Siguiendo mi propósito de leer un libro por semana, hoy hablaré de Los besos en el pan de Almudena Grandes. Como es mi costumbre, no he querido leer reseñas ni críticas literarias. Por supuesto que tampoco voy a hacer un análisis más propio de un club de lectura que de este blog. Explicaré mis impresiones, que, equivocadas o no, son mías y responden a mi vida actual, lo que me ha llegado, lo que no me ha gustado y lo que me ha hecho pensar. He de decir que es la primera vez que leo a esta autora. Este año empieza a estar lleno de primeras veces, de salidas constantes de mi zona de confort. ¿Salidas? Bueno, a estas alturas debería decir que es ampliación de zona de confort. Hay cosas que descubro y me gustan, y las adquiero poco a poco a mi escritura y cosas que no me interesan lo más mínimo y las dejo para quien las quiera. Afortunadamente, aún vivimos en esa libertad de que podemos pensar lo que queramos, por mucho que algunos quieran hacernos pensar como manda el Estado.
Besar el pan de la miseria
La novela impacta desde la primera página. Es coral, la suma de muchos relatos, de muchos personajes donde se diluye la diferencia entre principal y secundario. Nos situamos en un barrio de Madrid, aunque podría ser de cualquier otra ciudad. Y nos sitúa con el antiguo juego del observador. ¿A qué me refiero? A sentarse en un banco o en el bordillo de una calle y ver pasar a gente, imaginar sus vidas, sus anhelos, sus preocupaciones. Bien, en este caso, no las imaginamos, sino que vamos saltando de una persona a otra, casi de forma discontínua, con su psicología vital a flor de piel. El nexo es el barrio, uno de esos de siempre, de los que quedan pocos. Un barrio de gente trabajadora, que vecinos que se conocen de toda la vida y muestra cómo les afecta la realidad, la crisis económica y la de valores que estamos viviendo. ¿De valores? Sí, porque en una sociedad que cada día está más conectada, paradójicamente cada día está más deshumanizada. Y en los barrios de siempre, con los vecinos de siempre, ese temporal se capea como mejor se puede. Se mezcla forma de enfrentarse a las dificultades como el único modo de supervivencia, de besar el pan de la miseria. Porque es lo que tienes y de donde sacas la fuerza para superar, para luchar un día más. Una mirada sin retoques a lo que nos rodea, de ver como hay escenas que se repiten, de lucha por nuevas oportunidades aunque haya que irse al extranjero, de aparentar que se está bien y de como al final cada uno se pone en su lugar. Trata temas variopintos quizá con demasiados estereotipos para mi gusto, como por ejemplo el milirar retirado, la abuela progre, el obrero que aguanta lo que le echen y el político-empresario corrupto. La nobleza vital, entremezclada con recuerdos de épocas que ya pasaron y que no siempre fueron mejores, aunque se afrontaron de forma diferente. El pan de la miseria, la lucha por la supervivencia y por no convertir nuestro corazón de carne en uno de piedra.
Recuerdos de épocas pasadas
No he podido evitar que la lectura me llevara a recuerdos de mi propia experiencia. La novela comienza con el retorno a la gran ciudad tras el verano. Un mes entero en la zona de playas. Hasta en eso ha cambiado la sociedad. Ya no se vacían las ciudades un mes completo. Ahora se reparten a lo largo del año aprovechando puentes y festivos escolares. El comportamiento social ha cambiado. Con el paso del tiempo las nuevas generaciones adoptamos formas de entender la vida, de vivirla, diferentes. Y en la novela, esas formas se mezclan. Así, por ejemplo se trata como a pinceladas la relación de los ancianos y de los jóvenes con la tecnología, de un modo interesante, como cada uno busca una cosa pero llegan al mismo punto. Distintas formas de afrontar las crisis personales dejando claro que más allá de los problemas lo que cuenta es la actitud y la increíble conexión entre abuelos y nietos. Como si los padres fueran una estación de paso, inconexa. Abuelos que son algo más que cuidadores para momentos donde los padres trabajan y tienen que ausentarse de las casas. En algunos momentos del libro, leer era como ver a mi abuela materna cocinando o acompañándome a su casa. Esos recuerdos que se graban en el alma y que no se borran por mucho que pase el tiempo. Al hablar por ejemplo de la emigración, hablar de un anciano que vive en Cercedilla pero que recuerda su epopeya para llegar a Suiza para buscarse un futuro, y de su vuelta a España, pues era como ver parte de la historia de mi familia. Una historia compartida con otros muchos vecinos de los barrios de siempre de Madrid. Porque, como dice la novela, hay que ser muy valiente para pedir ayudar, pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla. Y a veces la ayuda está en el barrio y otras está fuera del país.
Es una novela entretenida, con un estilo que engancha, que no se hace pesada y que se disfruta por su forma de narrar, sin intentar profundizar en exceso en ninguna de las vidas, en ninguno de los problemas. La autora deja a retazos su opinión política, con la que puedes estar o no de acuerdo, pero, no distrae de lo verdaderamente importante: la humanidad. Imperfecta, con cosas buenas y malas, pero reconocible. Porque la vida es así, por mucho que nos empeñemos en falsearla de perfección con filtros y retoques. Una vida humana que aprovecha las oportunidades que le llegan lo mejor que se puede, algunos las llamarán crisis y otros posibilidades de cambio. He disfrutado leyéndola, sin duda.
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