Llevo cuatro años siendo arquera y cada vez que cojo el arco me siento una completa novata. Sí, tengo técnica, conozco los principios fundamentales; PERO (y este pero debería ser gigante) cada flecha es un mundo. Porque aunque repita los pasos una y otra vez, las circunstancias entre una y otro son completamente diferentes. Cada lanzamiento nace y muere en un espacio muy corto de tiempo y su resultado siempre es imprevisible. Al menos en mi caso, no tiro dos flechas iguales. No solo por las condiciones climatológicas, la distancia o el terreno, sino porque en esa fracción de tiempo, mi vida cambia. En mi mente puede haber pensamientos de lo que tengo que hacer a continuación, físicamente puedo sentir cansancio, o puedo revivir otras flechas lanzadas contra la misma diana y que tuvieran un impacto bueno o no tan bueno. Las circunstancias son tan cambiantes, que a la fuerte determinación puede sobrevenirle una distracción más fuerte y hacer que el tiro sea errado; lo que puede llevar a no dar al objetivo, a perder la flecha (hasta a romperla) o que la cuerda dé en el brazo. Casi podría decirse que el tiro con arco es la práctica del mindfulness más antigua que tiene la humanidad. Porque es algo más que lanzar flechas y darle a un objetivo. Supone estar completamente centrado en lo que estás haciendo, con la suficiente calma para no lesionarte y tener la suficiente determinación de no culparte del resultado, dejarlo estar, fluir, ya sea bueno o errado. Tiras para acertar, por supuesto; pero no depende completamente de ti y no tienes que cargar con ello. Se deja que la flecha se dispare a través de ti, que pase, sin retenerla. Es toda una filosofía de vida, una enseñanza.
Retroceder para avanzar
Si algo enseña el tiro con arco es que para ir hacia adelante, tarde o temprano tienes que retroceder. La flecha necesita un impulso, una tensión que solo se consigue llevando atrás la mano. Para conseguir nuestros objetivos hay que dar los pasos necesarios y si hay que retroceder, es mejor no verlo como una pérdida. Dejar atrás y soltar para avanzar. ¿Somos conscientes? Normalmente no estás pensando en estas cosas cuando practicas, simplemente te dejas llevar, intentas sentir el tiro y hacerlo de tal modo que no te lesiones, corrigiendo antes de subir la flecha, antes del instante de la suelta. Eres consciente de la postura, del anclaje, de la tensión de los músculos, del reparto de fuerza… y al mismo tiempo no eres consciente de nada. Es una sensación tremendamente interesante y presencial. Es como vivir la vida en cápsulas de conciencia, por eso decía que es practicar mindfulness fuera de una sala de meditación o de un curso. Cuando además eres arquero de recorrido, de bosque, de dianas 3D, es entrar a la primera propuesta y todo queda atrás. Con la mochila del equipo se quedan los problemas del día a día, la agenda con todo lo pendiente por hacer, las reuniones absurdas que no sirven más que para forjar el carácter, las emociones complejas… Todo deja paso a un objetivo, a un cuerpo, a un arco y a una flecha. El mundo se reduce a eso. Una postura y un lanzamiento. Ser consciente de eso, fijar un objetivo. No importa si se consigue o no. Porque una vez que lanzas la flecha, desaparece de tu conciencia. Flecha tirada, flecha olvidada. No se trata de perderla, sino de olvidarla, de dejar de ser responsable de su resultado. Dejar de cargarla si se devió. Aprender; pero no cargar. Y eso es un aprendizaje para soltar, para olvidar ciertas cosas en la vida. Desde un fallo en la labor cotidiana hasta una discusión que te chirría dentro. Repito, se aprende, pero se deja atrás, no se le da mil vueltas a la cabeza. Se suelta y se sigue adelante. Sin quejas ni reproches. Porque a veces juzgamos con una dureza extrema, los actos de los demás; pero sobre todo los nuestros. Las flechas no reprochan nada. Se clavan en la diana, en el parapeto o en la tierra para que las busques; pero no puedes revivir el tiro ya que si lo haces, no seguirás adelante, te bloquearas y puede hacerse un recorrido eterno.
Reconvertir los errores
La primera flecha que rompes, la puedes convertir en un bolígrafo. De algo malo siempre se puede sacar algo bueno, se puede dar otro uso, conseguir otra utilidad. Recuerdo que la primera que rompí cuando tiraba en sala, con el recurvo olímpico, la dejé para reciclar. La primera que rompí en recorrido ahora es un precioso bolígrafo, emplumado, que me ayuda a pensar en lo que estoy escribiendo. Ya no tiene el tamaño de cuando podía montarla en el arco; pero se ajusta a la mano, puedo escribir con ella. Sí, es de carbono, quizá en madera quedaría mejor. Pero, es como es. Reciclada. Con historia. Con un momento que se puede revivir al tacto. Recuerdo de aquella propuesta de tiro, donde en más de cuarenta metros de distancia sólo había una piedra e impactó en ella en vez de en la diana. Se ha revalorizado. Como flecha al estar rota ya no servía. Ahora tiene otra vida. Murió como flecha y nació como bolígrafo. Una imagen que se puede aplicar a la vida. La muerte más que el final, puede ser el principio de otra cosa. Tan solo depende de cómo lo entendamos. Un error puede llevarnos a un exito. Todo depende de la apertura. De cómo lo afrontemos. Me gusta pensar que muchos de nuestros conocimientos científicos actuales se deben a errores, a fracasos reconvertidos. El vinagre o el queso se conocieron gracias a descuidos. Se aprovecharon, se sacó un nuevo producto y la humanidad descubrió otra cosa. A veces somos tan exigentes, tenemos tan claro que hay que llegar a un sitio y creemos que sabemos cómo llegar, que nos podemos perder cosas, momentos y lugares increíbles. Nos montamos la vida, la programamos y nos desesperamos si no conseguimos las metas. Quizá no o quizá esas puertas cerradas son oportunidades para encontrar algo mejor. La vida es un conjunto de oportunidades. Puede que el tren no pase otra vez; pero nada asegura que no pase otro tren que te lleve a un sitio más impresionante. ¿Por qué nos quedamos sólo con los primeros? Hay un mundo lleno de segundas posibilidades, o terceras, o cuartas, o quintas… Lo importante es no desfallecer, y estar abierto. Somos humanos, cometemos errores. Si eso es cierto, ¿por qué le damos tanta importancia a hacerlo todo a la primera? Sobre todo porque el mundo también nos enseña que tarde o temprano te reclamarán una experiencia que no te da lanzar sólo una flecha. Si eso es válido para la vida, ¿Por qué no lo va a ser en el día a día? La primera vez puede ser especial; pero no por eso va a ser única. No comemos una vez. No respiramos una vez. No damos sólo un paso.
El santuario de los arqueros
No somos únicos. Cuando encuentras a otras personas que entienden la vida más o menos como la entiendes, lo primero que sale es un suspiro de alivio. Casi te dices a ti misma, «no soy la única loca». Para ello sólo hay que atreverse a vivir con lo que te llena, a dar ese paso, sin importar la dirección, ya sea adelante o hacia atrás. Te sientes en casa. Más ligera porque no tienes que llevar la coraza con la que a veces nos enfrentamos al mundo. De algo malo, puede surgir algo bueno. De un momento de dolor, como puede ser un entierro, puede surgir la posibilidad de encontrar a otros que comparten una filosofía de vida diferente. Para mí, ese lugar de encuentro, ese santuario de arqueros que ven las cosas como algo más es Bastión de Alanos. Si llevo 4 años tirando con arco , se puede decir que allí he descubierto lo que es ser arquera. Disfruto cada vez que puedo y además es contagioso. Porque ahora comparto mi afición con otras personas que me han abierto la mente a otras opciones y también con mi núcleo familiar. Lo que era una afición personal, la comparto ahora con mi familia, lo que hace que la experiencia sea aun más increible y amena. Raro es el fin de semana que no hacemos recorrido, sin importar las circunstancias climatológicas. Con cada flecha aprendemos algo, compartimos algo y se llena la vida de unos momentos imborrables, de anécdotas. Todo cambia cuando te atreves a salir de la zona de confort, a hablar de algo más que de política o de fútbol. Es como si al cruzar las puertas, entraras en otro mundo. Merece la pena para desconectar de la rutina y volver a ser consciente de lo esencial. Es algo más que arcos y flechas.