras habitaciones. Las calles están más o menos desiertas. Escuchamos cantar a los pájaros y descubrimos paisajes sin casi contaminación. Fuera de casa queda la crispación, los dimes y diretes de unos y de otros. ¡Por fin tenemos tiempo! Tenemos tanto que hasta nos agobia no estar aprovechándolo. Estos momentos son una oportunidad que nos brinda la vida. Cada uno saldrá de ellos sabiendo si los aprovecha y cómo los ha vivido. No voy a dar lecciones, no soy quién ni tengo ganas. De hecho no tenía claro si iba a publicar algo o definitivamente iba a centrarme en terminar de una vez por todas mi nueva novela. Corrijo: terminar el BORRADOR de mi novela. Me está dando más de un quebradero de cabeza. Porque escribir una novela no implica que puedas escribir más. Casi se da por supuesto que sí, pero, no lo tengo tan claro que sea así. Cada página es un reto, una necesidad de contar historias o de guardar silencio.
Tiempo de silencio
Es una de las cosas que más se percibe en estos días. Silencio o ausencia de silencio. Me explico. Mis dias hasta el confinamiento eran silenciosos, solitarios, como mucho acompañada por la paloma que ilustra el post. Escuchando música para fluir con la escritura, o el sonido de la lluvia golpeando en el cristal, como ahora. Salía poco. Eso no ha cambiado mucho. Pero había soledad y silencio en casa. Ahora estamos todo el nucleo familiar. Desde hoy, cada uno en una habitación, con su ordenador y con sus obligaciones. Se retoma el colegio y se continúa en teletrabajo. Porque, para nosotros, estar en casa no es estar de vacaciones. Como para otros muchos profesionales que se han adaptado a las circunstancias y lo llevan lo mejor que pueden. Aprendes a usar nuevas tecnologías, recibes mensajes más o menos fiables y decides si te dejas llevar por los impactos o no. Estamos como en esas gigantes piscinas de los parques acuáticos donde provocan oleaje. De repente pasas de que te cubra por las rodillas o que el agua te sobrepase por completo y te eleve haciéndote sentir insignificante. Es como estamos. Lo grandioso es que tenemos acceso al botón de apagado. Estamos en una piscina, podemos salir. Creamos nuestra realidad con nuestras palabras, así que decidimos si queremos formar parte de la masa que sube y baja o buscar nuestro camino. Aún sin salir de casa. Podemos mirar las caras por las pantallas y saber que seguimos conectados, aunque no podamos tocarlos. Al menos hasta que la muerte nos los arrebate físicamente.
Tiempo de duelo
Quien más y quien menos ha pasado momentos difíciles en estos días. La muerte nos golpea sin poder escapar. Parece irreal. El cerebro no procesa el duelo. Porque nuestra casa es nuestra protección y de repente descubrimos que no, que estamos aislados, solos e indefensos. Esta situación saca lo mejor y lo peor de nosotros mismos porque nos lleva al extremo. Lo vivimos todo de forma brutal. Nuestra realidad son paredes. Llegan noticias de personas que no vas a ver más y no lo puedes creer. Porque no nos estamos despidiendo. Porque, una vez más, te das cuenta de que la última vez que hablaste con tal o cual persona no sabías que iba a ser la última vez. Y ese abismo, da miedo. Es algo natural. Queremos más. Lo llevamos en los genes. Tenemos deseos de eternidad. Sentimos que nuestra vida se ha parado pero el tiempo sigue su curso. Las enfermedades continúan. La lluvia sigue cayendo, nos pille en casa o estemos fuera. Ver la vida desde dentro es diferente. Y cuando salgamos a la calle, muchos ya no estarán. Esa es la triste realidad. Estamos haciendo un esfuerzo como sociedad y tiene un precio que estan pagando con sangre los que no pueden continuar. La evolución de la naturaleza nos parece cruel. Y en parte lo es. O te adaptas, o lo superas o desapareces. Cuesta. Ya lo creo que cuesta. Puede que como especie superemos cualquier adversidad. Sin embargo, muchos se quedaran en el camino. Nos preparan con conocimientos, pero, para esto no. Es la propia vida la que se encarga de enseñarnos lo que es el paso del tiempo, de no poder marcha atrás para recuperarlo. No estamos preparados. Nunca lo estaremos mientras no descubramos nuestra soledad.
Tiempo de soledad
En casa somos tres. Hay momentos para todo. Para estar juntos y para tener nuestro espacio. Es duro. No me imagino vivir esta situación en soledad. En un mundo tan poblado como el nuestro y sentirse solo. Porque realmente lo peor no es estar solo, sino sentirse solo. Puede ocurrir hasta rodeados de gente. Dejamos que la soledad insana se nos meta en la piel y nos aisle. Duele. Intentamos matar el tiempo, cuando lo que necesitamos es todo lo contrario. Nos abandonamos al piloto automático de no pensar, para no pensar. Nos diluímos entre las cuatro paredes. Parece que se nos cae encima. Vivimos desde fuera en una realidad ilusoria que se desmorona. Se hace pedazos. Cada gota de lluvia desgasta, erosiona. Con cada respiración se vuelve denso el aire. ¿Hay solución? La vida nos la ha plantado delante de las narices. No podemos huir. ¿A dónde iremos si ya nuestra casa no nos protege? Estamos en el último reducto. ¿O no? La verdad es que no. Porque esta situación nos está gritando que necesitamos estar con nosotros mismos. ¿Cambiará algo cuando acabe? ¿Acaso importa? ¿Estás seguro que vas a ver el final? Es mejor vivir este momento. Nadie te asegura que llegues a mañana. Ya sé que hay gente que quiere ver signos de fin del mundo en estos días. Teorías conspiratorias. Señales de predicciones cumplidas. ¡¿Qué más da?! ¿Puedes huir? No. Entonces ¿para qué prestar atención a lo de fuera si es dentro de ti donde puedes encontrar esa paz que estás buscando? Se nos ha dado tiempo. No para aprender más, sino para estar con nosotros. Cuando estás contigo mismo, te das cuenta de que la soledad no es enemiga, sino una gran aliada, para crear y para vivir en el momento presente. Tú eres quien dota de sentido a tu vida, a tu día, a tu instante. En soledad descubres tu alma, lo que eres en realidad lejos de etiquetas y títulos. Y en absoluta soledad, contigo mismo. Es duro. Lo necesitábamos. Reconociéndonos, podemos reconocer a los demás. La gran paradoja: entrando en nosotros mismos, conectamos con los demás, de forma más auténtica y más humana de lo que hacíamos antes. Eso ya ha cambiado. Cada uno se pondrá en su lugar. Dependerá de lo que descubramos en nosotros mismos. Esta situación es una herramienta estupenda para crecer y ser de verdad lo que podemos ser. Está en nuestra mano que construyamos o destruyamos. En nuestro interior tenemos luz y tenemos sombra. Las dos son necesarias. Nosotros decidimos lo que damos a los demás.