La semana pasada escribí poco en el blog. Son días de confinamiento, extraños y no siempre puedo centrarme para hacer una reseña o expresar alguna reflexión. Así que, me dediqué a leer, y a otras labores. Nada va a devolverme la normalidad, pero, al menos voy creando nuevas rutinas. Así que, hoy, Lunes 23 de marzo, voy a ocuparme de una reseña literaria. Es el libro propuesto en la Academia para el próximo club de lectura: Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley. Lo primero que he de decir es que no me gusta el terror. Nada. Ni en películas ni en libros. Creo que estar en tensión y pasar miedo de forma gratuita no está hecho para mí. Así que, la primera impresión del libro es que no me iba a gustar nada. No había abierto el libro y ya tenía la idea preconcebida de que me iba a costar mucho leerlo y que iba a desear en más de una página que se acabara. ¿Por qué le dí una oportunidad? Tenía dos razones para ello. La primera porque debo ser coherente con la enseñanza que le doy a mi hijo diciéndole que para saber si algo te gusta o no, primero hay que probarlo. No podemos quedarnos en la idea inicial, nos perderíamos muchas cosas interesantes. Y la segunda, porque en mi experiencia en la Academia, las mayoría de las propuestas me han aportado aprendizajes y agrandado mi zona de confort. Digamos que cuando me fío de su criterio, me sorprendo para bien.
De terror, nada
No voy a andarme por las ramas. De terror, nada. Y eso que el monstruo de Frankenstein es clásico, pero, desde luego que en el libro no da nada de miedo. En mi opinión es una novela muy psicológica, hasta sociológica si se quiere, pero no de terror. Su lectura es sencilla, fluye, sumerge rápido y bien. Desde las cuatro cartas iniciales de personajes que parece que van a ser importantes, y que luego no lo son tanto. La autrora nos cuenta los sueños y ambiciones de un hombre que termina navegando por el círculo polar ártico, escribiendo a su hermana, de cosas sin aparente importancia. Hasta que vive un suceso, el encuentro con un ser que parece de lejos un imponente humano. Al cabo de un tiempo se encuentra con un trineo y otro hombre que al final subirá al barco y le contará su historia. Y cambia el modo de narrar. De cartas, pasa a una especie de diario y de ahí a relatar la historia que el extraño le cuenta. Lo interesante es que en ningun momento pierde al lector. Las transiciones son suaves, aun con una prosa compleja de palabras. Cosa que se agradece. Además es un paisaje idílico, desde el navegar entre el hielo, ese silencio, ese paisaje helado hasta los paisajes del centro de Europa. Es cierto que muchos de los paisajes suizos que describe los conozco en primera persona. No en esa época, por descontado. Pero Ginebra, Lausana, el Jura, el Lago Leman, las montañas y los bosques forman parte de mi recorrido personal. Por ello me resultaba aun más sencillo adentrarme en el escenario de la novela. Y choca. Porque es un paisaje relajante, sereno, para nada tenebroso y oscuro. Predomina el verde, el azul del lago, el blanco de las montañas. No da miedo. Ni siquiera cuando los cielos se oscurecen en plena tormenta. Impresiona y calma al contemplarlo, pero, miedo no. Para muchos montañeros sería casi el paraíso. ¿Extraño? No tanto. El verdadero terror se da en el interior de las personas, no en el paisaje.
Empatía
Es una de las grandes incógnitas que me plantea la novela. Resulta sencillo empatizar con el monstruo, mucho más que con el protagonista, Victor Frankenstein. ¿Por qué? Personalmente creo que es por ser criaturas. Me explico. El anhelo del monstruo es el amor. Muestra una humanidad que no siempre se da en la sociedad. Por eso es sencillo que nos identifiquemos con él. No pidió venir al mundo, su creador lo rechazó. Despierta temor en todos los que se cruzan con él. Termina respondiendo con crímenes, devolviendo mal por mal, porque es a lo que le han empujado, reaccionando más que eligiendo lo que sale de su interior. Y nos plantea un dilema interesante. ¿Tener la capacidad de hacer algo nos obliga a hacerlo? El científico juega con la vida, descubre cómo darla. Victor juega a ser Dios. Va más allá de lo moralmente correcto y no se pone ningun tipo de límites. No se plantea si es correcto dar vida. Como puede hacerlo, en un momento creerse superior, la da. ¿Es interesante el dilema o no? Es pura psicología. Y nos reta a pensarlo. La buena literatura debe plantear incógnitas y preguntas al lector. Dejarle con ganas de más. Cuestionar y llevarnos a reflexionar de diversos aspectos de nuestra vida. Por eso nos identificamos con personajes salidos de la mente de los escritores. Planteatelo. ¿Tú lo habrías hecho? ¿Habrías juntado partes de cadáveres y creado a una criatura para darle vida? A lo mejor no tienes a un científico loco dentro. Pero… ¿Te saltas las normas por el mero hecho de que puedes hacerlo sin responder ante nadie? En estos días de confinamiento… ¿sales a la calle porque no tienes otra opción o porque te crees superior con los que te rodean? Sí, salto de las páginas a la vida cotidiana. Porque eso es lo que nos increpa de la novela. ¿Cómo vives? Las buenas personas pueden hacer cosas malas. Por supuesto. Y en nuestra psicología intrínseca es posible que hasta lo justifiquemos. Podemos pensar sólo en nuestra ambición, en nuestro criterio, sin recordar a los demás, sin pensar en las consecuencias. Lo complicado en la vida es que, nuestras acciones tienen esas consecuencias que tarde o temprano nos daremos de bruces con ellas. Tenemos un mal día, explotamos y haces algo que no es propio de ti. Haces daño y no hay botón de retroceso. Esta vida va siempre hacia adelante. No es posible pararla. Para bien y para mal.
Prometeo
Frankenstein o el moderno Prometeo. Interesante mensaje de Shelley. Perdonadme que haga un inciso. No puedo evitar volver al origen de la palabra PROMETEO. Viene del griego Προμηθεύς, Προμηθέας (Promitheas) formado del prefijo de πρό (pro = antes) y μῆτις (mitis = sabiduría, pensamiento, invención, educación) y significa «el que piensa con anticipación«. La etimología de las palabras puede ser muy interesante ¿verdad? Las usamos con mucha facilidad y sin embargo llevan aparejadas unas connotaciones para nada casuales. Creamos nuetsro mundo a través del lenguaje, de las palabras. Frankenstein no piensa antes de crear a su monstruo. Lo hace después. Se arrepiente. Pero ya lo ha hecho. No es Prometeo. Se comporta como EPIMETEO. Viene del griego Ἐπιμηθεύς (Epimêtheús) formado del prefijo de Ἐπι (Epi = sobre) y μῆτις (mitis = sabiduría, pensamiento, invención, educación) y significa «que reflexiona más tarde«. Prometeo, piensa antes de hacer y Epimeteo, piensa después de hacer. Valdría de resumen. Si nos interesa la mitología, eran dos hermanos titanes. Prometeo fue el que robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. Epimeteo era el esposo de Pandora, Para más señas, y con esto acabo que me desvío de Frankenstein. La cultura griega es una de mis pasiones, lo reconozco, aprendo muchísimo yendo más allá de su mitología y sus metáforas. Es una fuente de sabiduría a la que vuelvo a menudo. Como decimos los escritores, no me salgo de eje y vuelvo a la novela. ¿Frankenstein es el moderno Prometeo o lo es el monstruo? Porque no creo que sea casual la referencia en el título. Prometeo es quien roba el fuego, otorga ese conocimiento a los mortales . Pero en este caso, en Frankenstein, se funde con el Epimeteo que llevamos dentro, no piensa en las repercusiones de sus acciones. Está tan ensimismado con sus conocimientos, con lo que puede hacer, que no piensa si es correcto hacerlo con las normas de la sociedad. ¿Qué está haciendo Shelley? Nos hace ir más allá de las acciones, de nuestras ideas, reflexionar sobre lo que nos debería dar miedo de nosotros mismos y ponernos en la piel de lo que creamos con nuestros actos. Nos ofrece las dos perspectivas. La de creador y la de creatura, el hacedor y lo que ha hecho. ¿Cuál de los dos es más humano? Podemos empatizar con ambos, y esa es la maravilla de esta novela. Por eso no da terror, aunque sí un poco de miedo. Porque la responsabilidad de nuestras vidas no nos viene de fuera, sino de nosotros mismos. No busques culpables, demonios, porque los has creado tú. Tenemos la capacidad de dar lo mejor de nosotros, y lo peor. Es tu decisión lo que vas a hacer con tu vida. Tú decides. Piénsalo.
Y ¿acaso uno no se convierte en Frankenstein cuando es padre? Ahí tienes a tu criatura incomprensible y solo te queda enseñarle a ser persona (que ahí es nada…). Hay quien también huye y se pira comprar tabaco para siempre.
Sí, no lo dudes. En ese aspecto, hay muchos más epimeteos que prometeos. De hecho, en la película de Frankenstein de Robert De Niro, el monstruo termina llamándole PADRE a su creador.