Luces y sombras

5D5E4320-7843-4D31-8EB5-F227A7E1168D_1_105_cUna vez más, me inspiro en una de las frases que recientemente me ha dicho mi hijo para escribir el post de hoy. Su infancia es una fuente inagotable de ideas y me hace cambiar la mirada hacia lo que me rodea. No me desvío. En su colegio se ha apuntado a un concurso de fotografía cuyo tema es el tratamiento de la luz. Al preguntarle por qué se ha decidido por esa opción, nos decía con su desparpajo inocente que era la que más le convenía. Las otras eran hacer un dibujo, no se sentía inspirado para hacerlo, y escribir un poema en inglés, no le apetecía nada. La verdad, conociéndole no me extraña. Además, sabe que con la fotografía puede aprender de su padre y así pasan tiempo juntos haciendo algo que les gusta a los dos. El plan es perfecto, se mire por donde se mire. Gana por el proceso sin darle importancia a la evaluación final. El premio del concurso es secundario.

Somos luz, somos sombra

¿Somos o proyectamos? Bueno, debates filosóficos aparte, sesudos y quizá demasiado complejos para estos momentos, lo que esta claro es que todos somos luz y somos sombra. No voy a hablar del paralelismo bien/mal, porque no creo que toda luz sea buena ni toda sombra sea mala. Nuestro ejemplo puede iluminar a otros y por nuestra corporalidad, cuando nos exponemos a la luz proyectamos sombra. No es ni bueno ni malo. ¿No os ha pasado en un día de calor o con un sol radiante, que agradeces que una persona se ponga en medio, a modo de parapeto y te regale su sombra? Demasiada luz ciega igual que su ausencia nos impide ver. Sí, estoy jugando una vez con las palabras. ¿Acaso no es el trabajo de todo escritor, jugar con el lenguaje simbólico-real, con lo que va a interpretar el lector? Todo lenguaje es un juego de luz y sombra, dependiendo de lo que ilumines, la atención se centrará en unos pensamientos o en otros. Es como en fotografía, resaltamos un aspecto de la realidad, la enfocamos, la tratamos con un encuadre determinado e intentamos producir ese halo mágico que sólo se percibe al mirar el resultado. Iluminar algo, es proyectar sombra sobre otra cosa, pensamiento o emoción.  No decimos todo lo que sabemos. A veces lo más interesante se queda en la penumbra, lo que velamos, lo que expresamos entre líneas, que no es otra cosa que nuestra intención. ¿Por qué? Hay diferentes niveles dentro del mensaje, un juego con las circunstancias. Quien tiene las claves lo comprende en profundidad, va más allá del simple significado de las palabras. Quien no, pues se mantendrá en una bella superficialidad.

Juego de contrastes

Centrar la atención en algo es quitársela a otro aspecto. ¿Un ejemplo? Casi de forma automática, al poner en negrita una frase, dejamos de ver las demás. Resaltamos un mensaje y nuestra vista se queda en ello. En periodismo nos insistían en dar el mensaje de la forma más clara y concisa en lo que se llama el lead o la entradilla. Ese texto en negrita que aparece al principio de las noticias, con maquetación de dos columnas habitualmente en los periódicos y que es el resumen de lo más importante, lo que hará que el lector se enganche y lea el cuerpo de la noticia o bien pase. Si sólo va a leer titulares y entradillas, al menos hay que conseguir que la información más importante le llegue de la forma más veraz posible. Por supuesto, todo eso en los medios digitales ha cambiado. Pero, aun hoy, ese primer párrafo resumen de las noticias se resalta en los medios, ya sea en papel o en digital. ¿Por qué damos importancia a unos hechos y a otros no? ¿Para qué iluminamos unas cosas y dejamos otras en la oscuridad? Para fijar la atención. ¿Algo más? Sí, marcamos modelos. Lo hacemos cada día, desde elegir en lo que pensamos hasta dar nuestra confianza a una u otra persona. Se mezcla lo consciente y lo inconsciente. Vemos algo, nos llama la atención y lo queremos capturar para el recuerdo.

Tu propia luz

Ponemos luz en lo que vivimos. De hecho, hasta escuchamos poniendo luz. Si detectamos que nos quieren engañar, apagamos la atención, oímos ruido pero no nos llega ningun mensaje. Es el modo automático, que hace que centremos la atención en otra cosa. Es nuestro modo de aprender desde generaciones. Lo llevamos tan dentro que hasta el lenguaje lo expresa: «Poner el foco de atención» «centrarse en lo importante» «iluminar una situación, un concepto«. En nuestra imaginería grupal, asociamos la luz con el sol, con el día, con el cielo, con el cosmos. La oscuridad con desconocimiento, con la noche, con algo cerrado, con una cueva. Si vamos un paso más allá, la luz es apertura, es tener los ojos abiertos, ver lo que nos rodea, lo de fuera… y… la oscuridad cerrar los ojos, mantenernos en nuestro interior. ¿Correcto? ¿Seguro? Porque proyectamos sombra. ¿La felicidad está en vivir siempre hacia fuera? ¿Te lo crees? Yo no. Para qué voy a perder el tiempo con florituras ¿no? Vivir siempre hacia afuera es insufrible, es pura apariencia, es una ilusión que se cae a pedazos. Si no hay algo dentro, todo se desmorona. Porque vivir hacia fuera, es permitir que se apague nuestra llama interior. Sin raices fuertes, no hay ramas que se eleven hacia el cielo. Porque lo que nos mantiene con vida es el latir del corazón, nuestra respiración, las funciones de los órganos corporales que no se ven. Por usar la imagen, somos cueva y somos cosmos. Y la cueva nos atrae, porque iluminarla, proyectar la luz de dentro hacia fuera nos hace ver. ¿Lo dudas? Proyecta una linterna hacia tus ojos y luego ponla mirando en la misma dirección de tu vista. ¿Ves mejor o peor con la primera o con la segunda opción? Si te conoces, si descubres tu propia luz, podrás iluminar lo de fuera, podrás verlo, disfrutarlo y jugar con las luces y las sombras. Porque las dos son necesarias para ver de verdad.

 

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