Toca hablar de cambios. No sólo porque hoy comienzan las vacaciones escolares, lo que supone siempre un cambio en la rutina diaria, sino porque además comenzamos el fin de semana de las hogueras. Se acerca San Juan, la noche donde se quema lo viejo, lo malo que ha pasado en el transcurso del año. Es la noche de las segundas oportunidades, de los cambios. Un momento especial, con sus propios rituales desde tiempos ancestrales. Nos encontramos a mitad del año y toca hacer examen de lo conseguido, metas logradas y metas por cumplir. Toca dejar atrás, dejar de cargar con los errores y lo que nos lastimó. Noche de recomenzar. Por eso lo viejo arde, por eso se supera el miedo de meterse en el mar por la noche, se abre la puerta a lo desconocido y se hacen nuevos propósitos. Algunos verán esta noche como un motivo más para estar de fiesta; pero hay algo mágico en ella.
Dejar atrás
No es tan sencillo. Cuesta. Como saltar el fuego o caminar entre las brasas. Hace falta coraje, correr el riesgo. La vida nos lo pide constantemente. Salir de la zona de confort y aventurarse a lo desconocido, sin red, sin garantías. Da vértigo como poco. Pero, curiosamente lo hacemos todas las noches de manera inconsciente. Porque eso es lo que hacemos al cerrar los ojos. Confiamos en el despertar. Tendremos un nuevo día y una nueva oportunidad para perseguir los sueños, realizar lo que parece imposible. Cada noche dejamos atrás nuestro mundo, y cuando abrimos los ojos, ha cambiado. Lo percibamos o no, ha cambiado sin necesidad de que nosotros interfiramos en ello. Las plantas siguen creciendo, la tierra sigue girando, las calles siguen ahí. No hacemos nada, somos simples espectadores. El mundo gira, hagamos nosotros lo que hagamos. Podríamos estar horas contemplando el mar, y seguiría con su movimiento, rompiendo las olas en la arena. No nos necesita. No somos tan importantes. Y eso es precisamente, lo más liberador. No llevamos el peso del mundo en nuestros hombros. No importa la resistencia de nuestros zapatos. Nuestra vida es un gran accidente, un cúmulo de imprevistos. Somos responsables de nuestras acciones; pero nada más. Cuando fallamos, tenemos una nueva oportunidad de conseguirlo, aprendemos, tenemos experiencia. Lo importante es levantarse y seguir adelante. Soltar las preocupaciones, quemarlas en la hoguera si es preciso y continuar en el constante cambio. Somos responsables, sin llevar la carga. Por usar una imagen, es como ser un bolígrafo. Corremos por el papel, hacemos garabatos dejando lo mejor de nosotros mismos; pero es la mano quien escribe. Puede agobiar; pero es liberador. Nos ocupamos de la cantidad, la mano de la calidad. No nos quita ni un ápice de responsabilidad. Nos elimina el peso de la culpa. Hacemos nuestro trabajo, no somos nuestro trabajo. Podemos dejarlo atrás, podemos cambiar.
Hacer lo que nos toca
Somos algo más. Estamos más allá de nuestro trabajo, de nuestra apariencia, hasta de nuestras ideas. Aunque a veces nos personalizamos con nuestros pensamientos, están más allá de nosotros. Eso nos permite cambiar, no juzgarnos y poder poner distancia, ser más abiertos, tener más espacio dentro. Conectamos con lo que los filósofos llaman el Ser, la Esencia. Somos capaces de aligerar nuestras vidas, de no quedarnos enganchados en conversaciones o episodios pasados. Cada día que comienza es una oportunidad, un cambio. Es un volver a empezar, quedándose con la experiencia de lo aprendido; pero sin cargar con los errores, afrontándolos sin condenas inquisitoriales. Tarde o temprano, todas las metas llegan, todas las etapas se finalizan. Lo importante no es el final, sino lo que hacemos con el transcurso. No somos buenos por la muerte, somos la mejor versión de nosotros mismos por esta vida, por disfrutar en este momento, en esta respiración. No tendría sentido hacer las cosas por un premio incierto. El premio está en la propia vida, No es una suma de errores, sino una propuesta continua de experiencias, sean programadas o no. Quizá lo principal es ser flexible, no encasillarse y tener mente constante de aprendiz, cambiante. Para no olvidarlo, tenemos fechas concretas en el año para recordarlo. Seamos conscientes o no. Cerramos ciclos. Sería inhumano querer hacer el bien eternamente, nos supera; pero cambia mucho si lo hacemos a tramos pequeños. Es cuestión de entrenar, de trabajar nuestra mente como trabajamos nuestro cuerpo. Cambiamos la actividad, sin pararnos. Hasta dormir es necesario. Hacemos lo que nos toca. A nuestro ritmo, diferente para cada uno. Es lo bonito de la vida. Unos con 40 años pueden tener una carrera exitosa y otros comenzarla. No pasa nada. No hay que hacer comparaciones; porque cada uno es diferente, lleva zapatos distintos. Sin compararse. No merece la pena hacerlo. Somos únicos y cambiantes. Todos aportamos y para crecer todos necesitamos de todos. Por eso es tan importante el respeto y la comunicación, sin perder los nervios cuando las cosas no salen como queremos, más o menos como cuando el wifi está juguetón, sin perder la calma, buscando alternativas para cambiar las cosas y seguir siempre adelante.