Hermanos de tinta

No sé cómo empezar. Sé lo que quiero decir, pero, no tengo claro cómo hacerlo. Hermanos de tinta. La hermandad de los que han tenido que decir algo en sus vidas, han sentido la llama interna y han necesitado hacerlo a través de las palabras,  porque les ardía dentro. Es curioso, pasan los años, pasan los siglos, pero, el ser humano mantiene en lo más profundo de su cerebro esa estructura grupal tan característica de las sociedades tribales. ¿Será porque una parte de nuestra naturaleza teme a la soledad? Es como si lleváramos impreso el hecho de que solos no vamos a llegar muy lejos, que se camina mejor en compañía, somos más fuertes así. Hay dos tipos de caminos. El interno, que inexorablemente recorremos solos y el externo donde buscamos la cercanía de nuestros afines. Nacemos en un grupo, tenemos vínculos de sangre; pero no me refiero a ese tipo de hermandad. Hablo de la que elige el alma, con quienes conectamos. En el caso de los hermanos de tinta es una conexión atemporal. No necesita que haya conocimiento físico, sino que las palabras resuenen. Puedes sentir ese vínculo con escritores que vivieron hace cientos de años, pero que consiguen emocionarte, sumergirte en su mundo y hacer que sus libros se queden dentro de ti, como buenos amigos.

La soledad del escritor

Las emociones plasmadas a través de la tinta se tatúan en el alma. Mientras estás en la soledad de tu lugar de trabajo, sin nadie alrededor, roto el silencio reinante por el teclear o por la música que has elegido, la soledad ronda a veces como amiga, a veces como amenaza. Sacar fuera lo de dentro es complejo, liberador y desgarrador al mismo tiempo. Por eso, el cerebro busca su propio grupo. Cuando lees las palabras de los que te precedieron, una parte de ti deja que la imaginación vuele y se imagina a las personas que están detrás de las páginas. Te colocas justo ahí. Cuando a la luz de una vela, con una pluma iban escribiendo quizá con el temor de saber si les leerían o les rechazarían. O aporreando máquinas de escribir antiguas, sufriendo cada vez que el meñique tenía que pulsarse como si de un mazo se tratase. Esos escritores entre el vaso de whisky, la penumbra y el cigarrillo en la boca con la ceniza a punto de caerse. Una imagen idílica que se diferencia bastante con la realidad. Pero, es la que nos ha vendido el cine en tantas ocasiones. En la actualidad, la máquina de escribir deja paso a un ordenador, un portátil que va contigo como incondicional compañero, si no es la tableta con un teclado añadido. El whisky es zumo de naranja en el mejor de los casos, o té con leche en el peor. Y el cigarro… nada, si quieres fuego, la luz de una vela aromatizada. Importante la luz natural, para que el tiempo pase aunque no demasiado sin ser consciente. Porque el mundo real queda fuera del texto. Lo inspira, lo transforma, lo condiciona… desde fuera de la ventana, en la niebla, en el goteo de la lluvia golpeando con suavidad el cristal. ¿Música de fondo? En mi caso es casi imprescindible. A veces hay demasiado ruido fuera, coches, voces, prisas… La música, con su cadencia como las mareas, calma. Y para escribir, hay que estar calmado, aunque estés narrando algo vertiginoso, acuciante, electrizante. La escritura tiene su propio ritmo y aquellos escritores de antaño lo sabían, te lo susurran mientras dejas que los dedos corran.

¿Papel o pantalla?

Para mí ya es indistinto. Sí que es diferente en los procesos de creación, parece como si el papel nos ayudara más a pensar, a profundizar en los sentimientos. Eso de no tener un botón de borrado, de ver el tachón, marca. Me recuerda a la diferencia entre la fotografía de carrete y la digital. Ahora lanzas tropecientas fotos y alguna será espectácular. Es parte de lo vertiginoso de nuestro tiempo. Todo a la carrera. Desde la comida a nuestro ocio. Lo queremos todo rápido, bueno, sin esperas. Escribir no es eso. En la soledad de nuestro cubículo, el tiempo se ralentiza. Hasta la respiración. Y cuando la soledad aprieta, a veces es bueno, recordar que al otro lado de la pantalla, hay otras personas que están librando sus propias batallas ante el blanco del folio o del procesador de textos. Es como si en el mundo de las ideas miraras a derecha y a izquierda y vieras a tus compañeros, hermanos de tinta, escribiendo sus propias experiencias. Te sientes un poco menos solo y haces tu parte de otra forma. Tu camino solitario es acompañado. Conectas con sensibilidades diferentes unidas por letras y espacios en blanco. Puedes conocerlos o no. Pero están. Las librerías son el mejor testimonio de ello. Ahora mismo, mientras escribo, mientras lees, hay otros que tal como yo están escribiendo, tal como tú, están leyendo. En la misma ciudad, en el mismo país o en diferente continente. Puedes estar seguro. Hay gente detrás de la pantalla. Aunque no les conozcas físicamente. No sepas sus nombres. No te los cruces en la calle. Es la magia de los libros, y de la propia vida. Nadie está solo en este planeta, aunque a veces lo piense o lo quiera. Descubre tu hermandad y verás como la carga es un poco más ligera y suave. Alguien necesita las palabras que vuelco. Lo sepa o no. Hago mi parte y no me rindo por ello. Por eso cada día continúo explorando las islas de mis historias, investigando y acudiendo a la hermandad de la tinta, buscando nuevas ideas, nuevas emociones. Quedarán para quien quiera leerlas, en mi presente o en el suyo. Como hago yo con los libros de los que me precedieron. La vida es corta, la escritura no.

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