Ayer, cuando iba a ponerme a escribir, ocurrieron dos hechos que hicieron que dejara de estar inspirada. Tenía clarísimo de lo que quería escribir, y ocurrió algo, que no viene al caso, y se llevó por delante todos mis planes. Tenemos montado nuestro día y ocurre algo que lo trastoca todo. Algo pequeño, casi insignificante, una conversación, un email, una llamada y todo cambia. Es lo efímero de nuestra vida. Una palabra y todo cambia. Lo que iba a ser un día tranquilo pasa a ser un vendaval. Es curioso lo poco que cuesta hacernos perder la calma; la vida es así de sorprendente. Todo viene y va. Tenemos a veces pequeños terremotos, que nos dejan fuera de sitio y que nos recuerdan que lo más importante que tenemos es nuestra propia calma. Ante un problema, una incidencia, lo mejor es respirar, no perder la tranquilidad y afrontarlo buscando la mejor solución posible. Porque todo viene, todo va y todo pasa. Lo que nos agobia en el presente, carecerá de importancia en el futuro. Lo veo en cada una de mis semanas, lo que parecía que era una cuesta arriba, se pasa. Hace un par de semanas andaba pensando en cómo afrontar ciertas cosas, hechos cotidianos, la agenda, los compromisos… hoy, ya ni me acuerdo de lo que me preocupaba. Paso a paso. No sirve de nada agobiarse con el futuro, porque cuando pasa, tienes una sensación de ¿Todos esos nervios, para ésto? Pues sí, somos así, pasamos muchos nervios, le damos muchas vueltas a todo para unos segundos. Somos así.
Compasión
Estos días somos testigos de una paradoja extraña. Todos entendemos como algo normal el deseo de las personas de mejorar, de buscarnos un futuro, de ser felices. Es lícito, intrínseco al ser humano. A diario todos queremos eso. Pero, cuando esa mejora conlleva dejar la tierra que nos vió nacer, dejar atrás el hogar… hay que tener valor. Los españoles durante décadas hemos sido emigrantes. De hecho hay un dicho que hay un gallego en la luna, hasta ahí podemos llegar. El problema viene cuando olvidamos nuestra historia y vemos a los otros como competidores, obstáculos para conseguir lo que creemos que es nuestro. Y puedo asegurar que entiendo a las dos partes. Los que buscan una nueva vida cruzando el mar, intentando llegar a Europa y los que se sienten invadidos por ello. No hay varitas mágicas para solucionar los conflictos. Se nos llena la boca con palabras como solidaridad, libertad, igualdad y es bueno ser capaces de ponernos en la piel de los demás. Pero, a nadie le gusta salir de sus casas. Es muy posible que si pudieran buscarse la vida en sus paises, no se jugarían la vida en el Mediterráneo. Igual que nuestros emigrantes se habrían quedado en España en la década de los años Treinta o Cuarenta. Se jugaron el tipo cruzando los Pirineos. El quid de la cuestión es que para solucionar los problemas en los paises de origen, Europa tiene que estar dispuesta a recibir ataudes. Para solucionar conflictos armados, hay que mandar tropas, y ser conscientes de que puede haber bajas. ¿Estamos preparados para pagar ese precio? Quizá esa es la gran pregunta. Mientras no seamos capaces de responder sinceramente como sociedad, seguremos haciendo apaños entre la solidaridad, la compasión y dar lo que sobra, dar limosna, las migajas. Y unos se sentirán menos personas, y otros que les están olvidando por beneficiar a los que vienen de fuera. En ambas partes se siente la amenaza, se está a la defensiva y surge la crispación. ¿Cómo superarlo? ¿Cómo saber separar lo bueno de lo malo, encontrar el equilibrio? Creo sinceramente que si tuviera la clave para ello, podría dedicarme a la política. O no, porque tal como está el panorama, parece que lo mejor es mirarse a su propio ombligo y no mancharse. Se hace más carrera en lo privado y da menos quebraderos de cabeza, te expones menos. Quizá la palabra clave sea COMPASION, ser capaz de identificarnos con el otro, ver que tal como yo, quieren ser felices, estar libres del sufrimiento y poner todas nuestras capacidades en aliviar ese sufrimiento, ponernos en juego. Hace falta mucho valor, y un toque de locura para hacerlo de verdad. Porque da miedo salir de nuestra zona de confort y mirar al otro como un igual.
No hay fórmulas mágicas
Mientras el ser humano sea ser humano, seguirá intentando mejorar su vida. Habrá personas que se involucren con nobleza y otros que buscarán su propio beneficio aun a costa de la vida de los demás. Aquí nos enfrentamos al buenismo imperante del que se aprovechan las mafias, los mismos que les meten hacinados en barcos y en balsas que parecen más cajas de fruta que barcos, esos mismos les llevan como simple mercancia a clubes de carretera, a pisos infames o a trabajos esclavizantes. Lo que les espera en Europa no es precisamente el sueño europeo-americano de progreso, de mejora. Cierto, no les caen bombas, ni les quitan la vida por un pedazo de pan, o simplemente por ser de una religión minoritaria. Huyen de los problemas y generan nuevos problemas a la tierra que les prometieron y que los recibe con sus propias dificultades y sus propios miedos. No sólo pasa en Europa, si observamos la frontera de Norteamérica, ocurre el mismo flujo migratorio, y si miramos la frontera entre Colombia y Venezuela, igual. Llega gente de toda condición, personas que sólo quieren forjarse un futuro que no quieren nada más que una oportunidad… y gente que sólo busca causar problemas, expandir el caos. Insisto, veo el problema; pero no soy capaz de encontrar la solución, ni en lo general ni en la realidad concreta de lo que me rodea. Porque si los que vienen de fuera tienen valor, los que están aqui también lo tienen. A veces la realidad es dura, teniendo que demostrar constantemente que vales, que mereces la pena. En los trámites burocráticos, donde la dignidad de la persona se pierde como si fuera un simple número molesto. Quizá, y lo escribo con cierto reparo, quizá la clave sea ser capaz de mirar al otro como igual, respetándolo y valorándolo desde esa diferencia. Sin llegar al buenismo, que es bueno tener cada uno sus propias ideas y ser capaces de defenderlas con pasión. Pasión sin perder de vista la dignidad del otro. Que si tus ideas merecen un respeto, las mias también y no es libertad que tu digas algo que para mi puede ser un insulto. A veces llama la atención que los que más piden igualdad, son los más intolerantes. Pienso por ejemplo en las mal llamadas feministas que realmente lo que quieren no es la igualdad, sino quedar por encima de los hombres. Para mi la igualdad es tener las mismas posibilidades conforme a los talentos, no ese mal llamado cupo de igualdad. Para mi la igualdad llegará cuando deje de ser pregunta de entrevista de trabajo el querer tener hijos o no. Decir los/las padres/madres no es lo importante, eso es quedarse en minucias, cortinas de humo. Decir portavoz o portavoza es una absoluta tontería, es perder el tiempo, una simple anécdota, llamar la atención momentánea como un tweet. Porque, al prestar atención a esas memeces; la quitamos de asuntos mucho más urgentes y vitales.