¡Feliz 2020! Tras las vacaciones, he vuelto a ponerme ante el teclado para las actividades habituales. Estar de vacaciones no significa no hacer nada. Al menos no lo es para mi. Es más como un cambio, dejar temporalmente de hacer unas cosas para dedicarme a otras. ¿He descansado? Bueno, de Oportunidad del Fénix un poco sí. He roto mi ritmo habitual de escritura de la novela para leer más, ver exposiciones como Las artes del metal en Al-Andalus, Tutankhamón o la de Juego de Tronos. En lo que va de año, ya me he leído dos libros El hombre que plantaba árboles y El último Abad. Así que, no, no se puede decir que en este tiempo de silencio en el blog no haya hecho nada. Y tengo pendiente los post de todas las actividades, más las sensaciones con mi nuevo arco turco. Pero todo en su momento, paso a paso, porque la novela no se escribe sola y también quiero dedicarle mi tiempo de calidad a mi obra literaria.
Sin prisa pero sin pausa
¿Has abandonado ya tus propósitos de Enero? Sí, esos habituales como hacer dieta, ir al gimnasio, aprender inglés… Cada uno sabe lo que ha decidido hacer con el cambio de año. Somos así de animales de costumbres. ¿No te suena? Con sinceridad, ya no los hago. No tanto porque no pueda convertirlos en hábito tras 21 días, 8 semanas, 9 o lo que crea necesario. Mis propósitos son diarios. Es más sencillo, para mí, centrarse en el hoy, en el paso que puedo dar, a poner una meta, y dejar que entren las prisas, los agobios o los cargos de conciencia. Es más concreto, lo piensas por las mañanas y por la noche evalúas si lo has conseguido. Si no lo has hecho, sabes los motivos y lo intentarás al día siguiente. Y no deja ese sabor de obligación, de cumplimiento. Es curioso pero cuando me centro en el paso del ahora, llego más lejos que cuando hago un propósito tan ambiguo como hacer dieta, por ejemplo. Vale… hago dieta… ¿qué significa? ¿Voy al médico para tener que rendir cuentas ante alguien? ¿Elimino el pan, los dulces? ¿Hago los 10.000 pasos? No sé a quien le puede funcionar eso. Pero mi motivación se desinfla como un globo al tercer día por la vorágine de la actualidad y sus imprevistos. No es constancia. O quizá sí. No lo sé. Todo en esta vida se mueve entre la frustración y el aburrimiento. Sin embargo, si me enfoco en el presente, en el hoy, en el ahora, no hay remordimientos. Por ejemplo, no me preocupa si ayer no pude comer las cinco piezas de fruta. El ayer pasó. Lo que importa es hacerlo hoy. ¿Lo haré mañana? ¿Y a quién le importa lo que pase mañana? ¿Tenemos seguro que vamos a llegar? Entonces… ¿para qué huir al futuro si lo interesante pasa en este preciso momento? Es ahora cuando pueden ponerse los medios, donde podemos ganar batallas y donde podemos levantarnos una vez más. Está bien tener funciones en modo automático. Está genial de hecho. Si tuviera que acordarme de respirar, seguramente ya me habría muerto. O si tuviera que ser consciente de que el corazón me late más o menos con el mismo ritmo. Supongo que en el equilibrio entre los hábitos automáticos y la plena consciencia es donde reside la vida.
Sé tú mismo
Enfócate en lo que te importa. A tí, no a la sociedad. En esta actualidad tan cambiante, donde la crispación y la confrontación están a nuestro alrededor, es mejor hacer lo que puedes hacer que dejarte llevar por los ánimos o los desánimos sociales. ¿Qué puedes hacer para cambiar las cosas? Cambiar tus cosas. Hacer lo que haces con la mejor actitud. No compites con los demás, sino que tu objetivo es dar lo mejor de tí mismo, ser tu mejor versión. No son frases de autoayuda rápida. Es lo que puedes hacer. Pruébalo. Deja de ver la vida como una losa y descubre la cantidad de oportunidades de tu día. Es sorprendente. Vas por la carretera conduciendo y te encuentras a uno que más que circular, estorba. A todos nos ha pasado, el famoso simpático lechón que no se cambia de carril por mucho que el de al lado está vacío. Lo reconozco, lo primero que pienso es que ojalá lo vea la Guardia Civil y le meta un multazo por ir tan mal. Pero, lo siguiente es dejar de enfadarme. No siempre lo consigo. El razonamiento es sencillo. ¿Cuánto tiempo tengo que aguantarle yo? Poco, comparado con el tiempo que tiene que convivir él consigo mismo. ¿Voy a estropearme el día por un lechón? ¿Voy a darle ese poder sobre mí? La respuesta es clara: No. No sirve de nada mosquearse. Esa explosión es como salir corriendo tras alguien que ha pisado el césped cuando mi casa está ardiendo. No tendría sentido. Que es una respuesta automática, puede, más no es lo más correcto. Son esas pequeñas batallas las que nos ofrece el momento y que hace que nos sintamos bien. Felicidad gota a gota. Pequeños logros cotidianos, que sumados pueden dar mucho. Haz lo que tienes que hacer, porque quieres hacerlo. Nadie te lo impone. Lo haces porque quieres, has tomado esa decisión y eres responsable con ella. Sea la que sea. Tu salud te agradecerá ese cambio de actitud. Y, puede que a final de año, en el balance, veas todos los logros que has obtenido al centrarte en el ahora. No cargas con todo lo que te falta, sino que disfrutas de lo que tienes, que no es necesario que sean cosas materiales. Si quieres hacer propósitos generales, perfecto. Si no quieres, tambien. Lo importante es que tú decides. No lo olvides, sé tú mismo.