A veces, aunque tengas muy claro sobre lo que quieres escribir, las palabras no salen. Algunos se paran a respirar y conseguir la ansiada paz interior. Otros se ponen música para conectar con el duende de las letras. También los hay que, a pesar de todo, dejan que las manos se pongan a la obra y que, con orden o sin orden, escriban. Eso a veces da unos resultados excelentes y otras desastrosos. El azar no fomenta las obras maestras y el mundo está lleno de borrones. Ideas que parecían rompedoras se quedan en los cajones esperando a que la musa las toque con su varita. Y otras ideas que parecían un palo seco, dan frutos inesperados. ¿Cómo saber lo que seguirá y lo que se quedará en un sólo borrador? No creo que haya herramientas para averiguar con antelación lo que llamará la atención. Se puede medir, se puede estudiar; pero siempre teniendo en cuenta la incertidumbre de que somos finitos y no lo controlamos todo. Siendo conscientes de nuestras propias limitaciones.
Ante cualquier situación, hay varias formas de afrontarla
Ayer tuve que asistir a varios centros comerciales. Lo reconozco, no me gustan las aglomeraciones, me agobian, no tengo paciencia para estar toda una mañana mirando ropa para terminar saliendo con un par de calcetines y un montón de baratijas inservibles. Como no me gusta, evito a toda costa ir los fines de semana. Comprendo a los que por horarios no pueden ir otro día que el sábado o el domingo a las 12:00 de la mañana; pero vamos que algunos tienen más paciencia que el santo Job. Es un master en paciencia, lo puedo asegurar. Atasco en los accesos, atasco en el parking, gente por todos lados, niños corriendo o emulando a los ciervos en su berrea. Los que están estilo matrix y se mueven a una velocidad que una tortuga a su lado parece un fórmula 1, convirtiendo así a los pasillos en una pista de obstáculos. ¿Para qué pagar el gimnasio, si estoy segura que en esas circunstancias como poco pierdes kilos y ganas elasticidad? O yo voy muy rápido, o el mundo se mueve muy lentamente, no lo sé. El caso es que ayer tuve que acudir a uno de ellos. Estaba convencida de que sería llegar, comprar y salir. Como mucho una hora incluyendo desplazamientos. Pero, me equivoqué. En el acceso había más coches de los esperados. ¿Un lunes? Bueno, paciencia. Delante de mi, el típico conductor con coche caro y grande. Deben ser caros, porque los intermitentes son opcionales, al menos en su uso. Los demás tenemos que averiguar donde quiere ir y por supuesto ceder el paso y casi rendir pleitesía. ¿Será porque llevan corbata? Nunca lo he entendido. Tuve que tirar de bola de cristal para saber si seguiría de frente o haría caso omiso a la señalización del asfalto, saltándose a la torera la prioridad. Paciencia. No es cuestión de enfadarse a esas horas de la mañana. Seguí por mi carril y a los segundos, el encorbatado decidió cambiar y con cara de pocos amigos me miró pues no había esperado a que decidiera. Lo siento, las estrellas no me impresionan y si tu tienes un coche grande, yo también.
Por mucho que se tuerza el día, puedes decidir sonreir
Aparqué haciendo caso a las líneas. Sé que para muchos son opcionales; pero me gusta pensar que estan para algo más que para representar la creatividad de los pintores y es bueno hacerlas caso. Me dirigí a buen paso a la tienda en cuestión. Tenía claro mi objetivo y cómo conseguirlo. Y había cola en la caja. Sólo era una devolución. Paciencia y a esperar. Delante de mi, dos señoras, supongo que madre e hija, con dos criaturas. La hija no tengo claro que tuviera graduada la vista y eso del espacio personal como que no lo controlaba demasiado. En plan manada de elefantes en plena estampida, avanzaba sin que le importara el resto de la gente. ¿Sería familia del encorbatado? No lo sé, por lo menos vería los mismos programas de televisión y el civismo debería haberlo servido en ensalada porque se lo había comido. En fin, no pasa nada. Una sonrisa y adelante. Yo la aguantaría un breve espacio de tiempo mientras que ella tenía que vivir así, pobres de sus vecinos. Es curioso. Quieren que les traten bien, como si fueran príncipes o de la nobleza; sin embargo lo que es un simple «buenos días» no está en su léxico. Me pregunto por qué cuesta tanto recordar aquellas normas de la infancia como saludar cuando vas a entablar una conversación, dejar salir antes de entrar y cosas así. El resto de personas no están puestas en el mundo para nuestro uso. La amabilidad fomenta amabilidad.
Contra viento y marea, sé tú mismo
Con retraso en mi horario previsto, pude hacer lo que quise y salir en dirección hacia otra tienda. Delante de mi, otro coche caro. Al tiempo que conduces, tienes que tener activadas todas las artes adivinatorias. Una vez más, paciencia, que nadie puede cambiarte el estado de ánimo si no le dejas. Y con varios momentos en los que piensas que hay pocos madrileños por el mundo, llegué a mi destino. Si en la primera tienda había gente, en la segunda, mucha más. Supongo que eso es lo que hace que me guste comprar por internet. Sí, no tienes la capacidad de ver la prenda, de tenerla en las manos… pero… ¿y lo que te ahorras en tiempo, mal rollo y demás? En los monitores no hay barreras humanas, verdaderas estatuas que ocupan todo un pasillo probando la capacidad de aguante del resto del planeta. Sí, ya sé que es de frikis eso de las tecnologías, y de gente muy crédula el pagar con tarjeta por internet, que hay muchas estafas; pero me gusta el riesgo y si con eso me evito el perder la paciencia… pues qué quieres, lo prefiero. Porque la paciencia es un bien escaso, que me hace disfrutar y la gasto en lo que creo más conveniente.
Deja que la paz fluya
Finalmente, llegué a casa- ¡Prueba superada! Me esperaba otra circunstancia, meter el coche en el garaje entre andamios, peatones y mirones de obras ajenas. Está claro que cuando el universo quiere dar una lección de paciencia es mejor aceptarla y no perder los papeles. Contra viento y marea hay que dejar que el buen humor fluya, aunque tengas ganas de soltar cuatro improperios y explotar como una olla a presión dejando salir lo que se ha calentado en exceso. No, cómo marche tu día es una cuestión de actitud, de ser un guerrero y decidir por tí mismo que, pase lo que pase, tu felicidad está por encima de todo y el mal humor no sirve de nada, salvo para perder minutos y quizá provocar úlceras. Actitud positiva. De todo se puede aprender y las batallas que más cuestan son las más gratificantes. Nacimos para ser felices y ése es nuestro quehacer más importante. Es lo que nos toca hacer en este momento. Y el principal trabajador de nuestra felicidad somos cada uno de nosotros. No se trata de cambiar lo externo. El trabajo será el mismo; pero nuestro aprovechamiento si cambiamos la actitud será distinto. El tráfico será el mismo; pero nosotros decidimos cómo lo afrontamos. Se nos da un dia, el hoy, ¡aprovechémoslo! porque no sabemos lo que pasará mañana. Ni siquiera sabemos lo que nos podemos encontrar. Centrémonos en lo importante, en lo que queremos y aprovechemos todo lo que la vida nos ofrece para conseguir nuestro objetivo. Tenemos un propósito, no vivamos como si fuéramos eternos. Cada día cuenta. Lo que no haga hoy, no lo podré hacer. Y todos tenemos fecha de caducidad por mucha cirugía o productos milagrosos que nos quieran vender. Somos lo que queremos ser. No hay culpables externos. Y se puede seguir adelante siempre. Aunque no veamos el sol, si sabemos lo que queremos, ya encontraremos la forma de llegar.
Adelante siempre, como el agua.