Nos pasamos la vida mirando el suelo, para ver por dónde pisamos y evitar tropezar. Soñamos con lugares lejanos que nos dejarán con la boca abierta, que detendrán el tiempo. Y todo eso está bien; pero a veces nos olvidamos de mirar de verdad, de disfrutar de lo que nos rodea. ¿Por qué esperar? ¿Sabemos a ciencia cierta que vamos a ir a esos paraísos? ¿De verdad son paraísos? Porque esa es otra. Vemos imágenes de playas idílicas y cuando llegas, te encuentras una cola inmensa para hacer esa misma foto. ¿Lo viven? No lo sé. Pero el agobio no te lo quita nadie. Ni la desilusión. Porque las expectativas eran altas y la realidad estresa. Recuerdo cuando ví la sirenita de Copenhague. Centenares de turistas intentando capturar el mismo instante, desde el agua y desde la orilla. Alguno hasta intentaba trepar a las piedras. Supongo que muchas de esas fotos, antes de enseñarlas, pasarían por un exhaustivo procesado. Un instante que es artificial. Y sin embargo hay fenómenos naturales sorprendentes cada día a los que no prestamos nada de atención. ¿Por qué? Por costumbre. Nos dejamos arrastrar por nuestros propios pensamientos, elucubraciones y dejamos pasar, amaneceres, atardecedes, sonrisas… Andamos sin mirar el cielo.
¿Disfrutas de tu vida?
Menuda pregunta ¿verdad? A ver si te suena el planteamiento. De lunes a jueves soñamos con el viernes, con el fin de semana donde disfrutaremos de verdad nuestros dias. Trabajamos contando los días que nos quedan para las vacaciones, o para la jubilación. Siempre hacia delante. Nos vamos de vacaciones y estamos deseando llegar al destino. Todo lo que nos retrase nos pone de mal humor. Queremos llegar al restaurante y no esperar. Como si fuéramos los únicos habitantes del planeta. El problema viene cuando otras personas tienen el mismo plan que tú. Llamamos suerte a encontrar aparcamiento a la puerta del sitio donde vamos. Y me temo que la vida nunca será tan perfecta como la película que nos montamos en nuestra cabeza. Queremos las cosas para ayer. Vivimos en una constante carrera contra el tiempo. ¿Lo aprovechamos? Diría que no, porque no hemos terminado algo y ya estamos pensando en el siguiente plan. Es un ritmo frenético que nos impide disfrutar del instante. De hecho, si vemos a alguien sonriendo mientras anda, o está sentado sin hacer nada más, nos extraña. ¿Qué hace? ¡No es productivo! ¡Está tirando su vida! ¿seguro? Está disfrutando un momento, si su cabeza se lo permite. Los días de locos, sólo agotan el cuerpo. La mayoría de las veces no son tan productivos como nos gusta pensar.
Tómate tu tiempo
No esperes al fin de semana, a las vacaciones, a viajar para disfrutar. En tu trayecto hacia el trabajo, en la oficina, hasta con los clientes estresantes puedes respirar y verlo de forma diferente. Se dice fácil y cambiar el chip lo es, solo tienes que decidirte en las cosas pequeñas. Por ejemplo, un bocado de la comida. Intenta descubrir el sabor. Aunque luego tragues todos los demás sin prestar atención. No te fijes en las derrotas, sino en las pequeñas victorias. Pueden marcar la diferencia. La vida va a sorprenderte en esos momentos. Vas andando por la calle con la cabeza en lo que tienes que hacer y sin embargo ¡zas! una imagen te saca del bucle. Sólo dura un segundo. Percíbelo. Disfrutalo. Vuelve luego a la vorágine. Pero en ese instante, sé consciente. Cuando puedas estar horas, ya estarás. Una gota no cambia el océano, pero, el océano no estaría completo sin esa gota. No retrases tu vida. Tómate ese segundo. Al final, la suma de esos segundos serán el tiempo que has vivido y el entrenamiento para vivir los que vengas. Cada uno tenemos nuestro propio ritmo. ¿Por qué compararse? ¿Por qué vivir la vida de otros cuando tienes la tuya? Lo que vale para ellos, puede que no valga para ti. O que no te guste. ¡Despierta! Tu vida es valiosa tal como es. Puedes marcar la diferencia en la de los demás. Solo un instante. Hoy. Ahora. No esperes una vida que quizá no llegue, quizá no tengas. Tienes esta oportunidad. ¡Aprovéchala! Confía. Sin miedo.