Éste es uno de esos post desgarradores que guardas en borradores, escribes sin freno y tienes dudas de publicar. Primero porque sabes que la gente que te quiere al leerlo, te mandarán mensajes o te llamarán para preguntar «¿Estás bien? Es que te he leído y…». Respondo directamente: SÍ, ESTOY BIEN. Lo que ocurre es que no todo en la vida es color de rosa y estar nadando a contracorriente cada día, a veces cansa. ¿A contracorriente? Sí. Escribir es nadar a contracorriente. Podría estar haciendo infinidad de cosas, algunos pensarían que mucho más productivas, que estar aqui, delante de un teclado, aporreando letras, volcando ideas. Pero, es lo que hago. Es un trabajo solitario, para bien o para mal, se trata de expresar lo que hay en mi cabeza y ahí lo primero que te encuentras es la soledad. Nadie puede escribir por mí. Lo que yo no haga hoy, nadie lo hará. Son muchas horas centrada en el cerebro, en el mundo de las ideas. Y cuesta, ya lo creo que cuesta. Le dedicas horas, estás más o menos satisfecha, pero, no siempre hay resultados. Es como lanzar ideas al viento desde una montaña. Es normal que haya desánimo o que a veces me pregunte si servirá para algo. ¿Conoces el bloqueo de escritor? Es cuando no consigues escribir lo que quieres, no puedes continuar. Bien, pues el desánimo es peor. Cuando en tu cabeza ronda la pregunta ¿Para qué?… ¿Para qué hago esto si nadie va a leerme? ¿Para qué publicar, con tanto esfuerzo, si luego se va a quedar en nada? Desanima. Aunque tengas un parapeto de respuestas a las que aferrarte, estés convencida de que es tu camino, que merece la pena, que te va la vida en ello… son dudas habituales cuando emprendes este desafío. Tarde o temprano el desánimo aparecerá.
El árbol caído en el bosque
En la tradición zen, un Kōan es un problema que puede parecer ilógico o banal que el maestro plantea al alumno para comprobar sus progresos. Uno de los más conocidos es el siguiente: «Cuando un árbol cae en el bosque ¿hace ruido si no hay nadie para escucharlo?«. Uno de los personajes de la novela que estoy escribiendo La Oportunidad del Fénix se llama Koan por ello. Me recuerda constantemente los problemas cotidianos aparentemente ilógicos que hacen que comprobemos si estamos avanzando o no. Porque en los momentos de desánimo me siento así, como el árbol caído en el bosque sin que nadie lo escuche. Cae tras ser zarandeado mil veces por el viento, por la escasez de lluvia, porque se ha quemado por tanto sol, la tierra se ha resquebrajado soltando sus raíces, y cae sin que nadie lo sepa o le importe. No hay ninguna conciencia que le dedique un momento. El árbol ha crecido, ha superado mil obstáculos y termina cayendo sin que nadie se entere. ¿Hace ruido? La lógica dice que sí, aunque nadie lo escuche. Madera que cae al suelo, que golpea las rocas… ¿Y si cae en musgo? El movimiento de las ramas sonaría ¿no? Dependería de la velocidad, del viento, de lo que tenga a su alrededor… La respuesta no es tan sencilla como parece. El hecho es el mismo, lo que varía es su interpretación. Un Kōan actual podría ser este: Un escritor sin lectores… ¿es un escritor? ¿De qué sirve su obra si su mensaje no llega a nadie? ¿Tiene sentido dedicarse a escribir en un mundo donde cada vez se lee menos? Cada día salen al mercado cientos de libros en digital y en papel a la espera de que alguien les de una oportunidad. Hace unos años, las editoriales era filtros más o menos interesados que indicaban a la sociedad lo que merecía la pena. Repito, más o menos interesados porque a veces lanzaban al mercado el libro del famosillo de turno cuya calidad era muy cuestionable aun con las ventas garantizadas. En la actualidad, cualquiera puede autopublicar. Pero me pregunto cuántos libros realmente excelentes pasan sin pena ni gloria por las librerías, ya sean físicas o digitales.
Desanímate pero no te rindas
A pesar del desánimo, sigue. Puedes sentirlo, es hasta bueno hacerlo. Pero si crees que tiene valor lo que haces, para tí mismo, sigue. Hablo de escritura porque es lo que conozco, mi día a día. Seguro que se puede extrapolar a los que trabajan de cara al público y picando códigos en una oficina. Ese trabajo que es como de cimientos, que nadie ve pero que sustenta la sociedad. Hay muchos así, detrás de los focos. Hormiguitas que siguen contra viento y marea. Hasta con una sonrisa de satisfacción, sólo por ellos mismos. Terminas con la mente agotada, el cuerpo también y puede que hasta desanimado si lo piensas un poco. Pero sonríes satisfecho, porque lo has hecho. Sí, ese libro que está en esa librería esperando una oportunidad de despertar emociones en el lector, lo he escrito yo. En la actualidad, cuando por las noches apago el ordenador y miro en la mesa Arcoíris de medianoche, sonrío. No estará en listas de bestseller, el gran público ni siquiera sabrá de su existencia; pero ha salido de mi cabeza. Cuidé todo lo que pude el contenido y la forma. Sé que aportará cosas a quien se atreva a leerlo. Me lo han dicho quienes lo han hecho. Me gustaría que lo hiciera más gente, por supuesto. Aun con el desánimo planeando encima de mi cabeza, puedo mirarlo y sonreír. Me vienen a la mente momentos mientras lo escribía y revisaba y en esa sonrisa a veces cansada, encuentro fuerzas para seguir escribiendo cada día. Miro su portada, apago el ordenador y pienso «A pesar del desánimo, sigue«. Por eso lo enciendo cada mañana (o alguna madrugada). Sigo escribiendo aunque no sepa si produce ruido en la caída si nadie lo escucha. Porque yo sé por qué y para qué escribo. Eso sólo depende de mi y es lo que hace que continúe, emprenda nuevos caminos y me esfuerce cada día por dar(me) lo mejor de mi entre las líneas. Es mi pasión. Es mi camino del héroe.
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