
Comienzo una nueva semana con una nueva reseña literaria. Esta vez hablaré de Un calor tan cercano de Maruja Torres. Reconozco que es el primero que leo de ella y que no sé si volveré a leer otro libro suyo. Su prosa es interesante, sencilla que no simple, intimista y sumerge con facilidad. Mas la temática no es de mis favoritas. Me gustan otro tipo de historias. Eso no quita que le reconozca maestría en el arte de contar. La tiene y mucha. Últimamente leo a bastantes periodistas que cuentan historias más allá de las noticias. Me llama la atención, a medias. No es lo mismo redactar noticias que escribir novelas. Obvio. Pero una vez que entras en el maravilloso mundo de las letras, es difícil dejar de escribir. Es un paso que en muchos autores se ha dado de forma natural. Aun recuerdo que en las clases de periodismo de la carrera nos hablaron de una corriente llamada como Nuevo Periodismo, donde los escritores buscaban ganarse la vida redactando noticias para poder comprarse una cabaña perdida en algun paraje idílico y escribir su novela, la obra de su vida, que es lo que verdaderamente querían. No se trata de que los periodistas sean literatos frustrados, nada más lejos. Simplemente creo que es un paso natural para contar una historia sin límite de palabras.
Un calor tan cercano
Me centro en la novela de Maruja Torres. Nos introduce en la posguerra barcelonesa, en un barrio humilde, trabajador, con población desplazada de otras provincias de España. Todo desde los ojos de una novelista de éxito que vuelve al barrio tras la muerte de un familiar. Nos va introduciendo en sus recuerdos de infancia, en la dificultad de seguir adelante en la vida, con sueños, con ideales y con historias rotas también. Son historias cercanas, que cualquier lector puede reconocer. ¿Será lo que quiere transmitir con el título? No lo sé. Como siempre, no he leído ninguna reseña para hacerme una idea preconcebida de la obra. Es lo habitual. Ni mejor ni peor, prefiero la experiencia directa, sin influencias. Me leí la contraportada, eso sí. Y en parte, debo reconocerlo, creo que una cosa es lo que se dice en ella y otra muy diferente es lo que transmite el libro. No he llegado a la compasión, aunque sí a los tortuosos senderos. Los personajes no existieron… o quizá sí. Puede que no existan en la realidad concreta con esos nombres, pero, sí que pueden existir parecidos más que razonables. El cerebro no crea de la nada. Es normal que al escribir busquemos asociaciones, lo que no implica que sea una novela autobiográfica, que no lo es. Repito: el cerebro no crea de la nada. Es habitual que usemos esterotipos, referentes, que nos inspiremos, a lo mejor no en personas en su totalidad, pero sí que nos quedemos con características psíquicas o del propio carácter. El valor, el tesón, la fuerza interior para enfrentarse a las dificultades, la nobleza de corazón. Y también, por supuesto, la codicia, el mal meter, la envidia, el egoísmo. Todas las características son necesarias para que los personajes sean coherentes y creíbles. Todos conocemos personas sinceras y personas que traman daños a otros, personas incompetentes que no saben hacer la «o» con un canuto y personas que podríamos estar escuchándolas horas y horas porque contienen una sabiduría que nos atrae y fascina. En todo eso es en lo que nos basamos los contadores de historias para transmitir nuestro mensaje. Por eso digo que no es autobiográfica pero sí que cuenta cosas que seguro que ha vivido y experimentado la autora.
Nos une más de lo que nos separa
No creo que sea casual que el fondo de la novela sea la vida en un barrio. No es la primera vez que me lo encuentro en esta etapa. Si en Los besos en el pan de Almudena Grandes era en Madrid, en Un calor tan cercano nos trasladamos a un barrio de Barcelona. Diferentes ciudades, unas mismas circunstancias de lo que verdaderamente importa en la vida. Podemos teorizar, filosofar sobre la vida, pero, al final en el día a día lo que nos preocupa es lo mismo para todos. Estar bien. Que la gente a la que quiero sea feliz. Poder superar poco a poco las dificultades. Llegar a fin de mes, pagar facturas, tener salud, tener qué comer y vivir amores correspondidos. Da igual que sea Madrid, Barcelona o cualquier otra ciudad. Es nuestro día a día en nuestras calles y plazas de siempre. Barrios en una gran ciudad que se asemejan a pueblos de épocas pasadas, donde todos se conocían y se vivía en vecindad. Más allá de teorías filosóficas o políticas. Es como estar en dos planos. Por un lado los gobernantes y por otro el de la gente de a pie. ¿Casualidad que lo vea así en las circunstancias actuales? No, por supuesto. Porque si el cerebro no crea de la nada, tampoco puede aislarse por completo de la realidad cuando se sumerje en una novela. Cada lector tiene sus propias circunstancias de siglo y de realidad. Supongo que no es lo mismo leer una novela al calor del sol en una playa que tras varios días de confinamiento por unas circunstancias que nos superan. Tampoco lo es con un clima de crispación, de lucha, de dar protagonismo a lo que nos separa más allá de la propia humanidad, de reconocernos todos iguales. ¿Hace falta que lo diga más claro o entiendes por dónde voy? Todos somos personas que buscamos ser felices. Si nos miramos por dentro, descubriremos los mismos patrones de actuación, las mismas preocupaciones y los mismos sueños. Cada uno con sus peculiaridades, pero, iguales en esencia. No se trata de sexo o de lugar de nacimiento. Es indistinto para hombres, para mujeres, para altos o bajos, calvos o melenudos, madrileños o catalanes. Lo que nos separan son las ideas y cómo usamos las herramientas que deberían potenciarnos. ¿Qué intereses se esconden para dividirnos? ¿Acaso importa? Nadie puede dividirnos si no les dejamos. Cada uno somos los protagonistas de nuestras vidas y, casi me atrevo a decir, que creamos nuestra realidad a partir de cómo la nombramos. En esencia, hablamos el mismo idioma si queremos entendernos. Si hay voluntad de comunicarnos. Avanzar por esa senda puede parecer difícil. Estamos más habituados a deshumanizar al oponente, a tratar a los demás como objetos, ponernos en un nivel superior. La famosa lucha de clases que tenemos metidos hasta el tuétano y que nos hace convertirnos en lo peor de nuestro ser salvaje. Porque es algo que damos por hecho y que es falso. Los lobos por ejemplo, trabajan en equipo, se comportan como una manada, como un grupo de individuos, como una tribu. Los humanos somos más complejos, seguro. Nuestro afán de supervivencia ha dado paso a no ver que si no trabajamos juntos, el barco se hunde. ¿Será cuestión de cambiar de mirada? Más bien de reconocer el calor cercano, por volver al eje de la novela. De reconocernos entre nosotros. Porque nos une más de lo que nos separa, sin que suponga perder nada de nuestra identidad, de nuestra unicidad. Como un solo cuerpo tiene muchos órganos, cada uno de ellos con su función. Muchos barrios forman una ciudad, una sociedad. Si uno de ellos no piensa en los otros, las consecuencias las pagarán todos. Todos somos humanos, con sueños y miedos.